Negociaciones gobiernoEl precio de apuntarse a gobernar

La «nueva política» se enfrenta al reto de formar parte del próximo Ejecutivo, una opción bonita sobre el papel pero que también tiene sus riesgos

Madrid Actualizado: Guardar
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Querer no siempre es poder y si no que se lo pregunten a los políticos españoles, a quienes las urnas privaron en diciembre de hacer lo que más le gusta a cualquier partido,gobernar en solitario. Así lo confirma el politólogo y director de Operaciones de Sigma Dos, Manuel Mostaza, quien subraya que la tendencia natural de cualquier formación política es «tener el poder y no compartirlo», algo que, con la famosa aritmética parlamentaria en la mano, no va a ser posible en esta legislatura.

En esta ocasión las cuentas no les salen a PP y PSOE, lo que abre las puertas de futuros ministerios, secretarías de Estado o direcciones generales a otros partidos con menos votos, véase Podemos, Ciudadanos, IU, etcétera.

La formación de Rivera no habla, por el momento, de repartir carteras y prefiere centrarse en llegar a un acuerdo de corte programático con el PSOE, pero no es ningún secreto -al menos a tenor de sus declaraciones públicas- que Iglesias pretende la vicepresidencia de un Gobierno liderado por Pedro Sánchez, además de varios ministros de Podemos. Y es que, sobre el papel, entrar en un Ejecutivo sin liderarlo suena apetecible, pero la ciencia política, sin embargo, dicta que puede ser un arma de doble filo. Gobernar, aunque sea de segundo de a bordo, tiene un precio.

«En general, gobernar desgasta», indica el politólogo y profesor de la Universidad Carlos III de Madrid, Pablo Simón, quien advierte de que, para saber el grado de desgaste, primero tendremos que conocer si finalmente se forma un Gobierno en coalición minoritaria o un Ejecutivo monocolor, aunque también sea en minoría. «No es lo mismo repartir carteras que gobernar solo», señala.

El coste de la coalición

Para superar la investidura, el PSOE necesita apoyos y si finalmente se decanta por Podemos, Sánchez tendrá que repartir las carteras del Gobierno de la XI legislatura entre varios partidos, con los que compartiría el desgaste de dirigir el país. Dependiendo de cómo se confeccionara el Ejecutivo y de acuerdo con los testimonios de los expertos consultados por ABC, este desgaste variaría.

Una opción es que Sánchez decidiera que los diferentes ministerios fueran monocolor, es decir, que estuvieran dirigidos «de arriba a abajo» por un partido sin interferencias de los demás socios de gobierno. En este caso estaríamos hablando de una coalición «muy compartimentada», como describe Simón, quien manifiesta que así es muy fácil distinguir quién ha puesto en marcha las diferentes medidas.

Si por el contrario en cada ministerio hay cargos nombrados por diferentes partidos, la ciudadanía no sabría diferenciar tan fácilmente quién tiene la culpa -para bien o para mal- de las políticas promulgadas, una situación que castigaría o beneficiaria (en función de la respuesta social ante las medidas) al presidente del Gobierno.

Deriva presidencialista

Esto responde a una característica identitaria del sistema parlamentario español que, como resalta Mostaza, «sigue una deriva muy presidencialista», un concepto que no significa otra cosa que aquí, vayan bien o mal las cosas, el héroe o el villano para la opinión pública suele ser el líder del Ejecutivo.

«Quien presida va a capitalizar mejor los éxitos, pero si sale mal y sus aliados le dejan de lado, posiblemente éstos también centren en él los fracasos», adelanta Mostaza, algo que reforzaría a las fuerzas minoritarias frente al líder del Gobierno.

Sin precedentes

Como a nivel nacional nunca ha habido un Gobierno de coalición, las referencias pueden llegar en dos direcciones, bien desde Europa -Alemania, Austria o Bélgica son ejemplos-, o bien desde las Comunidades Autónomas, donde sí que se han dado casos, como por ejemplo los gobiernos tripartitos de Cataluña, en los que el PSOE, pese a ser la segunda fuerza en las urnas, consiguió alcanzar el sillón principal del Palau de la Generalitat pactando con ERC e ICV-EUiA.

Francesc Pallarés, catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, señala que no se pueden establecer grandes paralelismos entre los pactos tripartitos de Cataluña y la situación actual a nivel nacional más allá de que en ambos casos «existe una necesidad de coalición» ya que, según su criterio, «el contenido y el contexto son muy diferentes».

Sin embargo, Pallarés advierte de que, aunque en España no tengamos tradición de gobiernos de coalición, quizá ese camino, similar al de los países europeos, sea el que debemos seguir. «Estamos muy faltos de cultura política de coalición pero vamos hacia allá, es muy difícil que la sociedad quede representada sólo con dos partidos, tenemos que acostumbrarnos», argumenta el politólogo.

Malo para los antisistema

Precisamente la costumbre y la experiencia dictan, según apunta Simón, que «cuando los partidos antiestablishment (antisistema en castellano) -como Podemos- entran en un Gobierno suelen perder, suelen salir mal» ya que la praxis obliga a restringir o limitar los proyectos políticos presentados.

Eso sí, el politólogo insiste en que la comunicación, y cómo la maneje cada partido, puede ser clave en caso de que una coalición naufrague y, por ende, se repartan las responsabilidades políticas. «Siempre pueden acusar de obstruccionista al otro», manifiesta Simón, una táctica que podría usar cualquiera de los socios de este tipo de gobiernos.

Pero antes de todo esto habrá que ver si el PSOE es capaz de configurar una mayoría que le ayude a superar el debate de investidura, algo que se antoja complicado si Ciudadanos y Podemos mantienen sus posturas. Ahí surge entonces un nuevo interrogante, como plantea Mostaza: «¿Quién será el responsable para el electorado de la repetición de las elecciones?». Pero eso ya es otra historia.

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