Se crea el Diaconado Permanente para hombres casados y solteros

Este cargo religioso puede ser compatible con su trabajo profesional del diácono

Suele adjudicarse a la Iglesia el sello de inmovilismo en muchos de sus aspectos, pero ese carácter secular tiene momentos de cambio para adaptarse a los diferentes costumbres y tiempos. Una de estas novedades acaba de producirse en la Iglesia de Toledo, tras la decisión, «meditada detenidamente», del arzobispo primado, Braulio Rodríguez Plaza , de instituir el Diaconado Permanente.

Eso quiere decir que con ese carácter tanto hombres casados como solteros podrán dedicarse a las labores que les permite la autoridad eclesiástica, como administrar los sacramentos del bautismo y el matrimonio, predicar la Palabra de Dios y dedicarse a los servicios sociales y de caridad. Incluso, podría darse el caso de que en pequeñas parroquias, a falta de un sacerdote, sería el máximo representante religioso de la diócesis. Fuentes consultadas señalaron a ABC que ya hay algún hombre casado que de manera más o menos inmediata será nombrado diácono permanente.

Fue el 27 de junio cuando el arzobispo firmó el decreto mediante el cual se crea esta nueva figura hasta ahora inédita en la diócesis, aunque como el mismo Rodríguez Plaza señala «tiene un lugar propio en la estructura y la vida de la Iglesia de Toledo, no es un cuerpo extraño o esotérico», si bien también reconoce que «esta instauración no está exenta de dificultades».

Para llegar al decreto, antes tuvo que realizar las oportunas consultas al Consejo Presbiteral, así como al Consejo Episcopal y al obispo auxiliar, Ángel Fernández Collado, para tener diversas opiniones.

Esta figura del diácono permanente se instauró en algunas diócesis de España en el año 1978, pero en la archidiócesis de Toledo «hay solo una ligera alusión al Diaconado Permanente en el canon 235 de las Constituciones Sinodales del XXVSínodo Diocesano, promulgadas el 23 de noviembre de 1991 por el cardenal Marcelo González Martín».

En ese análisis fruto de los diversos informes y contraste de pareceres, el arzobispo señala en el planteamiento de esta nueva figura, que se ha publicado en la revista semanal «Padre Nuestro», que han surgido diversas preguntas acerca de las dificultades de esta decisión. Una de ellas es que «muchos se preguntarán que si hay suficientes sacerdotes ¿para qué establecer el Diaconado Permanente? ¿para qué sirve un diácono? ¿qué puede hacer que no pueda hacer un sacerdote o un laico?».

Preguntas y respuestas

Pero también plantea que alguien se pregunte si «no es esto un peligro para mantener el celibato, requerido para los aspirantes al sacerdocio», o si «no se dejarán los seminaristas impresionar al ver la compatibilidad entre la vida matrimonial y familiar y el ejercicio de un ministerio eclesiástico, aunque sea el Diaconado».

En todo caso, el arzobispo indica que sería un error calificar como un desastre la instauración de esta figura en la jerarquía religiosa, como también sería erróneo no aprender de los aspectos negativos. Para despejar estas dudas, Rodríguez Plaza apunta primero a que esta es una realidad eclesial del tiempo presente que hay que aceptar, pero al mismo tiempo «hay que preparar bien a los candidatos, discernir adecuadamente su vocación real o supuesta y ofrecer una formación sólida, como merece este ministerio de la Iglesia».

Tras afirmar que «no puede ni debe concebirse un diácono permanente como sustitutorio al ministerio de los sacerdotes presbíteros», el arzobispo hace frente a otra pregunta clave «¿por qué habría de tambalearse el sentido del celibato de los presbíteros al conferir a hombres casados el diaconado?».

La cuestión del celibato

En este sentido recuerda que «al Diaconado Permanente pueden también acceder hombres célibes. Aún más ¿olvidamos en este punto que el carisma del celibato es un don de Dios con una virtualidad y un sentido propios? Ciertamente, aquellos varones que deseen ser ordenados diáconos célibes han de ser educados precisamente para esa vivencia celibataria de un modo conveniente y adecuado en su vocación del Diaconado Permanente».

Otra de las cuestiones abordadas en el decreto es la de cómo han de ejercer su misión pastoral, y dónde. En este caso, apunta el arzobispo, «será el discernimiento del obispo el que provea la misión de cada diácono, y determinará el alcance en tiempo y lugar de su propio ministerio, en diálogo con los presbíteros. Lógicamente teniendo siempre en cuenta los condicionamientos personales y laborales de cada diácono».

Para atender estas condiciones, la Comisión Diocesana para el Diaconado permanente «tiene que ocuparse fundamentalmente del primer discernimiento y elección de los candidatos; de la formación en todas sus dimensiones de cara a su posible ordenación, y tras ésta de su formación permanente y su integración real en la pastoral diocesana; igualmente de la integración de las esposas de los aspirantes casados y la ayuda que han de proporcionar a sus esposos».

Dedicación total o no

El arzobispo, en su carta pastoral sobre el Diaconado Permanente, también responde a la pregunta sobre el tiempo de dedicación al ministerio del diácono permanente. Explica al respecto Rodríguez Plaza que «ha de compaginarlo con su trabajo profesional remunerado, en la práctica es perfectamente compatible, como lo indican los cientos de diáconos en todo el mundo que compaginan trabajo y ministerio diaconal de una manera razonable y según las circunstancias de cada uno. Siempre, además, que se garantice el tiempo mínimo para el ejercicio del ministerio diaconal. Y, si en el proyecto pastoral de cada obispo, él piensa que necesita a un diácono concreto, casado o célibe, para ejercer su ministerio a tiempo completo, ha de buscar la forma justa de su remuneración adecuada».

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