Ana Pedrero - DESDE LA RAYA

Matar a un niño

«Matar a un niño es asestarle un tiro en la nuca al mundo, estrangular el mañana, apagar la sonrisa de Dios en la tierra»

Una mujer llora mientras abraza a una niña, durante una reunión de la comunidad en el recinto ferial del condado de Uvadle, tras un tiroteo masivo en la escuela primaria Robb en Uvalde, Texas, Estados Unidos EFE

A veces el dolor, el horror, es tan inmenso, tan brutal, que no puedes evitar empaparte, asomarte a él desde un balcón tan lejano como puede ser Zamora sobre Uvalde, esa pequeña villa de Texas escenario de la terrible matanza de diecinueve niños y dos profesoras. Al asesino, casi un niño, los dieciocho recién estrenados le dieron pasaporte a armas y munición para acabar con la paz, la alegría, el futuro de un pueblo.

Matar a un niño es matar lo más puro, lo más limpio que queda en una sociedad cada vez más desquiciada. Qué coño puede pasar por la cabeza de quien es capaz de perpetrar algo así y anunciarlo en redes con la misma levedad de quien sale a tomar un café. Nada justifica matar a un ruiseñor: el odio racial, la condición sexual, el credo, el voto, la sed de poder, la violencia machista ... la violencia, a secas, sin etiqueta.

Uvalde es una villa rural de 15.000 habitantes, alejada de los grandes núcleos de población, junto a un hermoso río. Podría llamarse Duero, Tormes, Pisuerga. Tierra humilde, obrera, de habitantes de origen latino, de bajos ingresos, que un día cruzaron la frontera a la búsqueda de un mundo mejor. Sus anhelos, sus deseos, reposaban sobre los hombros de esos niños que minutos antes de ser abatidos mostraban orgullosos sus diplomas fin de curso en la que sería la última foto de su vida. Qué puñetero, cruel, sin piedad, se muestra a veces el destino.

Separados por miles de kilómetros y un océano , sus niños son nuestros niños en tierra de agricultores y ganaderos, gente humilde que se ha partido el lomo para cumplir sueños a través de sus hijos. En esta frontera del Oeste que se vacía poco a poco, los niños son el único y primer atisbo de vida, esperanza, en pueblos envejecidos con calles desesperadamente desiertas y casas silentes.

Matar a un niño es asestarle un tiro en la nuca al mundo, estrangular el mañana, apagar la sonrisa de Dios en la tierra. A los niños les sobrarían motivos para rebelarse , hacernos desaparecer como especie. Ajenos a esta maldad, sus preocupaciones no van más allá de unas notas decentes, el recreo, la consola, la Noche de Reyes.

La pólvora adolescente del asesino ha matado parte de lo que somos. Unidos por mucho más que el idioma, hoy lloramos las mismas lágrimas.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación