SANT JORDI 2022

La ciénaga rusa (una bibliografía)

Esta es una crónica para quienes frecuentan las librerías -de libro nuevo o viejo- todo el año y quieren saber por qué Rusia ocupa el eje del mal: desde los zares a Putin, pasando por Stalin

Svetlana Alexiévich IGNACIO GIL

Sergi Doria

Esta no es una crónica del Libro y la Rosa. Ni de los más vendidos (el cinco por ciento de la recaudación total). Se dirige a quienes frecuentan las librerías de libro nuevo o viejo - todo el año y quieren saber por qué Rusia ocupa el eje del mal: desde los zares a Putin, pasando por Stalin.

Para empezar, ‘El baile de Natasha ’ (reedita Taurus), obra maestra de Orlando Figes . Una historia cultural, con zares o bolcheviques, atravesada por una pregunta: ¿Es asimilable Rusia a Occidente, no lo es por el menosprecio europeo o su destino es refundarse en Eurasia?

La corriente 'euroasiática', que con la invasión de Ucrania y la ampliación de la OTAN con Suecia y Finlandia , pudiera concretarse con el refugio de Rusia bajo las alas de China (ambos sistemas fusionan capitalismo salvaje y totalitarismo poscomunista) tuvo predicamento entre los emigrados que reprochaban a Europa no haber aplastado el golpe bolchevique: «Desilusionados de Occidente, pero sin haber perdido aún la esperanza de un futuro posible para ellos en Rusia, pensaban en su tierra como una cultura única (‘turania’) de la estepa asiática».

Menciona Figes al filólogo N. S. Trubetskói , apóstol de «la influencia asiática en la música, el baile y la psicología rusos», al lingüista Roman Jakobson o los geólogos Lamanski y Savitski que demostraron la “continuidad” rusa pasados los Urales para justificar un imperio de Hungría hasta el Pacífico. Hace un siglo, Trubetskói impulsó el manifiesto “Éxodo a Oriente”. Sus diez firmantes «presagiaban la destrucción de occidente y el surgimiento de una civilización nueva dirigida por Rusia o Eurasia».

Olga Merino VALERIO MERINO

En la Rusia descompuesta de los noventa transcurren los ‘Cinco inviernos’ (Alfaguara) que Olga Merino cubrió como corresponsal de El Periódico. Con el borracho Yéltsin los antiguos oligarcas del comunismo engrasaron el capitalismo mafioso que financia a Putin. Los bancos han cerrado por el asesinato en plena calle del director de una entidad financiera, funcionario de la antigua banca estatal. Con este, anota la periodista, « ya son veinte los banqueros acribillados en lo que llevamos de año . Ríete del Chicago de Al Capone».

Codorníu abandona Rusia: «La mafia les ha matado cuatro vigilantes de un almacén de Moscú … Aquí resulta imposible montar un negocio sin disponer de un ‘krisha’ (techo); o sea, sin la protección de una empresa de seguridad rusa, que suelen estar controladas por clanes mafiosos, por antiguos agente del KGB. O pasas por el aro o te largas».

Merino viaja a Chechenia. El encarnizamiento ruso preludia Siria y Ucrania. El Kremlin, denuncia, « tampoco quiere demasiados testigos humanos por allí, de manera que los reporteros dormimos en la retaguardia…» La guerra como terrorismo: «Tanques, aviones y bombas de racimo -un invento diabólico que al estallar escupe metralla en todas direcciones- contra lanzagranadas y cócteles molotov, que los guerrilleros han bautizado como Garrafón de Chechenia…»

De las guerras, como la invasión de Afganistán, retornan ataúdes de zinc. En ‘Los muchachos del zinc’ (Debate), Svetlana Alexiévich ya denunciaba, cuando Gorbachov, la desinformación de la sociedad rusa: «Nuestra mentalidad mitológica es inmutable: somos justos y sublimes. Y siempre tenemos razón… Y la gente se lo cree. ¡Se lo creen! Las madres que hace nada se arrodillaban sumidas en la desesperación frente a los ciegos cajones de metal en los que les devolvían a sus hijos, hoy dan discursos en las escuelas y en los museos militares para animar a otros muchachos a ’cumplir con su deber ante la Patria’».

En sus periplos moscovitas Merino menciona la Casa del Gobierno levantada con el Primer Plan Quinquenal (1928-1932) sobre una ciénaga junto al río Moscova, frente al Kremlin.

Los 2.655 inquilinos eran comisarios del pueblo, funcionarios del Gulag, directores industriales, comunistas extranjeros, escritores del realismo socialista, estajanovistas, y familiares de Stalin. Con las purgas de los años 30, explica Yuri Slezkine en ‘La casa eterna’ (Acantilado), ochocientos fueron condenados y culpables «de duplicidad, depravación, actividades contrarrevolucionarias o pérdida de confianza». El edificio se llamará siempre 'la Ciénaga'.

Se cumple una década de la publicación de ‘El hombre sin rostro’ (Debate), biografía de Masha Gessen sobre Vladímir Putin , el chequista ungido por Yelsin en 1999. Puede complementarse con el ‘Diario ruso’ de Anna Politkovkasya: la asesinaron el 7 de octubre 2006, cumpleaños de Putin.

Acabar con esta tóxica mezcolanza de integrismo zarista, mafias extractivas y estalinismo, concluye Gessen, es muy difícil: «No existe una relación causa-efecto evidente entre las protestas callejeras y la caída final del régimen porque no existen los mecanismos que obliguen al gobierno a rendir cuentas ante el pueblo ».

Sucinta bibliografía frente al discurso anti-OTAN y la equidistancia seudopacifista que permite al agresor ruso a culminar con métodos nazis su criminal « desnazificación ». También para los orondos líderes del PNV que se comparan con los ucranianos; o los separatistas catalanes de los «diez mil soldados rusos». De nada.

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