Toledo y cultura, una pasión eterna

A propósito de la celebración del octavo centenario del nacimiento de Alfonso X el Sabio

Edición facsímil de «El librode los juegos», del rey Alfonso X, el Sabio Efe

Óscar González Palencia y Antonio Illán Illán

Se anuncian fastos y celebraciones con motivo del octavo centenario del nacimiento en Toledo de Alfonso X el Sabio . En nuestra opinión, tal evento debe suponer un hito que marque un concepto de cultura, un concepto de ciudad, un conjunto de valores, un modelo de convivencia y un proyecto cívico de presente y de futuro.

Alfonso X debe conseguir un arraigo cultural profundo. Una sociedad sin arraigos, no tiene sentido; y sin cultura, no hay arraigos. La nuestra es una cultura bien definida, pero no bien delimitada. Tenemos claro lo que somos y cómo somos, pero también debemos tener claro lo que podemos llegar a ser y, en esa perspectiva de futuro, no ponemos límites. Una cultura es “un cuerpo complejo de normas, mitos e imágenes que penetran al individuo en su intimidad, estructuran los instintos, orientan las emociones”, como afirma Edgar Morin en El espíritu de los tiempos. Por eso, creemos y queremos que esta conmemoración nos ayude a tener una cultura compartida, que es lo mismo que tener una inteligencia compartida y en suma una verdadera inteligencia social. Estamos en la vía de construir un verdadero capital social, que a todos beneficia. La cultura de un pueblo es su identidad, lo que define a todas las personas que forman parte de un colectivo social. En consecuencia, la cultura es esa conducta colectiva que todos contribuimos a conformar, a conservar y a transmitir.

Es la celebración y la cultura lo que ha de servir para trascender la idea de lo local y aprovechar la situación como un motor de identidad, de conocimiento y de desarrollo.

Más allá de celebrar una efeméride, pretendemos que ese aniversario se convierta en un auténtico proyecto cívico, de convivencia, de identificación colectiva con una forma de coexistir en sociedad, que propicie un auténtico empuje en la mentalidad colectiva de nuestra sociedad para hacerla más madura, más avanzada, con evidentes signos de progreso y de desarrollo. Sabemos muy bien que el alcance de nuestro futuro reside, en buena medida, en la riqueza de nuestro pasado. Y, por ello, conocemos la importancia que tiene un proyecto de progreso y desarrollo relacionado con una figura con la dimensión de Alfonso X el Sabio.

Alfonso X el Sabio

El castellano «drecho», lengua de unidad

La inclinación humana al saber es un signo de nuestra condición natural que, como tal, nos iguala, pero, cuando la curiosidad como propensión adquiere proporciones de ambición intelectual y esta se da en un hombre que cuenta, además, con talento creativo y vocación enciclopédica y universalista, la resultante es un carácter singular, una figura individual que concentra, en sí misma, la cosmovisión y la mentalidad de toda una época. Es el caso de Alfonso X el Sabio, hijo de un periodo, la Edad Media, que sembró la idea compartida de que todo el saber humano cabe en un libro (la summa), cuyo volumen, sin embargo, imposibilita que una vida alcance para que pueda ser enteramente leído. Alfonso el Sabio escribió su propia summa y la convirtió en el proyecto cultural con más largo alcance de su tiempo. Con este horizonte, hizo camino acompañado por eruditos de las tres culturas y las tres religiones monoteístas, en plena y fecunda coexistencia, a los que agrupó en un complejo entramado de trabajo que velaba por el volcado de todo el conocimiento humano, con una unidad estilística que correspondió al propio rey. Esta ingente empresa derivó en un hallazgo extraordinario: la lengua a la que se traducían (o en la que se componían), en su versión final, las obras de referencia. Fue el “castellano drecho”, registro y uso de nuestra lengua con la que el rey sabio la elevó a una altura, como código escrito de cultura, equivalente al latín. Era la primera vez que una lengua vernácula se erigía en vehículo del saber, de todo el saber (incluidos los documentos oficiales) y ese fue un paso decisivo para atribuir, al castellano, rasgos de ductilidad y posibilidades de expresión imprescindibles para su eclosión como una de las grandes lenguas literarias del canon occidental. Fue él el primero en preocuparse de lograr una prosa castellana apropiada y expresiva, de sintaxis y vocabulario organizados: “tolló las razones que entendió eran sobejanas et dobladas et que non eran en castellano drecho, et puso las otras que entendió que complían; et quanto en el lenguaje, endreçólo él por síse”.

Lengua de unidad y unidad de la lengua entre el conjunto de la ingente tarea de Alfonso X, que supone, en síntesis, la incorporación de la ciencia árabe a Occidente; la presencia de una preocupación universal; la secularización de la cultura, que deja de ser monopolio de la Iglesia; la creación de la prosa castellana: todo enmarcado en el contexto del florecer social y cultural del siglo XIII.

