«El rey de las patentes» español no se siente profeta en su país

Antonio Ibáñez: «No tengo una edad de jubilación ni ganas de ello. No me veo jugando a las cartas y a los dados»

Antonio Ibáñez, el pasado martes, tras recibir el homenaje en la Escuela de Ingeniería Minera de Almadén UCLM

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¿Cómo le gustaría que le recordaran? ¿Qué dejaría escrito para su epitafio?

Me pone la piel de gallina. Me gustaría que se me recordara como el español que vivió en Daimiel y que hizo todo el bien que pudo con ayuda de la ciencia, pero que nunca fue reconocido por su país, a excepción de la Escuela de Ingeniería Minera e Industrial de Almadén y de mi pueblo, Chiclana de la Frontera.

A sus juveniles 62 años, Antonio Ibáñez de Alba está considerado el investigador más prolífico de España, aunque no sabe con certeza cuántas patentes tiene a su nombre: «No las tengo cuantificadas; creo que 300, y no nos quedaremos cortos». Pero aclara inmediatamente: «No creo patentes como churros, sino que hago proyectos que se sustentan siempre en una necesidad del hombre o en algo significativo que ayuda a las personas. Esto siempre ha sido mi misión en la investigación».

Porque inventar le quita el sueño. « Quizá mi vida social desaparece cuando nace el ingeniero. Si veo un problema, intento darle la mejor solución que sea también viable económicamente». Y ese afán por ingeniar le surge de las necesidades que le asaltan en la calle, en el campo o en la playa, «en cualquier sitio».

Este andaluz, que ha perdido ya el acento gaditano, recogió la pasada semana la medalla de la Escuela de Ingeniería Minera e Industrial de Almadén (Ciudad Real), un centro que tiene 242 años de historia. Se le reconocía así su trayectoria profesional en el campo de la ingeniería, en el que ha recibido numerosos premios, «aunque la mayoría me los han otorgado en el extranjero».

Pero esta vez no debió subir a ningún avión porque no tuvo que ir muy lejos. Solo a 140 kilómetros de su residencia, fijada en otro pueblo ciudadrealeño, Daimiel, desde hace un cuarto de siglo gracias a Cupido. «Vine a Ciudad Real a hacer una investigación y, cuando la terminé, me enamoré de una manchega».

En Daimiel tiene también su laboratorio, unos mil metros cuadrados como banco de pruebas para sus inventos, y dos tesoros: sus dos hijas, de 22 y de 15 años. Aunque la mayor no ha seguido el surco marcado por su progenitor. Ella es militar y técnico en análisis clínicos, mientras que la pequeña, aún en el instituto, podría seguir el consejo que su padre da a todas las jóvenes en edad de ir a la universidad: « Animo a las chicas que no tienen las ideas claras que estudien alguna ingeniería; siempre tendrán trabajo y harán un bien social».

No lo dice cualquiera. Antonio Ibáñez trabajó para la NASA a primeros de la década de los 90, después de concluir sus estudios de ingeniería, aunque mantiene que el hombre no llegó a la Luna hace 50 años. «No había tecnología; cualquier teléfono móvil tiene más memoria que los ordenadores de aquellos tiempos», argumenta. «Fue lo que fue: un teatro. Así de claro» , zanja el investigador español, que por las mañanas trabajaba en Pasadena para la NASA y, por las tardes, estudiaba en Caltech, el Instituto Tecnológico de California, una reconocida universidad de Los Ángeles.

Y añade otro razonamiento: «Si la Estación Espacial Internacional está a 400 kilómetros dando vueltas constantes a la Tierra, ¿no sería más fácil, si el hombre ha llegado a la Luna, construir unas bases y unos laboratorios allí para hacer pruebas que estar dando vueltas?». La pregunta la hace un científico que fue invitado a la Estación Espacial Internacional pero no llegó a hacer ese viaje. Y también se muestra incrédulo cuando se le pregunta por Marte. «He oído que el alunizaje sería en paracaídas. ¿Pero cómo pueden decir esa barbaridad cuando la gravedad en Marte es cien veces menos que en la Tierra? ¿Con qué aire se va a abrir ese paracaídas? Hay cosas que no son entendibles». «Como que se están vendiendo parcelas en la Luna. ¡Señor mío, vamos a llegar primero!», exclama.

De Mario Conde, ni hablar

En la Tierra, Antonio se mueve siempre con una maleta, donde lleva siempre algunos de sus inventos. En breve subirá a un avión para viajar hasta Chile con otra invención: un túnel que se abre y se cierra para que los vehículos puedan circular a pesar de la nieve.

Pero de lo que el investigador no quiere hablar es del exbanquero Mario Conde, quien se apropió de algunas de las invenciones de Antonio, como el sistema de asistencia arbitral (VAR). «Él ha pasado de todo y no se merece que hable de él», concluye.

Sin embargo, le cruje el alma cuando se le pregunta por Julen, el niño de 2 años que murió atrapado en un pozo de Totalán (Málaga) . «Fue una de las experiencias más tristes de mi vida. Fui como técnico para asesorar y, cuando llegué el diámetro del pozo era más grande. Sin embargo, al encamisarlo lo dejaron con un diámetro de 17 centímetros y avisé que el niño no podría salir por ese agujero. Propuse una alternativa más sencilla: que se hiciera un agujero por un lateral y, a través de un tubo, introducir una cámara hasta encontrar al niño. No me hicieron caso».

