Daniel Tercero - Dazibao

Uno de los nuestros

«La triple fractura política catalana está estudiada desde hace varios años»

Enric Millo y Carles Puigdemont en el Palau de la Generalitat EFE

Daniel Tercero

Se ha trazado una línea en el suelo de Cataluña que hasta la fecha era inexistente o, como mucho, invisible. A un lado, el enemigo a batir; al otro, el compadre, es decir, uno de los nuestros. De momento, el usufructo de esta nueva herramienta es exclusiva del nacionalismo intransigente mutado a independentismo religioso, pero no se descarta que en un futuro no muy lejano este virus anide en otros espacios políticos. El sistema de convivencia en la región está en manos de los que deciden quién cruza la raya marcada en el suelo. «Es catalán quien vive y trabaja en Cataluña y quiere serlo», decía Jordi Pujol. Y acto seguido sus seguidores áulicos se ponían a convencer a los catalanes de lo que ya eran. Ahora, una evolución de este pensamiento pujolista sitúa en una práctica típicamente mafiosa el ser catalán. Es catalán quien se alinea con las prácticas y usos de los jefes de la tribu. Es catalán el que está a este lado de la línea. Por lo tanto, dejará de serlo si es expulsado fuera del limes.

La triple fractura política catalana está estudiada desde hace varios años. Por lo menos desde inicios de 2015, tal y como recoge el estudio Catalanes, secesionismo y participación electoral, firmado por Albert Satorra, Josep M. Oller y Montserrat Baras. Un trabajo encargado por Societat Civil Catalana y que Joaquim Coll ha explicado detalladamente desde entonces en varios artículos publicados en El País y El Periódico. Este estudio es la constatación estadística de la división familiar que se da en Cataluña desde no se sabe cuándo y que un ministro (catalán) del Gobierno de Mariano Rajoy se atrevió a advertir en público en 2012, suponiéndole, eso sí, todo tipo de chanzas y descalificativos por parte del nacionalismo y el populismo de izquierdas. Cataluña está políticamente dividida, a grosso modo, por tres motivos: el lingüístico (español-catalán), el económico (clases bajas y medio bajas-clases altas y clases medio altas) y el territorial (costa-interior). El independentismo, antes nacionalismo, es fuerte entre los catalanoparlantes, las clases medio altas y altas y en el interior de Cataluña.

A esta triple fractura, sin embargo, hay que añadir una variable que distorsiona toda estadística y que se visualiza, a modo de explicación, en la línea marcada con permanente en el suelo de Cataluña, en cada centímetro de su suelo. Afecta por igual a los tres parámetros estudiados por los especialistas, si bien tiene más efecto entre la población catalanoparlante que socioeconómicamente no vive apurada y nació o vivió en el interior. La nueva concepción de ser catalán trasciende lo ideológico (izquierda-derecha) e incluso el sentimiento de pertenencia (español-catalán). Es más, se hace más visible con los que se consideran independentistas, pero no sectarios.

Es una cuestión física: de estar a un lado o a otro de la raya. Una evolución de la praxis pujolista del «querer serlo». Un culto al líder y a la tribu que cierran el círculo a su antojo. Discrepar de ellos en público -y generalmente, también, en privado-, es decir, tener criterio propio, supone el linchamiento en la plaza común ante una ciudadanía embelesada con el héroe patrio y sus gestas. El insulto y el descrédito se llevan a cabo sin instrucciones ni órdenes. El fuego se aviva desde las tribunas blancas con letra negra y los platós de televisión sin guion ni vergüenza, pasando por las radios que actúan como bálsamo para mantener prietas las filas. El argumento y la prueba se sustituyen por la amenaza y el ataque ad hominem. No hay vuelta atrás ni camino de retorno para volver a cruzar el limes.

En los últimos días, el expulsado ha sido Enric Millo. El dirigente del PP catalán fue delegado del Gobierno de España en Cataluña entre 2016 y 2018, durante la fase final del procés secesionista ilegal. Como protagonista en primera línea de todas las irregularidades que se llevaron a cabo durante los meses de septiembre, octubre y noviembre de 2017 en el Parlamento y la Generalitat catalanas, Millo testificó, en calidad de testigo, en el Tribunal Supremo que tiene procesados a los líderes (no fugados) del intento de secesión ilegal. En su declaración, no podía decir otra cosa. Solo lo que vio, lo que escuchó, lo que ordenó y lo que sufrió. Es decir, que el independentismo utiliza la violencia para sus fines. ¿Todo el secesionismo? No, todo, no. Pero el clima de tensión y violencia en aquellos meses de 2017 -y que se mantiene con brotes puntuales en 2019- fue como mínimo admitido (un mal menor) por la cúpula política del procés. No fue el único que advirtió de esto a los jueces del Supremo. Los testigos no pueden mentir, a diferencia de los acusados, que pueden y así lo hicieron durante sus (largas y generosas) intervenciones al inicio de la fase oral del juicio.

Tras su declaración, Millo dejó de ser -si es que todavía lo era- de los nuestros. Se activó el linchamiento digital, televisivo y escrito. Se dejó a un lado el argumento para cargar contra la persona. ¡Hasta haber sido donante de un riñón a su mujer se utilizó en su contra! Desde La Vanguardia, claro. Todo vale.

El acoso a Millo fue el entremés. Largo y soporífero. Poco después fue el turno de Monserrat Toro, secretaria judicial del tribunal que investiga el referéndum ilegal del 1 de octubre de 2017. Fotografía y datos personales. Por si alguien quiere pasar del mundo digital al mundo real. Algunos plumillas, antes incluso de la declaración judicial de Toro, se pusieron el traje de traceur para defender que tampoco fue para tanto lo del 20 de septiembre de 2017. ¡Que total, el muro del patio trasero de la Consejería de Economía por el que tuvo que salir parte de la comitiva judicial solo tenía 1,4 metros de altura!

Tras Millo y Toro, uno de los jefes de los Mossos d’Esquadra durante el 1-O conoció el frío de cruzar el limes. Manel Castellví. Dijo ante los jueces del Supremo lo que todo el mundo vio y ratificó lo que antes había dicho Millo. ¿Cómo íbamos a subvertir el orden constitucional con mandos policiales como Castellví? ¡Habrá que mejorar el sistema de purgas!

Millo, Toro, Castellví son solo los últimos de una lista que irá engordando a medida que la realidad choque con las intenciones de los jefes de la tribu. Lo saben también Santi Vila, Joan Coscubiela o Alfons López Tena. Ya no son uno de los nuestros. ¡Qué se han creído estos! ¡Acaso en Cataluña vamos a dejar que piensen!

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