Y todo esto que señalamos lo hizo en Toledo, la ciudad en la que nació el 23 de noviembre de 1221 y a la que convirtió en el más importante emporio cultural de su siglo, recogiendo, con ello, la rica tradición de la Escuela de Traductores. Con toda justicia, la historia reconoce, a Alfonso el Sabio, la paternidad de nuestra lengua. ¿No sería igualmente justo que se concediera a Toledo la capitalidad de la misma?

Alfonso X el Sabio con sus colaboradores del escritorio real

El legado cultura alfonsí

Es cierto que todavía hay quien piensa que estos quehaceres ocuparon el tiempo del rey sabio, dedicado a una vida contemplativa que mitigaría la amargura y la frustración de sus supuestas carencias como gobernante, y de la dejadez y la abulia de un liderazgo romo. Pero su legado, muy en contra de esta opinión, está preñado –acaso de manera involuntaria- de un proyecto cívico, de un modelo de convivencia basado en la tolerancia y el respeto, presente siempre en el amor al saber (gustó de llamarse, a sí mismo “rey de las tres religiones”). Ese embrión contenía, subyacentemente, la idea de España (judíos, moros y cristianos) defendida por Américo Castro. Ese nódulo potencial que era el “castellano drecho” imprimió su sello en la personalidad de Don Juan Manuel, sobrino del propio Alfonso el Sabio, del que heredaría no solo su dedicación a la creación literaria y a su dimensión práctica (por su talento para las obras sapienciales), sino también su conciencia y orgullo de autoría (tan atípica en la Edad Media). El “castellano drecho” también fue condición necesaria para la aguda recomendación de Nebrija en el prólogo a su Gramática castellana (la primera de una lengua no clásica, recordemos), dedicado a Isabel de Castilla, a la que advierte de que “siempre la lengua fue compañera del imperio”, empresa que la reina de Castilla debía alcanzar como un propósito que el propio Alfonso el Sabio dejó inconcluso (fracasó en su deseo de ser proclamado emperador de Alemania primero, y de España después). Ese diamante en bruto que fue el “castellano drecho” fue, igualmente, la materia primigenia que, una vez bruñida, se convirtió en el castellano clásico y barroco que sustentó la Edad de Oro de la Literatura Española. Y fue también la semilla necesaria para esa Edad de Plata de nuestra literatura que ajustadamente acuñó José Carlos Mainer, con inicio en 1868, fecha que pone nombre a la primera generación de los autores y autoras que revitalizarían nuestras letras por ser el año en que uno de sus miembros, Benito Pérez Galdós, publicaría su opera prima: La Fontana de oro. Y debemos pensar, también, que el hallazgo lingüístico del rey sabio fue, igualmente, la raíz de un árbol genealógico que llegó hasta la explosión de la literatura hispanoamericana del siglo XX, en cuyo magma Octavio Paz proclamaría: “Soy ciudadano de la lengua española”. Ciertamente, el “castellano drecho” había sido una aportación fundamental a la carta de naturaleza que constituía un territorio que, de acuerdo con el sentimiento de pertenencia de Paz, se extendería por otras muchas ciudades, desde Manila hasta Guanajuato, pasando por Tel Aviv. Pero fue Carlos Fuentes quien se encargaría de ensanchar dichas fronteras, puesto que el espacio que ocupa lo que Fuentes llamó “el territorio mítico de La Mancha” comprende todos los sitios ficcionales, congregados en torno a la capitalidad de la tierra en que nació Don Quijote. Pues bien, a la cabeza de ese stemma cuyo ramal último conduce a Carlos Fuentes, debemos situar a Alfonso X el Sabio y a Toledo.

Panorámica de Toledo Luna Revenga

El Toledo de las tres culturas

Fue en su Toledo natal donde el rey sabio implantó la primera y más importante de las escuelas alfonsíes (habría otras, después, en Sevilla y Murcia), como una continuidad de la primigenia Escuela de Traductores de Toledo y de su aspiración a registrar el saber universal. Toledo pasó a convertirse en una de las grandes capitales del saber, de la tolerancia, de la convivencia y de la lengua castellana. Sin embargo, ese conato sirvió para gestar un proyecto que está, aún hoy, pendiente de realizarse. Por eso, podemos decir que Toledo tiene una deuda con su propia identidad histórica; cabe la opción de seguir pensando que es la ciudad de las tres culturas, como una designación mítica e irreal o hacer que lo sea verdaderamente, como una referencia de un nuevo modelo de convivencia donde el multilateralismo sea una realidad tangible y no solo una conceptualización de la politología posmoderna. Toledo debe retomar el espíritu de concordia entre las tres culturas, con la lengua española como aglutinante, completando y equilibrando el asimétrico desiderátum de los acuerdos de Oslo (1993), y superando el fracaso de la cumbre de Camp David (2000).

