Un festival pandémico. Día 3: «Deja el equipaje en la Ribera»

Sonorama cierra su 24 edición con casi 5.000 asistentes y una reivindicación de la música en directo

Clara Nuño

Clara Nuño

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«Un tren de Aranda a Madrid, para venir todos los días a comer lechazo» , es el quejido que se escucha a las siete y media de la tarde desde el escenario en la última jornada del festival insignia de la villa burgalesa. Y es que Aranda de Duero no tiene tren, aunque eso es algo que ya sabe todo el mundo porque lleva peleándose muchos años con grandes pancartas que cuelgan de los balcones en las abigarradas calles del centro. Este año no hay pancartas ni ciudad bulliciosa, pero hay altavoces y un escenario para reproducir esa vieja demanda.

Los termómetros marcan 40 grados al caer la tarde, por eso, muchos de los asistentes han colado de extranjis un montón de pulverizadores llenos de agua que se rocían entre ellos una y otra vez mientras se menean frente a los conciertos más tempranos, como son los de ‘Comandante Twin’ y ‘Ginebras’. Ellas están nerviosas, es su bautizo de fuego, su primera vez en el escenario principal de la cita ribereña y lo disimulan como disimula todo el mundo: parapetándose tras el paraguas del humor. Les sale bien y el público aguanta en su silla las ganas de sacudirse el baile de encima o salir despavorido hacia cualquier sombra cercana. Aranda huele a sudor.

Al acabar el concierto se reproduce una letanía que lleva repitiéndose día tras día, hora tras hora, actuación tras actuación. Es una voz que recuerda que hay que llevar la mascarilla puesta cubriendo nariz y boca en todo momento y que se debe permanecer sentado en todo el rato, salvo para hacer los desplazamientos necesarios: al baño o a la barra. Suena a avión a punto del despegue o a las entrañas de un metro. Cuidado con el pie entre coche y andén. Cuidado con el covid.

Al caer la tarde también caen los sombreros, las gafas de sol y ‘La habitación Roja’, que sufre varios problemas técnicos con la calidad del sonido que no se arreglaran hasta el siguiente espectáculo. A un espectador, un hombre grande y maduro, no parece importarle lo más mínimo, tocan ‘Indestructible’ y exclama que dan ganas de enamorarse. Es normal, es lo que pasa con los chicos en verano.

El resto se sucede muy rápido, aunque casi se detiene el tiempo ante el gran protagonista del encuentro: ‘Vetusta Morla’, que comienzan rugiendo sus letras más conocidas con una pequeña variación: ‘Tal vez, lo que te hace grande no sea difícil de ver… ¡Tal vez, lo que te hace grande es teneros delante otra vez!’. El esfuerzo para no brincar sobre las sillas es casi palpable. Dan un concierto lleno de energía y reivindican la importancia de la música en directo: «estamos vivos y vamos a demostrarlo». Casi hora y media de espectáculo. El público en pie para aplaudir. Después, de nuevo, la calma.

Es la primera vez, sin embargo, que el gran concierto estrella, el cabeza de cartel, no está abarrotado: Sonorama Ribera ha programado un evento para 5.000 personas. En otras ediciones llegaban hasta las 30.000, convirtiendo el parque General Gutiérrez en un improvisado campo de tiendas de campaña, hamacas, sillas plegables y guitarras desafinadas. Son días extraños.

Tras ‘Vetusta’ el tiempo se sucede muy rápido, hay que terminar puntuales y los dos grupos restantes sufren los estragos de ser los últimos en abandonar la fiesta, ‘ Varry Brava’ acomete con gracia su música indie pop casi disco y muchos sacuden piernas, cabeza y hombros con la mandíbula apretada. No bailar es muy difícil. ‘Jack Bisonte’ no tiene tanta suerte, son el verdadero cierre y, como tal, apenas tienen tiempo para ejecutar unas pocas canciones, pero lo hacen con una fluidez, estilo y comodidad envidiables. Se comen el escenario. Después el silencio.

Aturdidos, unos y otros empiezan a desfilar hacia la salida. Todavía no son las tres de la mañana y dos chicas se abrazan mientras avanzan entre los demás: «Ha sido raro. Lo hemos pasado bien, pero ha sido raro, raro, raro, ¿eh?», masculla una mientras ambas salen tambaleantes del recinto. Dentro apagan las luces. La noticia es que sí, se ha celebrado un festival de música en los coletazos de una pandemia. Y no ha salido mal.

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