Amador Palacios - ARTES&LETRAS CASTILLA-LA MANCHA

Valdepeñas dis-tinto

En pocos o ningún sitio se yergue tal cantidad de relucientes copas llenas de blanco o tinto

Amador Palacios
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Este título es un eslogan de Valdepeñas, renombrada ciudad del vino. Su cotidianidad conjuga un gran afecto al colorido mosto fermentado. En pocos o ningún sitio se yergue tal cantidad de relucientes copas llenas de blanco o tinto. Y habitual, raro en otros lugares, es observar en las mesas de los bares a señoras provectas, con el pelo cardado, muy arregladas, sentadas a esas mesas, tras concluir la misa, rodeando una espléndida y brillante botella de vino de Valdepeñas.

Y esos bares, numerosísimos, son impecables, bien decorados, reformados, repletos de clientes. Hace escasas semanas, invitados mi mujer y yo por mi obsequiosa cuñada, he tenido el placer de residir en Valdepeñas, en el tramo más recoleto de la calle la Unión, casi haciendo frontera con las soberbias obras del museo Gregorio Prieto; viviendo el gozo comedido de salir de bares a propósito de una feria de tapas transcurriendo en la célebre ciudad manchega.

Sabrosas tapas excelentemente elaboradas: tapa de pulpo en el bar Europa, de foie en la Máquina, de marisco y exquisita bola de helado de pimiento en el Sicut. Bares muy animados, muy atractivos, luminosos y muy relimpios. El poeta valdepeñero Joaquín Brotóns siempre trae el chascarrillo: Valdepeñas no es un pueblo, que es una ciudad bravía, tiene más de cien tabernas, ¡y una sola librería!

Aunque en verdad existe más de una librería. En Valdepeñas la cultura es un timbre insistente. Muy importante para esa urbe es todo el arte y, destacadamente, la pintura y la literatura. Valdepeñas contiene, a estas alturas, una cantera histórica, pues sus nativos ostentan fama: Gregorio Prieto, Juan Alcaide, Sagrario Torres, Tomás de Antequera, Oscar Benedí, Paco Clavel, Francisco Nieva. Los restos mortales de los cinco primeros reposan en el nada triste camposanto valdepeñero, que por esos ilustres se asimila al parisino cementerio de Montparnasse. Caminar por el anchuroso poblado es en momentos como hollar las losas del madrileño barrio de las Letras. Hay numerosas inscripciones en el suelo, conveniente iluminadas, de fragantes versos de Alcaide, justas sentencias de Nieva, métrica cantarina del poeta local Cecilio Muñoz Fillol.

El detalle urbano de Valdepeñas es una delicia en muchos rincones. Posee un mobiliario escogido, unas glorietas adornadas con selectas esculturas monumentales, unas fachadas remozadas con primor, una multitud de parquecitos que hacen grata, y aromática, la vida al ciudadano; uno de ellos, exquisito, está ofrendado a la memoria de la poetisa Sagrario Torres. Y todo ello gracias al sabio criterio de su alcalde, Jesús Martín, un fervoroso amante del arte, con un talante personal aunado al gusto con que se atilda y a sus graciosas erres francesas. El éxito de Jesús Martín, ya regidor en varias legislaturas, con mayoría absoluta, se debe a su adecuada respuesta de las demandas de los pobladores. Cuando arrasó el PP, Martín se mantuvo incólume. Nos pueden gustar o no los socialistas, pero la gente a lo que sencillamente aspira es habitar en un entorno amable y ser debidamente atendida en sus cabales pretensiones.

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