VIVIR TOLEDO

Dos humilladeros y un (reciente) crucero perdido

Continuando el repaso de algunos de estos elementos habidos en el perímetro de la ciudad, que a lo largo del tiempo surgieron o desaparecieron sin más, elegimos tres ejemplos cuyas noticias y presencia se han proyectado hasta años muy reciente

Humilladero de Gutiérrez Tello y puente de San Martín. Postal de Grafos hacia 1929. Archivo Municipal de Toledo

Rafael del CERRO MALAGÓN

En un artículo anterior recordamos las noticias referidas a una picota situada ante las murallas de Toledo, quizá eliminada en el XVII; un rollo jurisdiccional levantado en 1576, frente a la ermita de San Eugenio, en la entrada a la ciudad por el camino de Madrid y, cercano a éste, la Cruz de los Canónigos, un sencillo recuerdo del caritativo Hospital de San Antón que fue suprimido a finales del XVIII. Continuando el repaso de algunos de estos elementos habidos en el perímetro de la ciudad, que a lo largo del tiempo surgieron o desaparecieron sin más, elegimos tres ejemplos cuyas noticias y presencia se han proyectado hasta años muy recientes.

Como ya citamos, la fuente que revela la creación de tres humilladeros en los extramuros de Toledo es el Memorial que Luis Hurtado de Toledo elevó, en 1576, a Felipe II, por cierto, cada uno de ellos cercano a una ermita. El primero fue el ya señalado en el párrafo anterior. El segundo se situó junto a la Virgen de la Cabeza y el tercero en el paraje de Santa Ana, en el antiguo camino romano hacia Córdoba, cuyo modesto templo ya estaba desmantelado en el siglo XIX. Los dos primeros aún perviven en sus primitivos entornos, del tercero nada queda. A juzgar por la similitud clasicista de la pareja de piezas que se conservan y, teniendo en cuenta que todos provenían de la misma iniciativa del corregidor J. Gutiérrez Tello, el ya perdido debió ser muy similar.

Basta repasar los planos de la ciudad del siglo XIX para comprobar que el camino que parte desde el puente de San Martín hacia Piedrabuena deja a la izquierda el cerro que acoge la ermita de la Cabeza. Al lado de ésta queda el cigarral del mismo nombre y, dentro de su terreno rústico, la pequeña planta del humilladero, hito visible para cualquier caminante que atravesara entonces estos parajes. El único caserío junto a la carretera era el de la Venta del Alma, donde solían parar los trajinantes de los Montes de Toledo. La parte posterior de esta rocosa loma son las escarpadas paredes de la orilla izquierda del Tajo y los antiguos molinos que acabarían «apellidándose» de la Cruz. El humilladero estaba formado por una base cuadrada escalonada, una columna de fuste acanalado y un capitel jónico bajo la cruz. El aspecto es más sencillo que el existente junto a San Eugenio -en el actual parque del Crucero-, enriquecido éste por un pedestal con una inscripción conmemorativa y un florido capitel corintio.

El humilladero contiguo a la Cabeza estaba en una privilegiada atalaya hacia el Tajo, el puente, las murallas, San Juan de los Reyes y sus alrededores. Tan pintoresca vista fue inspiradora de pintores y fotógrafos. Por cierto, alguna antigua postal reseña erróneamente el lugar como la Cruz de los Canónigos , la pieza conmemorativa del hospital atendido por los canónigos regulares de la orden de San Antonio, ya aludido. Hasta bien avanzado el siglo XX el cigarralero rollo tuvo una escasa vecindad. A medida que aquí el Ayuntamiento fue cediendo suelo a particulares surgieron nuevas viviendas hasta conformar una urbanizada cuesta, casi paralela a la carretera de Piedrabuena, llamada hoy Cerro de la Cruz . En la cima de esta calle aún queda el cimiento del antiguo humilladero que persistió hasta 1976. El 2 de noviembre de ese año la Permanente municipal aprobaba el traslado de la histórica cruz «que desde tiempo inmemorial estuvo situada en el Cerro de la Virgen de la Cabeza» a un punto «siguiendo la Venta del Alma», tarea que se encomendó a una comisión. En abril del año siguiente se aprobaba el pago de 69.000 pesetas a cierta empresa por colocar la cruz «en el cruce del Valle». En torno a 1990 el monolito tuvo un nuevo cambio a una cercana roca, donde allí continúa.

En relación al tercer humilladero citado en 1576 es preciso señalar la ausencia de noticias claras. Según Luis Hurtado estuvo en el «camino de Santa Ana, encima del castillo de San Servando». Su ubicación exacta, dentro de los actuales terrenos de la Academia de Infantería, pudo estar en el arranque de la calzada que bordea la parte superior del arroyo de la Degollada y no lejos del inicio del camino hacia la ermita de la Guía, pues se le cita como «humilladero de la Guía» en 1752. Así lo refiere Francisco Pérez Bayer, junto a los eruditos Burriel y Palomares, al estudiar los restos de la traída de aguas y el acueducto romano en este paraje. Con igual motivo de investigación, en 1862, Martín Gamero cita los frogones «que van al humilladero o cruz de la Guía». Por último, en 1905, Rodrigo Amador de los Ríos vuelve a recorrer las huellas romanas, aludiendo al enclave que nos ocupa más arriba de San Servando, es decir, en el mismo camino que iba hacia Andalucía. A partir de aquí, ningún recuerdo más hallamos del rollo jurisdiccional que promovió Gutiérrez Tello en este acceso a Toledo, en 1576.

Por último, hablemos de la cercana pérdida de un crucero situado en la salida de la ciudad, junto a la vieja cañada ganadera proveniente de Ávila, en una intersección donde coincidían el camino de San Pedro el Verde y la bajada hacia los molinos de Buenavista, a orillas del Tajo. En un punto cercano a la desaparecida Venta de la Esquina, topónimo familiar para los toledanos hasta bien consumido el siglo pasado.

Este paraje fue conocido como Santa Susana. Aquí se erigió, en el XVI, una ermita que se vio acompañada de un vecindario dedicado, principalmente, a la panadería, según indica Luis Hurtado. En el siglo XVII todo ello entró en crisis y ruina, intentándose rehacer la ermita que, finalmente, fue desmantelada en el XVIII. Según escribe Parro (1857), el Ayuntamiento recogió dos pinturas dedicadas, respectivamente a santa Clara y san Francisco, que se colocaron en el «ante-archivo» de las Casas Consistoriales. Parece que, como sucedió con el Hospital de San Antón, una vez que se suprimió la ermita, en un promontorio de su solar, y sobre tres escalones, se erigió una columna toscana coronada por una cruz de piedra. Este devoto recuerdo pervivió en su lugar hasta 1967 al explanarse la zona para situar, tras una gasolinera, un edificio -en principio destinado a hotel-, que albergaría el Colegio Mayol . La cruz se desplazó unos metros al nuevo patio escolar, donde permaneció hasta 2007 aproximadamente. Cerrado el centro y, tras ejecutarse aquí un nudo con rotondas y viales, aprobado aquel año, el referido patio fue eliminado y con él la histórica pieza. Su no reposición en el paraje original aún genera preguntas sobre el actual paradero de este pequeño elemento del patrimonio de la ciudad.

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