El espíritu de don Quijote redivivo

Teatro del Temple en el Teatro de Rojas

Antonio ILLÁN ILLÁN

El espíritu de don Quijote sigue produciendo ideas y alimentando imaginaciones cuatrocientos años después de que viniera al mundo en ese lugar de la Mancha del que Cervantes no quiso acordarse. De ese espíritu han bebido José Luis Esteban y el equipo que conforma el grupo aragonés de larga trayectoria Teatro del Temple. Precisamente son los habitantes de ese pueblo manchego vaciado, cuyo nombre no se sabe, los que entretejen episodios de la universal novela y ponen en pie una comedia que aglutina realismo del presente, dosis de surrealismo y, cómo no, los consabidos guiños de moda que reivindican un cierto feminismo y alguna pincelada homosexual normalizada, con algún momento forzado como pudiera ser la insinuación lésbica que se da entre los personajes Marcela y Dulcinea. Pero todo muy bien llevado, muy normal y con sentido. Todo se entiende.

Es interesante en la obra la idea de quijotizar la España vacía en clave de comedia. Contar que de alguna manera todos somos don Quijote es poner sobre las tablas la realidad de un pueblo sin nombre que no está dispuesto a desaparecer para siempre. En ese contexto de abandono, malas comunicaciones, escasos servicios y poca gente, donde el único patrimonio es haber sido la patria chica del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, quieren encontrar un futuro prometedor en la aparente intención del gobierno de edificar un Parador de Turismo. Surge la capacidad de soñar en un mundo mejor en el que se va obtener lo que se desea: amor, riqueza, prosperidad. De ilusión también se vive, pero no por mucho tiempo. En ese juego entre lo irreal de la ficción cervantina y la no menos ficción que los naturales del lugar crean en su cabeza, se van enredando los hilos de un ovillo, entre los que resaltan por su colorido vital la trama de relaciones existentes entre los diferentes personajes. En la comedia resulta que la apariencia va a ser quijotesca, la realidad acabará siendo la visión escéptica del mundo actual. Se representan algunas aventuras del Quijote y otras más propias del desencanto de cualquier colectivo olvidado del mundo de hoy.

Don Quijote somos todos es una obra ingeniosa en su planteamiento y divertida, amena e ilustrativa de la creación cervantina. Es evidente que la propuesta escénica cuenta con un objetivo claro de divertimento, algo que consigue con la mixtura de la genialidad de Cervantes y la locura de don Quijote a las que suma pequeñas dosis del desenfado de Berlanga, el lenguaje a lo Azcona y el surrealismo de Cuerda. Y hay que destacar el excelente dominio del lenguaje cervantino del que hace gala el autor del texto. Nada es lo que parece en esta suerte de esperpento manchego en un pueblo en el que puede pasar cualquier cosa o ninguna. Con esas capas se confecciona un texto en el que no hay héroe ni protagonista único, sino un colectivo, con sus filias y fobias, que pretende con un argumento imposible su propia supervivencia. Son tan importantes en el nudo conceptual de la obra episodios como los molinos de viento, los galeotes, Clavileño o la cueva de Montesinos, y los que relatan la fragilidad de la democracia, las relaciones entre parejas o el descubrimiento de la homosexualidad incipiente en adultos y adultas. Tanto en unos como en los otros sobre el agua de la diversión y el humor nada el aceite de una reflexión no exenta de ironía y mordacidad.

La obra coral, desenfadada, cómica y disparatada requiere una matizada y rigurosa dirección de actores, que es la que lleva a cabo Carlos Martín , a su vez actor, y de una interpretación sin descuidos en la que el protagonismo se comparte. Todos los actores y actrices -las dos mujeres dejan el pabellón muy alto- sacan adelante sus papeles con notable maestría, si bien quizá destaquen, por su empaque y solidez, José Luis Esteban , en especial en su papel de excura, y Félix Martín, resaltando la vis cómica en su desempeño del ventero Palomeque y Sancho Panza.

La música en directo de Gonzalo Alonso supone un elemento muy significativo en la dramaturgia por su versatilidad y la aportación de matices muy diversos, subrayando acciones cómicas, creando efectos especiales (por ejemplo, el viento que mueve las aspas en el episodio de los molinos), o acompañando momentos líricos o danzas.

Los elementos escenográficos, frente a la parquedad que últimamente se acostumbra, conforman volúmenes sencillos aunque muy operativos para el desarrollo de las diversas escenas y para situar al espectador en los diferentes espacios en los que se desarrolla la acción.

El teatro de Roja s ha dado un paso más en su pandémica programación de teatro clásico con este Don Quijote somos todos, que fue muy bien recibido por el público del coso toledano y premiado con un largo aplauso.

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