Almudena Martínez-Fornés

La Justicia sí es igual para todos

La sentencia del Supremo deja sin argumentos a quienes han cuestionado durante siete años la independencia del poder judicial y la no interferencia de la Corona

Almudena Martínez-Fornés

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Después de siete años de calvario, en los que su vida de ensueño se convirtió en una pesadilla, Iñaki Urdangarin ha conocido este martes su condena . La sentencia del Tribunal Supremo ha supuesto un mazazo para la Infanta Doña Cristina y para su entorno, pero también ha dejado sin argumentos a quienes llevan todo este tiempo, 2.773 días, poniendo en duda la independencia del poder judicial, así como el respeto a ese poder expresado una y otra vez –la última, esta mañana– por la Casa del Rey. Han tenido que pasar siete años para que se confirmara la frase que pronunció el Rey Don Juan Carlos en su Mensaje de Navidad de 2011: «La Justicia es igual para todos».

Después de tantos años de retraso, el Tribunal Supremo podría haber elegido cualquier día para hacer pública su sentencia, pero al final lo ha hecho la víspera de que la Infanta Doña Cristina cumpla 52 años. Un aniversario más amargo si cabe que todos los anteriores porque ya apenas queda una última oportunidad de presentar un recurso al Tribunal Constitucional.

Ahora empieza la condena, pero el calvario comenzó mucho antes. Fue el 9 de noviembre de 2011 cuando el juez Castro y el fiscal Horrach, entonces amigos inseparables, desvelaron la peculiar forma de hacer negocios de otros dos amigos del alma, Iñaki Urdangarin y su socio, Diego Torres, que se valían del trampolín familiar del primero para conseguir contratos. Aquel día la prensa española publicó el auto con indicios y sospechas tan demoledores que parecía una sentencia, pero todavía no había llegado lo peor.

En cuanto las noticias llegaron a Washington, donde residían los entonces Duques de Palma con sus cuatro hijos, Urdangarin viajó fugazmente a Madrid y acudió al Palacio de La Zarzuela para dar explicaciones. El marido de la Infanta estaba dispuesto a defenderse a su manera, solo a su manera, y desoyó, uno por uno, los consejos que entonces le dieron. Como también los desoyó antes, cuando el abogado del Rey, el conde de Fontao, le visitó en Barcelona para intentar sacarle de la cuneta enmarañada y conducirle por un camino limpio y transparente. Pero, en cuanto Fontao regresó a Madrid, Urdangarin regresó a la cuneta y acabó sentado en el banquillo de los acusados, junto a una Infanta de España, y ahora condenado.

Cuando todo esto empezó, tanto la Infanta como Urdangarin eran miembros de la Familia Real y disfrutaban del título de Duques de Palma de Mallorca que Don Juan Carlos concedió a Doña Cristina con motivo de su boda. Ahora ya no son ni una cosa ni la otra. Lo que nadie puede evitar es que Doña Cristina siga siendo la hermana del Rey, y Urdangarin, su cuñado, pero si esta relación familiar le valió un día para enriquecerse, no le ha servido para eludir el peso de la ley.

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