Un cronista para dar aire a los siglos

José Delfín Val asume con «honor» su nueva «responsabilidad» como cronista de Valladolid

José Delfín Val, cronista de Valladolid, en la Casa Cervantes F.BLANCO

GUILLERMO GARABITO

José Delfín Val (Salamanca, 1940) camina entre la Valladolid de los Austria, la de Cervantes y de la Corte con la soltura de quien anda por su casa. Un periodista de legajos, de una raza en extinción y que sigue enclaustrándose en los archivos para rescatar y divulgar lo que está escrito, pero nadie ha contado. Este salmantino -vallisoletano por inercia y méritos- no necesita presentación . El periodista y escritor cuelga en el bolsillo de su chaqué de académico una nómina de títulos y distinciones que es difícil pasar por alto y a ellas se suma ahora el nombramiento como Cronista Oficial de la Ciudad de Valladolid. Decisión aprobaba en pleno por el Ayuntamiento el 27 de julio. Un acierto elocuente por parte de la corporación municipal tras jubilarse del puesto el historiador y sacerdote Teófanes Egido. «Mi antecesor y gran maestro, el profesor de historia don Teófanes Egido, que por cierto también es salmantino de nacimiento. Los salmantinos siempre hemos tenido mucho aprecio por Valladolid», señala.

José Delfín Val es periodista de familia. Ha trabajado en RNE, RTVE o para la desaparecida La voz de Valladolid. Y es autor de investigaciones históricas como «Cervantes en Valladolid. Valladolid en Cervantes», entre otros muchos volúmenes. Cuando se alude a su condición de periodista de raza hace un requiebro ágil para zafarse. «Yo soy un periodista de raza… de raza humana, claro. Soy periodista de familia, eso sí. Un periodista de familia porque mi padre fue periodista o también mi tío Gerardo, como delegado de la Agencia Efe en Roma. Yo es que estaba obligado a ser periodista», bromea.

Es también académico de la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción, donde ingresó con su discurso «Quevedo estudiante vallisoletano». «Con sede en la Casa de Cervantes y amparada por el rey Carlos III, la academia es otro sitio donde trabajamos una serie de personas sin emolumentos y por y para la cultura, la arquitectura, etc. Estoy muy satisfecho de poder ser académico. Y ahora también de poder ser, en algún tiempo, cronista oficial de la Ciudad. Aunque es una responsabilidad grande, sobre todo por los antecedentes».

Trabajo incansable

José Delfín es un dandi al «aire de siglos». Un dandi de los que no acostumbra a madrugar -aunque en una ocasión tuvo que desayunar ostras y champaña a las nueve de la mañana para poder entrevistar a Charles Aznavour- y que cultiva el arte de la conversación y la amistad con elegancia de un tiempo en desuso. Desde que se jubiló trabaja incansablemente, porque a él la jubilación sólo le concedió más horas para poder seguir dedicándose a lo mismo.

A la pregunta de cómo recibió la noticia de su nombramiento como cronista responde sencillamente que «por sorpresa. Cuando me llamó el alcalde le dije que era un honor para mí, pero que me lo dejara pensar. Que consultaría con mis familiares y amigos a ver si yo era capaz de sacar adelante esta responsabilidad». Pero cómo rechazar algo que le une más todavía a una ciudad a la que ha dedicado su vida. Confiesa que le habría gustado vivir en aquella Valladolid de Cervantes. «Mucho más. Imagínate Valladolid con Quevedo, Cervantes, Góngora o Lope, que vino de rechazo. Incluso el Duque de Lerma… Aunque era un poco negociante el tío. Fue un gran promotor urbanístico. Le regaló al rey cosas que después le vendió. Era un tío muy listo el tordesillano...».

Las cosas pequeñas

Ése es el Valladolid de José Delfín Val, un Valladolid atemporal y de siglos que se cruza y se entrelaza en sus obras. Libros que tiran de los flecos de la historia, porque José Delfín se ha encargado de la historia en flecos, como dice Paz Altés. Hilos que el periodista ha ido hilvanando a lo largo de su carrera a través de más de una treintena de volúmenes publicados y su prolija labor como articulista. «Yo acepto el mote que me pone mi querida amiga Paz Altés de mil amores porque ella lo dice con mucho cariño. Y si yo he recurrido a los flecos es porque no he podido abarcar la manta entera. Son los flecos de una manta y yo me dedico a las pequeñas cosas que podrían pasar desapercibidas si a través del periodismo no las señaláramos o no les diéramos importancia». «Pero el único mérito que creo que tengo es el de haber cogido una cosa pequeña y haber llamado la atención sobre algún aspecto más grande . Como lo último que tenemos entre manos, que es buscar la tumba de Juan de Juni. Sabemos por su testamento donde se mandó enterrar. Y ahora que el convento de las monjas está vacío y sin culto, vamos a tener cuidado de hacer las obras bien para dar con el enterramiento de Juni y familia», añade.

Así estriba la conversación en otra de sus grandes pasiones y labores habituales de trabajo, la Semana Santa de Valladolid. Una Pasión única a la que ha dedicado dos libros, el último «Los rostros de la Pasión» (2012). Y de la que es premio Lázaro Gumiel. Quizá dar el pregón de la Semana Santa de esta orilla del Pisuerga sea el último de los reconocimientos que le queda a la ciudad por brindarle. El encargo de escribir y pronunciar el pregón como recompensa y gratitud por su trabajo de toda una vida. Sobre si le haría ilusión no contesta, dandismo obliga.

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