Así era la «despensa» de los humanos hace 400.000 años

Un estudio en el que participa el Cenieh de Burgos desvela que los homínidos del Pleistoceno Medio ya tenían cierto nivel de planificación y previsión en la alimentación en lugar de subsistir. Entre sus recursos alimenticios, huesos animales para consumir la médula más tarde

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Un equipo internacional en el que participa la investigadora Ruth Blasco, especialista en Tafonomía del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH), ha analizado las marcas antropogénicas de los restos de fauna hallados en el yacimiento israelí de Qesem Cave, de lo que ha deducido la existencia de una «despensa» o almacenamiento intencionado de recursos alimenticios para su consumo diferido durante el Pleistoceno Medio, hace unos 400.000 años.

Los resultados de la investigación han sido publicados en un artículo por la revista Science Advances. En él, el equipo de investigación parte de varias cuestiones que siempre han permanecido abiertas en torno al consumo de médula ósea, un recurso especialmente buscado por los grupos humanos desde periodos muy antiguos debido a sus altos niveles en ácidos grasos. Una de estas cuestiones es saber si la extracción de médula está vinculada única y exclusivamente con su consumo inmediato en cronologías de Pleistoceno Medio.

Otra es explorar si el almacenamiento deliberado de determinados huesos para consumo diferido de médula podría dejar alguna señal tafonómica reconocible en el registro arqueológico. Y de ser así, determinar cuál sería el tiempo aproximado de conservación de la médula en condiciones óptimas si se produjese un almacenamiento de estas características.

«Para responder a todas estas cuestiones hemos estudiado de forma experimental las técnicas de extracción de médula, ya que dejan señales sobre los huesos que pueden ser identificadas arqueológicamente, como ocurre con las muescas producidas por los impactos de percusión o las lascas óseas que se desprenden de este proceso, así como los daños producidos durante la extracción de piel y tendones en diferentes grados de secado», explica Ruth Blasco.

Hasta nueve semanas de conservación

En el estudio experimental de esta publicación se han procesado huesos con alto contenido medular, concretamente metápodos (zona distal de las patas), en combinación con análisis químicos que valoran la preservación de los nutrientes contenidos en la médula ósea mientras permanece encapsulada en estos huesos tras un periodo de exposición a las condiciones ambientales de hasta nueve semanas, teniendo en cuenta factores como el clima y la estacionalidad.

En total se utilizaron 79 metápodos repartidos en tres series experimentales que correspondían a tres escenarios ambientales distintos. Las dos primeras series tuvieron en cuenta variables estacionales (otoño, primavera), y la tercera se realizó en una cámara de simulación ambiental en el Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN) de Madrid, con el objetivo de reproducir las condiciones ambientales mediterráneas de Israel.

En esta tercera serie además se introdujo la variante «sin piel» para comparar químicamente si existían diferencias en la preservación nutricional de la médula entre los metápodos expuestos con piel y aquellos expuestos una vez despellejados. «A nivel microbiológico, estudios experimentales previos han demostrado que la cobertura ósea y la piel podrían proporcionar protección contra microbios y bacterias tras una exposición prolongada de los huesos», indica Blasco.

Los resultados de estas series experimentales han permitido aislar marcas concretas ligadas a la extracción de piel seca, así como determinar un bajo índice de degradación de grasa medular hasta aproximadamente la sexta semana de exposición, momento en el que la pérdida de nutrientes comienza su aceleración.

«Tras la experimentación, aplicamos los datos al conjunto faunístico de Qesem Cave, el cual presenta un perfil esquelético sesgado en favor de los huesos con mayor contenido medular. La comparación de las marcas experimentales con las arqueológicas nos ha permitido plantear la posibilidad de un procesamiento secundario y, por tanto, un posible consumo diferido de médula en el caso de los metapodios de cérvido», señala Blasco.

Este escenario plantea la emergencia de nuevos comportamientos que exigen cierta capacidad de planificación y previsión entre las poblaciones del Pleistoceno Medio en Próximo Oriente. La acumulación deliberada de metápodos implica una preocupación anticipada por las necesidades futuras, y una capacidad de «desplazamiento temporal» que supera el «aquí y ahora como forma de subsistencia.

Este artículo, , titulado ‘Bone marrow storage and delayed consumption at Middle Pleistocene Qesem Cave, Israel (420-200 ka)’, también contó con la colaboración de investigadores de la Universidad de Tel-Aviv (Israel), el IPHES y la Universitat Rovira i Virgili (Tarragona), la Universidad de Lleida (Lleida) y Universidad de Berna (Suiza) y el IREC.

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