La ciudad de Toledo es un referente mundial de la historia de España, un compendio, en palabras de Galdós. Su compromiso debe ser con lo local y con lo global, de tal forma que la universalidad sea uno de los objetivos culturales que debe alcanzar con acciones propias de la capitalidad regional que ostenta y de su dimensión internacional. La ciudad Patrimonio de la Humanidad, que en otros tiempos estuvo en la vanguardia del arte y de la cultura, debe ser hoy una ciudad con liderazgo cultural evidente.

Toledo debe ofrecer un proyecto cultural cuyo mensaje, emitido en español, esté basado en la inclusión. Toledo debe ser tierra de acogida y de coexistencia no ya pacífica, sino fructífera, entre judíos, cristianos, musulmanes y cuantas etnias, religiones y condiciones humanas se congreguen en una ciudad abierta al mundo. El aglutinante, como en tiempos de Alfonso X el Sabio, debe ser el saber, la cultura, el conocimiento, y, como entonces, el módulo, la dirección y el sentido de todos los vectores de ese gran proyecto cultural debe ser la lengua castellana o española.

Esa realidad cultural debe constituirse en un medio de producción, en la materia prima de un nuevo patrón de desarrollo y de progreso para nuestra ciudad. ¿Cómo? Vivimos en plena Sociedad de la Información y la lengua está contenida en ese rasgo de época que lo domina todo, incluidos los modelos de desarrollo y los núcleos de oportunidades. Toledo tiene, en la lengua, el motor de ese proyecto de cultura que es, a semejanza de aquel otro de Alfonso X el Sabio, un paradigma de convivencia, un proceso de dignificación individual y social a través del saber y la sensibilidad artística, un eje económico del que mana riqueza y empleo y, en definitiva, un modelo de progreso en tanto que la lengua parece el dinamizador básico necesario para crear un espacio cuyas condiciones garanticen que todos sus miembros tengan las mismas oportunidades de conquistar la felicidad.

La conclusión final a la que conducen todas estas premisas parciales es la que nos ofrecen las industrias de la lengua, un concepto enmarcado, a su vez, en las industrias culturales y creativas.

Toledo, capital de la Lengua Española

En abril de 2015, tuvo lugar el Foro Internacional del Español, un evento que pretendía establecer un estado de la cuestión de la representatividad de nuestro idioma dentro de las industrias de la lengua en el mundo, y, consecuentemente, de las posibilidades del español como núcleo de negocios y de oportunidades, de su importancia cuantitativa, cualitativa, cultural y económica. Verdaderamente, aquel encuentro sirvió, de referencia para comprobar la vitalidad del español como lengua de cultura y de negocio, y, con ello, para calibrar, ajustadamente, las posibilidades de nuestra lengua como herramienta de desarrollo y progreso. Se habló, en ese foro, de la extensión geográfica (espacial y demográfica) del español, de su uso en el espacio virtual, de su aportación al PIB nacional y mundial, de su condición de reclamo dentro de un ámbito del sector servicios, del turismo idiomático, cuyo crecimiento le está haciendo convertirse en un capítulo estratégico de nuestra economía, y finalmente, del empuje de la actividad editorial, de la televisión y de los videojuegos y otras alternativas de ocio propios de la sociedad postindustrial.

La rotundidad de las cifras que se manejan anulan toda sombra de especulación acerca de la pujanza y el crecimiento del español, y de sus posibilidades de catapultarnos hacia el porvenir: la extensión diatópica y demográfica nos indica que unos 540 millones de personas hablan español, de los cuales 470 lo tienen como lengua madre, lo que la convierte en la segunda lengua materna del mundo tras el chino mandarín; de la proliferación del español en Internet, nos habla, elocuentemente, el índice de crecimiento de su uso, que, en la primera década de nuestro siglo, se elevó por encima del 810 % (en la actualidad, es la segunda lengua más empleada en Facebook y Twitter); sobre su naturaleza como fuente de recursos económicos, son palmarios los datos que señalan que la lengua española representa el 15 % del PIB nacional y más del 9% del PIB mundial, porcentaje al que contribuye, sustancialmente, la comunidad hispanohablante de Estados Unidos, que conforma, por sí sola, la décimo cuarta potencia económica del mundo, cuyos miembros tienen un poder adquisitivo que se duplica cada década que transcurre; en el muy señalado ámbito del español como lengua extranjera, causa un hondo impacto el comprobar que 20 millones de alumnos lo estudian en el mundo, y que, de ellos, una cifra que se aproxima al millón viajan anualmente a nuestro país estimulados por su aprendizaje; a la órbita de las industrias culturales y creativas, pertenece nuestro sector editorial, el cuarto en volumen de producción y negocio en el mundo, al igual que la televisión realizada en español, de cuya relevancia da notica la cadena en lengua castellana, Univisión, que ha superado en audiencia a los cuatro grandes en inglés: Fox, BBC, CBS y NBC.

