En tiempos de desolación, nunca hacer reforma constitucional

Aun siendo la reflexión favorable a reformar sin miedo, el momento no parece el oportuno. La Constitución está para prevenir a la pacífica convivencia de las etapas convulsas

ABC

Federico de Montalvo Jääskeläinen

La reforma constitucional no supone partir del presupuesto de que ello se aborda para, con metáfora sencilla, tratar una patología . Nuestra Constitución no está enferma, sino que goza de un a robusta salud, como lo demuestra el avance social y económico que puede apreciarse en una sociedad no precisamente sencilla como es la española. Ésta, con sus contradicciones y problemas, vive un desarrollo que era difícil imaginar cuando se inició el camino de la Transición.

Muchos de los Estados de nuestro entorno, democracias muy consolidadas, han llevado a cabo, recientemente, reformas sustanciales de sus textos constitucionales (Alemania en 2006 y 2009, Francia en 2008 o, incluso, la vieja democracia del Reino Unido, sin Constitución escrita). Reformar no es tratar una patología, es adaptar la Constitución a los nuevos tiempos o revitalizar el pacto constitucional, involucrando a las nuevas generaciones que no tuvieron la suerte de vivir aquel momento casi taumatúrgico.

La Constitución es un texto vivo (árbol vivo en palabras del Tribunal Constitucional) que se va adaptando a la realidad cambiante a través de la labor del Parlamento y de los Tribunales de Justicia, singularmente, el Tribunal Constitucional. Sin embargo, en ocasiones, el contenido extramuros de la Constitución que se genera es de tal envergadura que conviene incorporarlo explícitamente al propio texto con su reforma. Transcurrido cierto tiempo es bueno que las respuestas legales y doctrinales que han merecido las nuevas realidades y que no pudieron ser previstas por los constituyentes se recojan ya en la Constitución.

Así pues, la reforma constitucional es un hecho normal e, incluso, necesario . Pero, aun siendo la reflexión favorable a reformar sin miedo, el momento no parece, precisamente, el oportuno. Vivimos etapas algo desoladoras en las que la demagogia, el populismo y la postverdad se nos muestran como verdaderos riesgos que comprometen nuestra pacífica c onvivencia. Se aprecia cierta separación entre la sociedad y el Estado. Es un tiempo en el que el interés por la política aumenta pero no la confianza en ella, lo que tiene un componente explosivo. El propio éxito del modelo genera desafección porque la democracia no enamora, no encandila, sobre todo cuando se hace bien, siendo necesario recuperar el equilibrio entre las expectativas y las posibilidades reales (Innerarity). La patología no está en la Constitución, sino en la falta de liderazgo moral y en determinadas conductas poco ejemplares que han devaluado la confianza en el modelo, o, incluso, en algunas erróneas interpretaciones del propio texto constitucional que han debilitado los mecanismos de defensa de la propia Constitución (véase la llamada doctrina de la democracia no militante).

En este contexto es bueno recordar que las sociedades modernas precisamente se dotan del pacto social que supone la Constitución en prevención de tiempos difíciles. Jon Elster, recurriendo a la mitología griega (Ulises y las sirenas) señala que la Constitución está para prevenir a la pacífica convivencia de la sociedad de las etapas convulsas ¿No habíamos creado precisamente el modelo de democracia constitucional de valores que surge tras la experiencia de la Segunda Guerra Mundial para proteger a los ciudadanos y al propio modelo frente a la demagogia que, antes o después, acaba por aparecer? Entonces ¿qué justifica ahora su reforma?

Pero la propuesta de reforma se hace aún más difícil de afrontar con un mínimo de serenidad y posibilidad de mejora cuando se nos presenta como la solución jurídico-política al conflicto catalán. Ello sitúa al propio proceso de reforma ante el reto de alcanzar la paz social en Cataluña, cuando ello exige un esfuerzo educativo e informador que poco tiene que ver con la propia Constitución. Como nos recordaba un extraordinario voto particular en una Sentencia del Tribunal Constitucional de 2007, profesar una fe inocente en el Derecho constitucional, considerándolo como realidad salvadora que, por sí misma, asegura la libertad o el pluralismo es un camino que ya recorrimos en la primera mitad del siglo XX y que bien sabemos cómo se truncó , tanto en Europa como en España. La reforma no puede convertirse en la moneda de cambio para lograr el encaje de un presunto hecho diferencial que pone en jaque precisamente el mayor logro de la Constitución como es el Estado social y el principio de igualdad.

En conclusión, como sabiamente nos decía San Ignacio de Loyola, en tiempo de desolación nunca hacer mudanza, más estar firme y constante en los propósitos y determinación. No es tiempo, ya no en palabras del Santo sino de Pasquino, de reformar la Constitución, sino que la estrategia es multiplicar y potenciar los instrumentos de control, contrapesos y sanciones y, en palabras nuestras, de fortalecer nuevamente el Estado social , reinstaurando el pacto entre libertad e igualdad, gran logro que ha garantizado la paz y la prosperidad.

Federico de Montalvo Jääskeläinen es Profesor de Derecho Constitucional en la UP Comillas (ICADE)

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