A Antonio también le aflige ver a gente con cánceres en los hospitales, lo que le llevó a idear una cápsula de 10 milímetros que iría introducida entre la dermis y la epidermis, en contacto con sangre, lo que permitiría a unos marcadores registrar cualquier alteración celular o sanguínea cancerígena. «No quiero irme de este mundo sin que esta cápsula esté terminada, porque salvaría muchas miles de vidas» , desea.

Otros proyectos suyos, sin embargo, ya aparecen en España en los libros de texto, como las palmeras artificiales para la condensación de aguas en el desierto. Esta invención fue premiada en 1990 con la Medalla de Oro de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual, y quizá, por ello, tenga una fotografía en su perfil de WhatsApp.

Un iluminado, un loco...

Pero, ¿cómo convenció al dictador libio Muamar el Gadafi para que su gobierno invirtiera más de 1.000 millones de dólares en la compra de 50.000 palmeras de plástico? «Con pruebas. Nadie me hacía caso en España, donde me trataban como si fuera un iluminado o un loco. Entonces cogí mi maleta y decidí ir a Libia. Me entrevisté con el coronel Muamar el Gadafi y su grupo de ingenieros, a los que convencí totalmente con pruebas a escala pequeña. Con las palmeras, logramos bajar la temperatura en el desierto de 55 grados centígrados a 45 y de tener un porcentaje de humedad del 0 por ciento pasamos al 30-35 por ciento. Creamos entonces un medio útil para la agricultura y para que la persona pudiese respirar perfectamente en pleno desierto... Espero que con la guerra la plantación no fuera bombardeada y las palmeras sigan allí, en el desierto de Fezzan».

Pero no es el proyecto del que se sienta más orgulloso. «Al de las palmeras le tengo un gran cariño porque pudimos demostrar que de un simple plástico pudimos crear vida en el desierto», admite. Sin embargo, su «niño bonito» sea, quizá, el sistema ideado para evitar ahogamientos en piscinas. «Si un niño cae a una y se ahoga, esa familia queda destrozada. Como mi invento contribuye a salvar vidas, esto me llena de orgullo y satisfacción», reconoce el científico, quien saca a pasear a jugadores de fútbol famosos. «Es triste —pone como ejemplo— que tenga más transcendencia que Messi se haya hecho una herida que todas las noticias que podamos dar los investigadores».

Durante la conversación también se acuerda de los jóvenes que están sin empleo y que podrían tener un trabajo de temporada, si se utilizase la máquina contra incendios que Antonio tiene ideada. «En cada pueblo, en los cortafuegos, cuadrillas de jóvenes podían reunir montones de tierra durante el invierno para la temporada de incendios. Luego con la máquina que he ideado absorbería la tierra, la limpiaría, la haría polvo y luego la proyectaría a un incendio forestal hasta una distancia de 100 metros. Ya hice pruebas el año pasado. Con la presencia de bomberos, prendimos 30 alpacas de paja y en veinte segundos, con la tierra ya proyectada, las llamas fueron sofocadas». «Espero que los empresarios y las administraciones empujen este tema, porque nos estamos quedando sin pulmones naturales, sin árboles», anhela.

Mientras ese deseo se convierte en una realidad, ahora está metido de lleno en un proyecto para una multinacional, de la que no desvela su nombre, con el que ha resuelto un grave problema que le plantearon hace un año. Los aerogeneradores «offshore» que esa empresa tiene en el mar ya no se desplazarán del punto donde sean instalados, como sucedía hasta ahora. «Hoy día, física, técnica y mecánicamente se ha solucionado», se alegra. «Es un gran invento gracias a la física y al tesón que he puesto. Porque, si la física dice que se puede, se puede. Pero hay que luchar muchísimo», dice como si fuera un principio.

Y llegados a este punto, los más aviesos pensarán que usted se ha hecho millonario con tantas patentes. ¿Están en lo cierto?

No, no. Nosotros, los investigadores, nunca nos hacemos millonarios. Vivimos bien y lo que ganamos lo invertimos también. Yo no suelo pedir ayuda a administraciones e instituciones, porque a veces tardan tanto que al final no ejecutas tu proyecto. Por eso confío en mi propio dinero, me autofinancio y sé cuándo un invento va a salir a la luz pública. Si confío en instituciones, no sale nada. A mis 62 años no soy millonario porque los investigadores, muchas veces, invertimos más dinero que el que ganamos.

Por tanto, y como dice la bioquímica Margarita Salas, los investigadores en España no hacen ciencia, sino milagros.

Pues sí, bien dicho (sonríe). Todo el dinero que gano en el extranjero lo invierto en España para mis proyectos. En mi país lo único que me han dado las autoridades han sido que mis palmeras hayan aparecido en los libros junto con mi nombre, pero nada más. Y con esto no hablo mal de España, a la que quiero mucho, sino que me quejo de las políticas que se hacen. Pero, bueno, nadie es profeta en su tierra.

Aunque en su país hay gente que le ha pedido escribir un libro sobre su vida, entre ellos el exministro Manuel Pimentel . El propio Antonio Ibáñez quiere dedicarse más adelante precisamente a escribir libros, unas de sus pasiones, para transmitir sus conocimientos a los demás.

Y la jubilación, ¿para cuándo?

No tengo una edad de jubilación ni ganas de ello. No me veo jugando a las cartas y a los dados.

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