Sergi Doria - Spectator in Barcino

La biblioteca de Camus

«La psicosis de los jóvenes vago-bárbaros de la UAB se parece a los pijo-progres parisinos que se declaraban maoístas hace cincuenta años»

Albert Camus AFP

Notre Dame calcinada: trágico icono europeo de la Semana Santa. El suceso me sorprendió releyendo a Camus y Chateaubriand, autores de mis asuetos: «Europa no recuperará su sentido hasta que la palabra ‘revolución’ despierte vergüenza en vez de orgullo. Un país que se jacta de su gloriosa revolución es tan vano y absurdo como un hombre que presumiera de su gloriosa apendicitis», escribe Camus en los «Carnets».

Cuando lo niñatos acosaron a Cayetana Álvarez de Toledo en esa sentina independentista que es la UAB, les dijo que fueran a leer a la biblioteca. Sabio consejo. El fascismo, el comunismo y el nacionalismo son tres doctrinas que condenan a la muerte civil. Y contra el designio totalitario de la violencia gregaria solo queda la cultura individual como resiliencia.

La psicosis de los jóvenes vago-bárbaros de la UAB se parece a los pijo-progres parisinos que se declaraban maoístas hace cincuenta años; o a esas maestras del feminismo dogmático que secuestran libros de cuentos por sus contenidos de género. Maoísmo y censura biempensante. Pura Revolución Cultural que no es otra cosa que el absolutismo de la ignorancia y la injusticia permanente del caos.

Para combatir la idiocia, el remedio es antiguo como la Humanidad: leer. En «Nuestras riquezas» (Libros del Asteroide) Kaouther Adimi (Argel, 1986) rinde homenaje al librero Edmond Charlot, fundador en 1936 de Las Verdaderas Riquezas. La minúscula librería de venta y préstamo fue punto de encuentro de Saint-Exupéry, Gide y un todavía desconocido Camus.

El 17 de diciembre de 1939, el prescriptor Charlot ya se lamenta de que la lista de los más leídos se imponga sobre la de los tesoros que esperan ser descubiertos: «Todavía hoy la mayoría de clientes están interesados únicamente en los últimos premios literarios. He tratado de descubrirles nuevos autores, animarlos a comprar ‘El revés y el derecho’ de Camus, pero en vano. ¡Yo les hablo de literatura, ellos me hablan de autores de éxito!»

En aquel tiempo, Camus tenía veinticinco años. De su primer libro había vendido trecientos cincuenta ejemplares. Pasaba por la librería de la calle Hamani -para los argelinos Charras- y echaba una mano a Charlot. Le ayudaba con las fichas de suscripción y, a veces, en un recodo de la pequeña entreplanta, escribía o corregía manuscritos.

Entorno Camus. El librero Charlot. El editor Robert Gallimard. Y la actriz amante María Casares interpretando «El malentendido». Y los confidentes epistolares, Jean Grenier y René Char, cuya correspondencia con Camus entre 1946 y 1959 publica Alfabeto. Carta de Char acerca de Sartre y la «troupe» estalinista de Le Temps Modernes. La reseña sobre «El hombre rebelde» se hizo esperar; cuando apareció, mayo del 52, el camarada Jeanson calificó el ensayo de fallida filosofía y pseudohistoria anticomunista de las revoluciones. Camus responde al linchamiento de los mandarines y Char aplaude:»“Con su carta ha encendido la luz en esa caraba de barracón…»

En San Luis, Menorca, una treintena de ponentes glosará del 25 al 28 los mitos de la rebeldía camusiana: Sísifo (el absurdo); Prometeo (la revuelta) y Némesis (la diosa que castiga la desmesura). Entre los invitados, la hija del escritor, Catherine Camus. El objetivo del encuentro: en un mundo que se autodestruye propiciar un «renacer», la propuesta de Camus en su discurso del Nobel en 1957.

Tres años después llegó la muerte, el 4 de enero de 1960. Un Facel-Vega rumbo a París. En Sens, parada para comer. Tras el condumio, Michel Gallimard al volante. En la Nacional 5, entre Champigny-sur-Yvonne y Villeneuve-la-Guyad, el coche desborda la carretera y se estrella contra un plátano. Anne, Michel y Janine Gallimard sobreviven. Camus está muerto. El reloj del salpicadero marca las 15:35 horas. Nací un día después de 1960 y esa trágica efeméride, junto con la lectura adolescente de «El extranjero», convirtieron a Camus en escritor amigo: el que siempre lees; el que siempre te acompaña.

En el maletero del Facel-Vega, una cartera con «El primer hombre», novela póstuma que no vio la luz hasta 1994. Tusquets la reedita en el cuarto de siglo de su publicación en España. «El primer hombre» es la infancia en los barrios pobres del Argel colonial. El fútbol, el boxeo, la tuberculosis y el maestro Louis Germain. El padre muerto en la Gran Guerra y la silente madre menorquina: «A ti, que nunca podrás leer este libro». El homenaje a la biblioteca que tanta falta hace a los jóvenes ignaros que repiten como loros «va de libertad» y llaman fascista a quien se niega a deglutir su rancho totalitario.

Gracias a la humilde biblioteca municipal Jacques se liberó de «la vida estrecha del barrio». Lo imaginamos absorto en la lectura: «Sobre el hule, bajo la luz de la lámpara de petróleo». Luego, deslizará el libro bajo la almohada. En la biblioteca de Camus amaneció el Lunes de Pascua.

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