En definitiva, tanto la historia como los guarismos legitiman, y hasta demandan, que el aniversario de Alfonso X el Sabio, en el año 2021, represente el inicio de un nuevo proyecto para la ciudad de Toledo. El Rey Sabio, en su momento, supo sembrar sobre la tierra labrada de la vieja Escuela de Traductores fundada por el monje cluniacense y obispo de Toledo, Raimundo Sauvetat (Gascuña,?-Toledo, 1152). La mejor manera de celebrar su efeméride sería que los regidores de Toledo retomaran, en una iniciativa actualizada, el viejo sueño del monarca de hacer de nuestra ciudad una de las capitales del saber mundial, una plaza fuerte del español en el mundo, una referencia del imaginario colectivo como escala ineludible de La Mancha quijotesca, el territorio de la ficción; y, como aportación de nuestro tiempo a la identidad de la ciudad, es de esperar que quien ha de dirigir la senda del progreso de Toledo en la era postindustrial abogue y hasta porfíe por que la ciudad albergue la sede permanente de un organismo coordinador de las industrias de la lengua española.

Recordemos que el próximo congreso de la lengua española, que se celebra con una periodicidad trienal, tendrá lugar en 2022, es decir, un año después del octavo centenario del nacimiento del rey toledano. ¿Acaso no sería adecuado que la reunión anual de los directores de los Institutos Cervantes se produjera en Toledo con motivo del centenario alfonsí, en 2021, y que, en su marco, fuera la palabra poética de Luis García Montero, director de la institución, quien anunciara que nuestra ciudad habrá de contar, por una parte, con el ya citado Centro de las Industrias de la Lengua, y, por otra, que nuestra capital albergaría el congreso de la lengua española del año siguiente?

Nos adelantamos a la posible réplica de aquellos que pretendan recordarnos que existe ya un Observatorio Español de las Industrias de la Lengua, y lo hacemos puntualizando que las posibilidades culturales, educativas y económicas del idioma español exigen algo más que una compilación periódica de datos que permitan extraer la única conclusión posible: que el español es, per se, un eje de progreso y de desarrollo. De hecho, es esa potencialidad de nuestra lengua y en nuestro tiempo lo que hace exigible un organismo que no solo no invadiría parcelas propias de la iniciativa privada, sino que se erigiría en el multiplicador keynesiano que acrecentaría, desde la coordinación, la supervisión y la evaluación públicas, las oportunidades, el crecimiento y el empleo privados.

Figura del rey Alfonso X El Sabio en la estatua de Fernando III en la Plaza Nueva de Sevilla Efe

Un proyecto histórico, moderno, cultural y cívico

Creemos que este podría ser un paso decisivo en la historia del presente de nuestra ciudad, que tiene comprometida su identidad con la tradición, pero también con la vanguardia. Se trata, en suma, de que Toledo exhiba, al mundo, un proyecto en que la cultura y el conocimiento sean el verdadero motor de cambio, de avance, al tiempo que, con ello, dé respuesta a las demandas a un sector amplísimo de la población cuya sensibilidad espera ser satisfecha con algo más que la experiencia impactante y efímera de ciertas formas de entretenimiento. En ello reside la diferencia de celebrar una fecha señalada con un ensartado de fastos evanescentes o convertir una efeméride en el inicio de un auténtico proyecto cívico y cultural.

Deseamos que Alfonso X el Sabio sea, en definitiva, un magnífico anfitrión para llegar al resto de nuestras manifestaciones culturales, de nuestro paisaje, de nuestra forma de entender la vida y de ubicarnos en el mundo. Y confiamos en que la celebración cuente con la excelencia en la dirección y gestión adecuadas para lograr el éxito que perdure y las acciones no se pierdan como fuegos de artificio. Así, todos podremos sentir que la autoría de un gran éxito es siempre colectiva. Los esfuerzos pedagógicos y democratizadores han de servir para que nadie se quede fuera y para que todo el mundo se sienta partícipe de un gran proyecto que es cultural y, por ello, social y económico.

Alfonso X el Sabio está ahí, en la historia, en el relato, en la cultura y en la realidad. Nos gusta repetir que el futuro tiene un corazón muy antiguo, que lo que debemos al pasado es la raíz desde la que crece el tronco del presente que, a su vez, sustenta los frutos del porvenir. Seamos optimistas y hagamos las cosas bien.

Óscar González Palencia y Antonio Illán Illán , profesores de Lengua Castellana y Literatura

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