Ignacio Miranda - Por mi vereda

Pajarracos

«Para conocer su situación, hay que patear las aceras de Pajarillos, no vivir fuera de la realidad, una exigencia demasiado dura para un inquilino de la Moncloa que dio síntomas del síndrome de aislamiento homónimo antes de habitar allí»

Pedro Sánchez, durante su corto paseo por el baririo de Pajarillos (Valladolid) F. HERAS

Falló la performance de Iván Redondo . En el guión, en la puesta en escena, en el atrezzo. La visita de Pedro Sánchez al barrio vallisoletano de Pajarillos se le atragantó por completo. El doctor en Económicas debió pensar que más que el cariñoso sufijo «illos» encajaba mejor el bronco «acos». Pajarracos . Tan básico. Como de la EGB. Si el baloncesto dejaba tiempo, claro. Sin el lustroso plumaje del faisán ni el canto angelical del ruiseñor. Sin el arrullo cansino de la tórtola ni el aire pánfilo del pingüino.

Apenas un paseíllo frío de unos metros entre gritos por la calle Cigüeña, la Gran Vía de la zona, antes de pegar la espantá y subir de nuevo al coche oficial. Y mira que el presidente tiene vena ortnitológica por su afición a los falcon , pero a veces el ciudadano se muestra desagradecido, incluso en terreno amigo.

Es lo que ocurre con los vivos: hablan, se mueven, razonan e incluso chillan para protestar. Es lo que ocurre con los periodistas: hacen preguntas que pueden incomodar y el entrevistado se pone farruco, a la defensiva, aquerenciado en tablas. Los vecinos no son un CDR violento que tira adoquines . Denuncian la desatención que sufre el barrio, la suciedad creciente, el tráfico de drogas. Para conocer su situación, hay que patear las aceras de Pajarillos, no vivir fuera de la realidad, una exigencia demasiado dura para un inquilino de la Moncloa que dio síntomas del síndrome de aislamiento homónimo antes de habitar allí. El Ayuntamiento pergeñó un lavado de cara tan descarado en el barrio, en días previos a la estelar visita, que ha indignado a los residentes . Otra tomadura de pelo más.

La subclase dirigente actual sigue sin entender lo que demanda la calle. Por suerte, la sociedad civil a veces reacciona y se resiste a ser utilizada. Lo explica con acierto el periodista vallisoletano Juan Presa en su libro «La mentira invisible» , donde reflexiona sobre la manipulación mediática y la dictadura de lo políticamente correcto que le encanta a la progresía. Del derecho a decidir al discurso del odio, del cinismo a la demonización o los conceptos absurdos. En el capítulo dedicado a la política aparecen los valores que deberían guiar su ejercicio: no insultar ni esparcir mierda, ceder sin claudicar, dialogar de verdad –no por postureo-, renunciar a privilegios, hablar con sencillez, hacer prevalecer el interés común, saber dar a tiempo un paso atrás y, por supuesto, escuchar al pueblo. Pero prefieren continuar en su particular Arcadia feliz de asesores palmeros. Presumen de tener el despacho abierto. ¡No es no!

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