Viaje a las entrañas del Arco de la Victoria

ABC accede al interior del monumento donde el Comisionado de la Memoria Histórica del Ayuntamiento propone hacer un museo de la guerra civil

Madrid Actualizado: Guardar
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Tres jóvenes mataban ayer la tarde en un banco cercano al intercambiador de transportes de Moncloa, bajo la sombra del Arco de la Victoria. El imponente monumento histórico que da acceso a la capital desde el noroeste les era totalmente ajeno. «¿Eso? Ni idea. ¿Puede ser de Carlos III?», respondió el primero, estudiante de Periodismo, 19 años. «Creo que lo he dado en el colegio, aunque... Bueno, al franquismo no he llegado», replicó la chica, de 18 años. «¡Es que eso lo vimos de pasada! ¡En mi selectividad no entraba ni la Transición!», justificó el tercero, divertido con el acertijo.

ABC realizó ayer un paseo exclusivo por las entrañas de uno de los símbolos de la Historia reciente de España: el Arco de la Victoria, que conmemora el triunfo del bando nacional

sobre el republicano en la Guerra Civil española. La edificación podría ahora resucitar como un pequeño museo de la «Batalla de Madrid» o del «Madrid de la guerra». Esa es la propuesta, todavía por cerrar, del Comisionado de la Memoria Histórica que nombró el Ayuntamiento y cuyo objetivo declarado es la «resignificación» del lugar, que se desea rebautizar como el Arco de la Memoria.

La estructura de hormigón, de 42 metros de alto, tantos como años hace que murió Francisco Franco, presenta un aspecto destartalado, de herrumbre absoluta. Todo dentro ha sido vandalizado, incluida la cuadriga que corona el monumento y recibe al tráfico pesado de la A-6. Los grafiti recorren como cicatrices un lugar que tiene la protección de monumento histórico artístico, pero que se consume entre humedades, polvo y cascotes.

El espacio, nunca inaugurado, fue levantado a mediados del siglo pasado y no pasó de ser un pequeño archivo de la Universidad Complutense, a la que pertenece. La única huella de su pasado está en el sótano, donde se apilan decenas de retratos enmarcados de Don Juan Carlos y de Doña Sofía, de los que se colgaban en las aulas en los años ochenta.

No hay luz dentro del monumento, formado por dos estrechas columnas de ocho plantas que terminan en una sala mayor, de diez metros de largo y siete de ancho. Setenta metros cuadrados para exposiciones, a la que sus ideólogos pretenden sumar los descansillos de las estrechas escaleras, semiderruidas. Es decir, el museo ideado por el Comisionado de la Memoria Histórica, y que avalaría el Ayuntamiento de Manuela Carmena, tendría 180 metros cuadrados. Siendo generosos.

Dos ascensores que nunca funcionaron se elevan hasta el mirador. La vista es privilegiada: desde la sierra a la Casa de Campo, el Pardo y la zigzagueante carretera de la Coruña hasta, a los pies, el parque del Oeste, la ciudad universitaria con el Faro de la Moncloa, el barrio de Argüelles y el Ejército del Aire. Al fondo, la plaza de España.

El Consorcio de Transportes se encarga desde 2006 (fecha en la que se amplió el intercambiador de Moncloa) de la conservación del monumento, básicamente de su limpieza y vigilancia para que los okupas no la sigan destrozando. La seguridad es mínima en la doble puerta que da acceso a cada una de las torretas –una cadena con candado–, lo que ha obligado a reforzarla con una chapa metálica. Aún así, el último «inquilino» llegó en Nochevieja y es habitual que un sin techo pase las noches bajo el monumento.

El Arco de la Victoria se halla en una explanada aislada entre carreteras de varios carriles y con un único acceso para peatones. Sólo los jóvenes que buscan zonas apartadas para practicar con el monopatín se acercan a un lugar emblemático de la capital que espera tiempos mejores en situación de semiabandono.

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