Moisés ha vuelto

El territorio comanche ha cedido a la cursilería de un patriarca prolífico al cual se rinde culto de latría

El líder de Podemos, Pablo Iglesias, ayer, ante sus seguidores EP
Gabriel Albiac

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Éxodo 32 narra el retorno de Moisés a su rebaño. El profeta se ha recogido, en la cima del monte Sinaí, ante la presencia del Dios que debe revelarle las normas con las que guiará a su pueblo hasta la Tierra Prometida. Luego, con las Tablas de la Ley bajo el brazo, desciende la ladera.

A Pablo Iglesias Turrión, el lugar de recogimiento no se lo ha dado un idílico paraje montaraz que la presencia de Dios trueca en paraíso. E l suyo fue un chalet de dos mil metros cuadrados: una bicoca de 600.000 euros, y «¡que viva la lucha de la clase obrera!» No resulta tan bucólico como el Sinaí. Pero sí más confortable. De allí nos fue anunciado su retorno: «Él» vuelve. A Moisés y a su hermano Aarón, un leve exceso de arrogancia les valió ser excluidos del reino en puertas. ¡No quiero ni pensar cómo hubiera reaccionado Yahveh al ver su enfático «Él» usurpado por un mortal caudillo! Volvió. Él. Ayer. «Él» –como los cinéfilos saben– es título de una película en la que Luis Buñuel retrata la psicosis.

Distinguir a un profeta de un paranoide no es sencillo. Eso podía inquietar al paseante que asistiera ayer al advenir del salvador. El territorio comanche ha cedido a la cursilería de un patriarca prolífico al cual se rinde culto de latría. Hubiera podido Iglesias, desde luego, aparecerse a sus creyentes en el privado edén de su parcela. Pero lo mismo los fieles iban y se lo estropeaban: sale muy caro mantener un jardín limpio.

La realidad de la pantalla

El sitio era estupendo, a efectos contables. Que es lo que vale en una manifestación televisiva. Allá por la prehistoria, la gente se preocupaba por el número de asistentes a un acto político; y eso llevaba a buscar recorridos amplísimos que no apretujaran a los sufridos militantes. En el París de 1972, recuerdo la desmesura de las manifestaciones contra los bombardeos en Vietnam: los kilómetros que separan la Plaza de la Nación de la de la República. En la sociedad televisiva de hoy, no hay más realidad que la que la pantalla induce en los espectadores. La técnica es sencilla: tomar un espacio pequeño y atiborrarlo con las pocas huestes que bastan para tan noble objetivo. Las cámaras se colocan en los ángulos justos para que el apretujamiento sea constatado e inconstatable la superficie. Así, las cámaras harán de una manifestación de doscientas mil personas caminando holgadas un fracaso merecedor de las más hirientes burlas. Y de una concentración de un par de miles que apenas caben en la plazuela elegida, un éxito visual apoteósico.

Allí andaban las huestes. Allí descendió Moisés Iglesias. Junto a la bella estela de Alberto que exaltaba, en 1937, a aquel pobre pueblo español que creía emprender un camino hacia las estrellas y despertó en un cementerio. Y al abrigo de la perspectiva de las cámaras, y al abrigo de mitologías que un día fueron serias y él ha sabido ahora trocar en burlescas, el profeta interpelaba a la plebe a la cual él guía. Él solo: las otras voces eran coro de unánime amor al líder. No era política. Era secta.

Cuando Moisés retorna de su retiro, topa con un horrible espectáculo. Su hermano, su mismísimo hermano del alma, Aarón, le ha levantado la tostada. Y ha ido dando a la plebe ídolos de oro. Triste destino el de la fidelidad de los hombres. Eso deben pensar todos los profetas. Los dejas un momentito solos para coloquiar con Dios y llega Aarón y los lanza al desenfreno . Y llega Errejón, el mismísimo hermano del alma Errejón, y los acuna en el regazo de la Abuelita Lobo. Al profeta lo arrebata entonces la cólera divina.

Habla. Él. A su grey. Le gustaría competir con el difunto Fidel Castro. Lleva mucho tiempo sin arengar y una buena catilinaria de cuatro horas mola. Pero él es vanidoso, no tonto. Y basta mirar las caras de los fieles para entender que ésa no es gente de tragarse una homilía a la medida del macho alfa. Cortito, pues: una hora apenas. Pero enérgico. A estas alturas del viaje, ya sabe que no hay quien analice una palabra en un mitin. Se reacciona al tono, a la enfática virilidad, al gesto heroico. ¡Testosterona, muchachos! Que, lo que es a él, en eso de la testosterona, desde luego, no van a darle lecciones los novatos de Vox. Y, si alguien se insubordina, sea Errejón, Bescansa, Tania o Rita, tablazo de la ley en la cabeza. Que ya podrán las tablas rotas ser repuestas luego.

Los hijos de la clase media se entusiasman, aúllan. También ellos proclamarán, como el maestro Maduro, «¡exprópiese!» ante el piso de sus papás en el barrio de Salamanca. Y, cuando llegue el día del asalto al cielo, serán premiados con humildes madrigueras, a imagen de la del amado Pablo. Y a los otros, a los perversos que siguieron al renegado Errejón, a ésos ni agua. «Ese pueblo ha cometido enorme pecado, pues fabricó dioses de oro». Palabra de Dios. Éxodo 32, 31. Moisés ha vuelto.

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