pincho de tortilla y caña

Una bomba debajo de la mesa

Torra tiene el encargo de impedir que de la mesa con Sánchez pueda salir algo útil que ayude a ERC a ganar las elecciones

Puigdemont, ayer en Perpignan AFP
Luis Herrero

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Hay algo claro: la única posibilidad que tiene Puigdemont de evitar la victoria electoral de Junqueras pasa por señalarle como un traidor a la causa que apoya a Pedro Sánchez a cambio de nada. Exactamente eso, literal, fue lo que dijeron los diputados de Junts a los de Esquerra cuando el jueves pasado se aprobó la senda de déficit en el Congreso de los Diputados. En la votación, los republicanos se abstuvieron -era el precio que debían pagar por la predisposición del Gobierno a sentarse en la mesa de diálogo- y los post convergentes votaron en contra. Contado así no suena raro. Pero lo cierto es que los diputados que siguen las directrices de Waterloo no actuaron como estaba previsto . A sus socios en el Govern les dijeron que se abstendrían. De ahí la consternación que invadió las filas republicanas tras el incumplimiento. El juego va en serio. Con tal de dejar en evidencia a ERC ante su electorado, Torra y los suyos harán lo que haga falta.

Hicieron juntos el paseíllo por los jardines de La Moncloa, en la reunión defendieron juntos las mismas cosas y más tarde respaldaron juntos las palabras del «president» en la rueda de prensa. Pero juntos ya no hicieron nada más. Unos se abstuvieron en la votación del techo de gasto y otros votaron en contra. Torra tiene el encargo de impedir a cualquier precio que de estas conversaciones pueda salir algo útil que ayude a Esquerra a ganar las elecciones. Y no es un encargo difícil. Ninguno de los premios gordos -autodeterminación y amnistía- están al alcance de la mano. En cuanto a la pedrea, parece claro que los independentistas están de acuerdo en derivar su sorteo a la comisión bilateral. Las cosas de menor cuantía pertenecen a otra jurisdicción.

Con este paisaje de fondo, poco o nada cabe esperar de las tenidas venideras entre Gobierno y Govern. Marearon la perdiz durante más de tres horas a base de reflexiones emocionales sobre las causas del desamor que nos ha traído hasta aquí, pero no fueron capaces de superar la terapia matrimonial con decisiones concretas. A la hora de la verdad solo quedaron claras dos cosas: que a la delegación catalana solo le interesa explorar aquellos acuerdos que conduzcan a un referéndum de independencia (no aceptan que haya otro modo de resolver el conflicto catalán) y que Sánchez se comprometió a decirles, más pronto que tarde, si está dispuesto a consentirlo. La pregunta es: ¿durante cuánto tiempo podrá demorar la respuesta?

Las encuestas recientes no pueden ser peores para Junts. Algunas predicen pérdidas de casi seis puntos y 10 escaños. Si esos datos se confirmaran, ERC podría ganar en las urnas por 12 puntos de diferencia. Con 20 asientos menos que los republicanos en el Parlament, el prófugo de Waterloo no solo perdería el liderazgo del procés, sino que se vería obligado a seguir los próximos acontecimientos de la política catalana desde los bancos del gallinero. No hace falta ser un lince para darse cuenta de que hará todo lo necesario para evitar que tal cosa suceda. Ayer lo dijo Clara Ponsatí en Perpiñán: «No hay que dejarse engatusar por fotos de mesas de diálogo de engañifa que solo buscan hacer ganar tiempo a Pedro Sánchez». Puigdemont añadió: «Ha llegado el momento de preparar la lucha definitiva». Lo perentorio, para él, es que la estrategia de Junqueras de sentar al Gobierno de España alrededor de una mesa de diálogo se perciba como un gesto inútil condenado al fracaso. Por eso es impensable que Torra, antes de convocar las elecciones autonómicas, no urja a Sánchez a que diga de una vez si es posible alcanzar la autodeterminación por otra vía que no sea el desafío sedicioso. O sí o no.

En esto, como en el test del embarazo, no caben medias tintas. La idea explicada por la portavoz Montero de buscar «fórmulas imaginativas que permitan superar el binomio sí o no» tiene de razonable lo que un chiste en un entierro. Pincho de tortilla y caña a que la mesa de diálogo, con estos interlocutores, no llega al verano.

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