Daniel Tercero - DAZIBAO

Pedro Sánchez gana al PSOE y vuelve a 2016

Está por ver si también muta España, con un PSOE que deja el Congreso con el mayor número de diputados a favor de poder romper la toma de decisiones de lo común

Sánchez, el 30 de septiembre de 2016, un día antes de anunciar su dimisión

Daneil Tercero

Tres años y tres meses después, Pedro Sánchez cierra el círculo: derrota al PSOE, mete a España en «tierra ignota» (en palabras de Juan Carlos Girauta) y practica un lenguaje guerracivilista desde la Presidencia del Gobierno. El 28 de septiembre de 2016, diecisiete miembros de la Comisión Ejecutiva Federal del PSOE presentaron su dimisión provocando así su caída, y con ella la del secretario general, Pedro Sánchez. Tras esa jugada, se puso en marcha una gestora que convocó unas primarias (21 de mayo de 2017) y un congreso (18 de junio de 2017). Los dos motivos principales por los que los diecisiete dirigentes forzaron la caída de Sánchez fueron: la negativa de este a que el PSOE se abstuviera en el Congreso a una investidura de Mariano Rajoy (PP) y la evidencia de que la única alternativa a Rajoy –que a la postre fue reelegido presidente del Gobierno el 29 de octubre de 2016– era la dependencia al populismo de Podemos y al independentismo catalán, en fase sediciosa, como ratificó el Tribunal Supremo.

Sin embargo, Sánchez ganó al aparato del partido, que poco antes (2014) le había aupado. Arrasó en las primarias, contra Susana Díaz y Patxi López. Obtuvo más del 50 por ciento de los votos de los militantes. Y el 39º congreso del PSOE lo ratificó. Mañana, 1.196 días después de que aquellos diecisiete dirigentes –entre ellos Carme Chacón, Emiliano García-Page y Ximo Puig– forzasen su dimisión, el PSOE entrará en una nueva fase impredecible. Como partido, totalmente controlado por el secretario general (que utiliza las bases a su gusto), quien se encargó de ello tras su vuelta a la cúpula y la correspondiente modificación estatutaria (curiosamente, centralizó el partido); y como eje central de la política española (junto al PP), por sus pactos mercenarios con el PNV y, sobre todo, ERC.

Todo parece indicar que habrá un antes y un después en el PSOE al paso de Sánchez como su amado líder. El silencio, cuando no la aquiescencia, de lo que antaño se llamó barones del partido por la derrota de sus convicciones así nos lo indican. Jugaron sus cartas en 2016 y tras una primera batalla ganada, perdieron la guerra –con la imprescindible ayuda del PSC, la verdadera anomalía española–. Claudicaron en enero de 2020. En su humillación va mantener el cargo regional de turno y, como antes otros demostraron (ahí están por ejemplo los Guerra, Leguina, Vázquez, Bono...), solo hablarán cuando no sigan sumisos a Sánchez. Es decir, cuando sus palabras sean tan importantes como las de cualquier otro ciudadano. Y tan irrelevantes. Al fin y al cabo, Sánchez es obra suya. Fue el 13 de julio de 2014 cuando todo el aparato del partido que controlaba Alfredo Pérez Rubalcaba se volcó para que el desconocido Sánchez se hiciera con el liderazgo del partido, frente a Eduardo Madina y José Antonio Pérez Tapias.

Está por ver si también muta España, ahora que el PSOE apuesta por fraccionar la soberanía. Pero eso es tarea que, por suerte, sobrepasa las competencias del presidente del Gobierno, por más que este se empeñe y que con su decisión de ser investido a cualquier precio deje la composición del actual Congreso en la que más diputados ha habido en su historia a favor de que se pueda romper la toma de decisiones de lo común, y dejándolo, por lo tanto, cada vez más lejos de los instrumentos necesarios para poder redistribuir la riqueza y adoptar medidas que resuelvan los problemas importantes de los españoles. Así, lo de menos son las palabras de Sánchez en los últimos cinco años y medio sobre sus (no) pactos y las cesiones a las que (no) estaría dispuesto a llegar para dormir en La Moncloa. Más grave, eso sí, es justificar los acuerdos con el PNV y ERC (y Bildu) con el argumento de que el PP hizo pactos similares con estos u otros nacionalistas. ¿Los critica Sánchez pero los imita? Es decir, lo que Sánchez dijo este fin de semana es muy sencillo: si el PP cedió competencias a las autonomías fomentando las desigualdades, la deslealtad y la fractura nacional (¡Teruel Existe!), él no será menos. Tampoco en el PSOE pueden reprocharle nada, pues Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero siguieron la senda de ceder competencias (para siempre) a cambio de dormir una legislatura en La Moncloa.

Entramos en tierra desconocida y en una España («Vamos a ver, Pedro. ¿Sabes lo que es una nación?», Patxi López dixit) donde prima el odio por encima de la concordia y la convivencia. «¿De verdad se puede gobernar España con los que quieren romper España? Imagínese la que tendríamos montada si hubiéramos ido a una investidura con el apoyo de Podemos, que está en el derecho a la autodeterminación (para Cataluña), y de los independentistas, que ni le cuento. ¿Qué estaríamos diciendo, hoy, a los españoles? Es que gobernar España es muy complicado y exige apoyos parlamentarios sólidos si quieres hacer un buen Gobierno. Si quieres chapucear... El argumento (para pactar con los independentistas) le conozco: vamos a sentarnos con ellos y acabarán siendo buenos. Pero, oiga, cabe la posibilidad de sentarse con ellos y acabar siendo malos, y que no te hagan caso. Yo le dije esto a él (Sánchez). Debo decir que dejamos de hablar... bueno, dejó de hablarme él», Rubalcaba, 15 de diciembre de 2016. Feliz legislatura.

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