César Gavela
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Artes & Letras

En compañía de los muertos

La editorial leonesa Eolas edita el último libro de relatos del berciano César Gavela, «Braganza», una demostración del dominio de la literatura breve

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Tras «El camino y otros pasos», el escritor berciano, afincado en Valencia, César Gavela ha vuelto a agavillar un libro de relatos en el que aúna la contrastada calidad de su expresión y la solidez de la estructura: un estilo impecable de un castellano fluido, natural, y un envidiable dominio de la narrativa breve, con frecuencia hiperbreve. Si allí la temática que armonizaba los textos era su heterodoxo acercamiento al Camino de Santiago, en Braganza, hermosa edición, ya desde la portada que ocupa la fotografía de Armando Aguayo Rivera «A little princess», del activo y encomiable sello leonés Eolas, la sombra de la muerte soberana, siempre atenta y lista para actuar, desde sus múltiples apariencias, acaba adueñándose del conjunto.

Ante esa sombra amenazante, a menudo cumplida, de poco valen las ansias de superar la muerte a través de la imaginación o mediante la persistencia de la memoria, si bien son las únicas vías de que dispone el escritor, que no puede sino mostrar en toda su crudeza la insignificancia del ser humano.

Y, en todo caso, al cabo, y ese es otro de los aciertos indudables del libro, qué es en el fondo la literatura sino conversación con los muertos al tiempo que afán de dejar testimonio de su paso por el mundo y aun de las oportunidades perdidas o las cuentas pendientes que nos llevamos al otro barrio.

Un rasgo no menos destacable es la capacidad de fabulación propia del Noroeste, con vistas al mar -otra criatura más, a la que se llega a personificar y echar de menos-, donde se sitúan muchos de los cuentos, con muertos «vivientes» y aparecidos como una especie de «santa compaña», espejismos, magia y fantasía. Esta imaginación portentosa se presenta de la mano de los personajes, un tanto chalados, cada cual a su manera, muy ensoñadores, a veces hasta el delirio, caso del gendarme de la localidad portuguesa que da título al relato más extenso y al propio volumen. No en vano uno de ellos -muchos recurren al humor o al erotismo, a ver qué remedio- recalca, a favor de la extrañeza consustancial a la existencia, que «lo mejor de la vida siempre es cosa de locos. Lo que es cosa de cuerdos acaba siendo tiempo perdido».

Ese ingenio clarividente entronca, aunque desde la sobriedad expresiva, con la estirpe desaforada de Cunqueiro y otros escritores gallegos. De ahí que cierto aire misterioso gravite sobre la prosa de continuo, con su cuota correspondiente de azar y poesía, porque otro rasgo formal es el sesgo lírico tanto de la forma como del contenido.

Poesía de la buena, con la fuerza del rayo y el fulgor del relámpago. Así el microrrelato «Soy un mendigo, todos lo somos» que dice, lacónico: «Y salgo de casa para que me den el sol y las palabras» o el titulado «Ella vive para mí»: «La mañana, la tarde y la noche. Porque tiene que cuidar de un muerto». En general, desde el primero centrado en un padre cuyo hijo aún niño muere de meningitis -hay varios sobre la dureza antinatural de sobrevivir a los hijos e incluso de no tenerlos- son conmovedores en extremo; algunos escalofriantes, como el del guardia civil que regresa, pasados treinta años, a la cantina de la hermana del mozo de una partida de maquis que abatió y de cuya impresión no se ha recuperado ni recuperará, «porque un hombre que mata a otro hombre quedó perdido ahí, en ese cuerpo que ya no vive».

«La vida es lo falso», sentencia el protagonista del cuento inicial. No sabría si esta afirmación tan tajante es certera o no. En todo caso, es seguro que la narrativa de C. Gavela, uno de nuestros prosistas más consistentes, es capaz de mostrar, de levantar lo verdadero de la vida, da igual incluso si la realidad refuta la ficción, como sucede en el relato en el que el narrador se lleva un chasco al toparse con ella en forma de viuda del contable de una empresa siderúrgica. Por eso, cuando se acaba de leer Braganza conviene cerrar los ojos largo rato y pensar en los cuadros que podrían pintar los muertos en nosotros, para ver si podemos descubrir y retener su secreto.

fermín herrero

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