Puigdemont activa en Perpiñán una campaña para aislar y derribar a ERC

El expresidente fugado alenta a sus fieles para «la lucha definitiva», en un acto de exaltación pancatalanista ante decenas de miles de independentistas

Carles Puigdemont junto a Clara Ponsatí en Perpiñán Inés Baucells

Miquel Vera

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Vestido de presidente, con actitud de candidato y «de vuelta» a Cataluña. El fugado Carles Puigdemont acudió al acto que el independentismo organizó ayer a su medida en Perpiñán (Francia) con la intención de encender la mecha de una precampaña electoral concebida para aislar y poner contra las cuerdas a ERC. Derribar la aspiración de los de Oriol Junqueras a liderar el secesionismo apostando por el «diálogo» con La Moncloa es el nuevo objetivo de la antigua Convergència, hoy mutada en Junts per Catalunya (JpC).

Tras una semana marcada por la puesta en marcha de la mesa de negociación Gobierno-Generalitat, Puigdemont fue a Perpiñán para darse un baño de masas, redoblar su desafío al Estado y reclamar a sus fieles que se preparen para la «lucha definitiva». En Francia el expresidente desplegó una retórica paternalista hacia los republicanos, pero cargada de puyas. «Estamos aquí de pie, no arrodillados», afirmó al pedir a sus seguidores que no esperaran tiempos «mejores» en la relación con los poderes del Estado. «Llevamos escrita en la piel, todos nosotros, la persecución», alertó ante un público que lo recibió desbocado entre vítores de «¡President! ¡President!». En Perpiñán, la deprimida capital de lo que el nacionalismo denomina «Catalunya Nord», el independentismo mutó en una suerte de 'puigdemontismo', que promete ser tan inclemente con sus socios de Esquerra como con los «adversarios» de Madrid. La república, aseguró, es ya una petición «mayoritaria» en la sociedad catalana. Para Junts, no es tiempo para «ensanchar la base», tal y como reclama Junqueras desde prisión.

La exconsejera de Educación y eurodiputada de JpC, Clara Ponsatí, se encargó de sacar su perfil más duro. Disparó contra la «mesa de diálogo» de Sánchez y reivindicó a los radicales que protagonizaron los disturbios que incendiaron Barcelona tras la sentencia del Supremo. La «batalla de Urquinaona», lo llaman . «Ho tornarem a fer», respondieron al unísono los asistentes, más de 150.000, según los organizadores, que las fuentes locales dejan en 60.000. «Estamos en Perpiñán y no hemos tenido que pedir permiso», aseveró tras afirmar que esta ciudad que se llenó ayer de «esteladas» era «catalana de los pies a la cabeza». No en vano, el evento destilaba un pancatalanismo que las autoridades locales alimentaron al recibir a Puigdemont y su comitiva con honores de jefe de Estado. «No nos harán libres las promesas de diálogo de los mismos que nunca cumplen ninguna promesa», añadió Ponsatí. «No nos dejemos engatusar con fotos de mesas de diálogo que solo buscan hacer ganar tiempo a Pedro Sánchez », proclamó la europarlamentaria.

La intervención de Puigdemont fue apuntalada por una batería de cartas de los dirigentes secesionistas presos . Jordi Turull, Josep Rull, Joaquim Forn, Jordi Cuixart y Jordi Sánchez actuaron como acólitos del expresidente y fueron repitiendo uno tras otro las ideas centrales de la estrategia neoconvergente. «Aislemos y derrotemos la desunión para evitar que esta derrote la independencia», reclamó Jordi Sánchez. «Unión y unidad», dos palabras que persiguen a Esquerra cada vez que se acerca una cita con las urnas y que la antigua CDC enarbola sin pudor para desgastar a sus principales adversarios.

Los republicanos tuvieron un escasísimo margen para esquivar las cornadas de Puigdemont . Con breves intervenciones de audio y vídeo la exsecretaria general Marta Rovira y el exvicepresidente preso Oriol Junqueras exigieron no confundirse con el adversario y llamaron también a la «persistencia». Junqueras, por su parte, se jactó de haber puesto al Estado «contra las cuerdas» . La intervención del líder de ERC -un audio sobre un vídeo de imágenes- cosechó algunos abucheos. Sonaron cuando aparecieron los magistrados del Supremo que juzgó el 1-O. Pero los más significativos fueron los que propinaron a la «mesa de negociación» Sánchez-Torra. «Tenemos que ser muchos», recordó Junqueras en contraposición a la urgencia expresada ayer por el puigdemontismo.

Los churros españoles

La llegada de la caravana de fieles de Puigdemont perturbó por un día la tranquilidad que reina habitualmente en Perpiñán. En la capital del departamento francés de los Pirineos Orientales mucha gente presume de apellidos catalanes, pero pocos pueden hablar el idioma de quienes llegaron a la ciudad en autocares, trenes y coches organizados por la Assemblea Nacional Catalana . «Aquí muy pocos. Casi nadie se siente catalán», explicaba Christine, una vendedora de periódicos. A escasos metros, Momo, un laborioso vecino hacía el agosto vendiendo churros como una «especialidad española» a los visitantes. No obstante, tuvo que tapar las referencias a España y el toro bravo que caracteriza su parada para poder despachar los dulces sin tener que encajar reproches con una sonrisa mientras no entendía del todo de qué se quejaban los miles de españoles que habían elegido Perpiñán para pasar su fin de semana.

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