Sánchez siempre quiso elecciones

Diseñó una arquitectura política pensada para quedar como víctima del multipartidismo y para apropiarse de la falsa idea de que Podemos y Ciudadanos son los responsables de que no gobierne

Sesión de control, previa a la repetición de elecciones, en directo

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Sánchez, en el balcón de Ferraz la noche del 28-A Isabel Permuy
Manuel Marín

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Desde la misma noche electoral, a Pedro Sánchez siempre le invadió la tentación de conformar una investidura con una mayoría más holgada . Su logro de 123 escaños era insuficiente y su dependencia de un Gobierno de coalición, con Podemos incrustado en el poder y con una supradependencia del separatismo, convertirían la legislatura en un suplicio. Aquella noche, Sánchez también cegó cualquier vía de colaboración con Ciudadanos para garantizarse una mayoría absoluta.

Sánchez esbozó una estrategia dirigida a gobernar en solitario , en la creencia que las autonómicas reafirmarían un triunfo incontestable del PSOE, y Podemos tendría que rendirse a un papel de subalterno agradecido. No fue así. Lo demás fue fácil: tender mil trampas a Pablo Iglesias para humillarlo, simular que no atribuía a Podemos funciones decorativas en una coalición, y no aparecer como el culpable del fracaso.

Sánchez diseñó una arquitectura política pensada para quedar como víctima del multipartidismo, y para apropiarse de la falsa idea de que siempre fue la intransigencia de Podemos y Ciudadanos la responsable de que no gobierne . Todo estaba pensado para justificar un «no» tajante a cada oferta y quedar inmaculado.

Estos son los motivos por los que siempre manejó nuevas elecciones:

1. Un Gobierno inviable. Sánchez sabía de antemano que un Gobierno sustentado en 123 escaños es una utopía. Habría liderado una legislatura débil, incierta y con serias dificultades para aprobar leyes. Se habría sometido a un chantaje constante, a numerosas fricciones con sus socios de moción y a un desgaste paulatino pero inexorable. Además, es imprevisible la deriva del separatismo en Cataluña, y Sánchez albergó dudas sobre cómo gestionar las presiones a las que el independentismo le habría sometido tras la sentencia del 1-O.

2. Sondeos satisfactorios. Cuenta con la abrumadora ventaja de tener el control de La Moncloa, con su «imagen presidencial», y con la fractura interna en Podemos. Su baza de acudir a los comicios pasa por repetir la «operación Rajoy» de 2016, con sondeos favorables y la expectativa de superar los 140 escaños.

3. No habrá terceras elecciones. Sánchez es consciente de que España no acudirá a unas terceras elecciones. No habría margen, y con Ciudadanos o Podemos a la baja, alguno tendría que ceder. Incluso, maneja la opción de una «abstención técnica» del PP una vez que el bipartidismo se haya reforzado. Pero lo cierto es que Sánchez nunca respondió realmente a la oferta del PP de suscribir once pactos de Estado para poder gobernar. Lo fía todo a un descalabro de Podemos y de Cs.

4. El PSOE quiere fulminar a Podemos. El objetivo esencial de Sánchez es consolidar su liderazgo en la izquierda y demostrar que Iglesias carece de la capacidad institucional suficiente como para gobernar. Espera una fuga masiva de votos de Podemos y aprovechar que «España Suma» parece una entelequia.

5. La asunción de riesgos, en el ADN de Sánchez. Su temor a la desmovilización de la izquierda es muy relativo. Tampoco teme aparecer como culpable de la ralentización económica, que achacará a la inestabilidad provocada porque nadie le permite gobernar. Y ante la izquierda tendrá un argumento potente: fue Iglesias quien rechazó una coalición en julio.

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