El molino de Albendiego, el más antiguo de España, deja de moler

Acaba de ser vendido para turismo y la última molinera, Pilar Andrés, recuerda su historia

Pilar Andrés, última molinera de Albendiego, posa en la puerta del molino más antiguo de España RTVE
Mariano Cebrián

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«Si yo ya soy mayor y no tengo memoria. Se me olvidan muchas cosas». Esto es lo primero que responde Pilar Andrés cuando la llaman para preguntar por la venta de uno de sus más preciados tesoros, aparte de sus hijos y nietos. Esa respuesta es la que da, más como autodefensa contra su pasado más reciente que como algo real. Porque la verdad es que esta octogenaria de Guadalajara, vecina de Miedes, se acuerda, y a la perfección, de su anterior vida, la que pasó junto a su marido, Pedro Ortega, en el molino harinero de Albendiego, el que dicen es el más antiguo de España.

Allí, en la hondonada que ha esculpido durante siglos el río Bornova, que es el motor que hacía funcionar este molino, un edificio de piedra y pizarra, materiales característicos de la arquitectura negra de la Sierra Norte de Guadalajara , es donde Pilar ha vivido y trabajado como un mulo, en este caso como una mula, durante décadas. La nostalgia es el sentimiento que más la embarga y, de hecho, últimamente, desde que sus hijos vendieron recientemente el molino, se le saltan las lágrimas cada vez que habla de ese tiempo que para ella fue muy bonito, quizá el más feliz de su vida, pese a tanto esfuerzo.

La jornada de Pilar y Pedro comenzaba con las últimas estrellas del firmamento aún en el cielo y antes de que las primeras luces del alba entraran por el valle del río Bornova, por «el Callejón», como lo llamaban. Él marchaba pronto a por los cereales que iban a moler —trigo, centeno o cebada—, al principio con yeguas y en las últimas décadas con la camioneta. Mientras, ella quedaba en el molino para encargarse de la molienda durante todo el día, así como de los cerdos y gallinas, a los que alimentaban con el producto de su trabajo.

«Él estaba todo el día fuera. Cuando no iba a por el género, estaba repartiendo la harina que fabricábamos por todos los pueblos de los alrededores», recuerda a ABC Pilar al referirse a su marido. Relata que en los buenos años tenían bastante negocio porque acudían vecinos de Miedes, Galve de Sorbe, Romanillos, Atienza, Aldeanueva, Bustares, Condemios de Arriba y de Abajo.

De hecho, la última molinera de Albendiego afirma que su ingenio es el molino harinero más antiguo de España . Declarado industria en 1450, se cuenta que incluso antes los frailes y los caballeros templarios bajaban desde la vecina Santa Coloma —ermita de estilo románico del siglo XII— para moler allí el cereal. El edificio ha resistido los envites del tiempo, y el suegro de Pilar, Francisco Ortega, más conocido como el Tío Pacorro, lo compró por unas 15.000 pesetas a principios del siglo XX, después de tenerlo arrendado unos años antes.

Su hijo, Pedro Ortega, fue el último molinero de Albendiego, junto con Pilar, su mujer, pero murió hace dos años. Desde entonces, el molino ha estado cerrado a cal y canto, y los descendientes, al no continuar con un negocio de capa caída en las últimas décadas, querían venderlo. Algo que se ha llevado a cabo recientemente y los compradores tienen intención de a abrir un negocio de turismo rural después de rehabilitar el molino y las zonas anexas de este asentamiento.

Así se lo confirma a ABC uno de ellos, Alfredo Sanz Muñoz, que transmite a sus anteriores propietarios un mensaje de tranquilidad porque están dispuestos a «mantener el legado y el espíritu» de Pedro y Pilar. «Queremos ser autosuficientes, como lo era antes el molino», afirma Alfredo, que es guadalajareño y conoce muy bien esta zona de la Sierra Norte de Guadalajara y, en concreto, el valle del río Bornova y Albendiego. «Lo hemos comprado con el objetivo de conservar esta joya arquitectónica e industrial , pero sobre todo porque es un símbolo de la zona», asegura.

Allí, Pilar pasó 54 años de su vida, los que vivió con su marido desde sus nupcias. Ahora todo son recuerdos y más recuerdos. Entre ellos, los muchos términos que ella usaba a diario relacionados con su trabajo, y que sigue usando, pese a que hace mucho tiempo que no muele. El troncho, la fanega, el gamellón, las neguillas o la tolva son algunos de los vocablos que forman parte de su jerga. Palabras que se perderán y se las llevará el viento, al igual que el polvo de la harina que extraía de su molino la última molinera de Albendiego.

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