Ana Pedrero - Desde La Raya

Corazones de Duralex

«Siendo niña, llegué a pensar que de verdad eran irrompibles, como rezaban sus anuncios en la tele»

Fragmento de un anuncio insertado en ABC de la conocida firma de vajillas

Quiebra Duralex y saltan en pedazos los recuerdos de la infancia, la memoria a generaciones enteras de españoles.

Las tardes en casa de mi tía Irene con la tele en blanco y negro y el ronroneo de la máquina de coser en el salón. El café humeante en la cocina y las tazas y los platillos ámbar en la camilla, sobre el mantel blanco, esperando los bollos nevados de manteca y las pastas de almendra recién cocidas en el horno, la gloria bendita de las tardes de invierno, aquellos berretes de nata en los hocicos, el hielo sobre el asfalto zamorano.

Quiebra Duralex y se desvanece el olor bendito de la sopa del cocido, la sobriedad casi mística de los potajes, la alegría de los domingos de paella; los tazones de leche migada contra la madrugada de la Purísima, días de matanza y nieblas, de afanes familiares en San Román de la Cuba, un pequeño pueblo de Palencia entre llanuras y girasoles, más allá de la Tierra de Campos. La sabiduría de las mujeres con el punto del pimentón y el adobo, el batir la masa con las palmas de los buñuelos de mi abuela Anuncia al resol; el carajillo de media tarde con el aguardiente en llamas.

Las tazas pequeñas de arroz o azúcar, medidas exactas de las recetas de toda la vida; el vaso verde donde el agua sabía más rica, más fría en el verano; la fuente honda con la que dar la vuelta a la tortilla de patata, el cuenco donde liar las croquetas en pan rallado.

Siendo niña, llegué a pensar que de verdad eran irrompibles, como rezaban sus anuncios en la tele. Que no había hielo ni fuego en la tierra que los reventase. Irrompibles como los hombres y las mujeres de esta tierra mía, corazones de vidrio ámbar y verde. Duralex, músculo y latido que mil martillos golpean sin derribarlos, aunque acaben reventados a moratones.

Así mi gente, humilde como la vajilla de los diarios; eterna como el viejo cuenco en el armario de los vasos, que habla de otro tiempo, de otra España, de los días limpios de la niñez que también han quebrado con el paso del tiempo; de la propia vida.

Corazones de Duralex que no prescriben, luminosos cristales, supervivientes de lo que fuimos entre las frágiles vajillas de lo que no somos.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación