ARTES&LETRAS CASTILLA-LA MANCHA

Diario de Santo Tomé (4): Aquel chaquetón de visón

«Poco a poco las pieles pasaron, pasaron las modas, pasó la vida, los tacones altos se gastaron, la belleza se arrugó...»

H. BARRERO

POR HILARIO BARRERO

Es cierto que mi madre tenía unas piernas muy vistosas . Yo la recuerdo con tacones, un vestido azul relativamente corto, en el cuello un collar de perlas Majorica, llevando un bolso negro acompañando a mi hermano Fernando en su primera comunión y, la verdad, hay algunas fotos que lo aseguran, que estaba muy elegante. Por otra parte es cierto que no era tan alta como lo era mi padre, ni como somos sus ochos hijos . «Yo no soy baja -decía, un poco enfadada-, es que mi marido y mis hijos son muy altos». Y es cierto que mi padre hubiera podido pagar más dinero, pero lo cierto es que mi madre en vez de tener un abrigo de garras como tenían sus amigas, prefirió comprarse un chaquetón de visón . Mi madre tenía muchas razones para haber preferido el chaquetón, pero sus amigas pensaban que eran excusas y que el chaquetón era un poco como ese quiero y no puedo de la clase media . Para comprarse el chaquetón fueron a una peletería que estaba en Madrid y se llamaba 'El pekan y la dalia'.

Mi madre cuando sus amigas le decían, no sin cierta intencionalidad, que hubiera sido mejor un abrigo , les contestaba que el peletero le había sugerido que para su tipo le iba mejor un chaquetón, que las garras las llevaba todo el mundo, que eran muy serias y que no a todas las mujeres les caían bien, ya que muchas de ellas podían con el abrigo, que la diferencia de precio no era tanta y que ella estaba muy feliz con su chaquetón de visón y que, además, (eso lo pensaba, pero no lo decía) ella tenía las mejores piernas de todas sus amigas porque cuando se encaramaba en unos zapatos negros de tacones altos, se ponía una falda negra ligeramente corta, se arreglaba un poco - era tan guapa que no necesitaba excesivos maquillajes -, se colgaba el collar de perlas Majorica, la pulsera de medallas con el nombre de sus ochos hijos, se agarraba el bolso y se cobijaba en el chaquetón, no tenía nada que envidiar a ninguna de sus amigas enfundadas en atosigantes pieles mal llevadas.

Poco a poco las pieles pasaron, pasaron las modas, pasó la vida, los tacones altos se gastaron, la belleza se arrugó, las amigas de mi madre, sus abrigos y sus preguntas envejecieron , se marchitó la mirada de mi madre y el chaquetón se quedó en un armario , envuelto en una bolsa de plástico, oliendo a naftalina, como un oso de medio cuerpo disecado guardando el calor de unos pechos, el ruido de un corazón, el olor de una madre. Un chaquetón que más que una prenda de abrigo, más que una necesidad corporal, fue una ostentación y un atributo social. Nunca supe si fue chaquetón del quiero o no puedo o el chaquetón del puedo pero tengo unas piernas que vosotras no tenéis.

Yo recuerdo a mi madre, completamente devastada, caminando cogida de mi brazo por el largo y estrecho camino del cementerio acompañando el cuerpo destrozado de mi padre. Caminaba como una muñeca perdida, su sonrisa desvaída , su mente ausente, una dolorosa enamorada del hombre que la había atravesado su corazón con ocho puñales de luz y de vida. La muerte de su marido le trajo óxido a su mirada , cieno a su cerebro en el que aterrizaron aviones ruidosos, le puso una mordaza en su boca y un cilicio en su sangre.

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