El juguete roto

«Sánchez diseñó una calculada equidistancia política entre la intervención del Estado en Cataluña, ha descartado la reactivación del 155, y la proclamación de una república independiente»

Pedro Sánchez y el presidente de la Generalitat, Quim Torra, reunidos en La Moncloa este 9 de julio Jaime García
Manuel Marín

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En apenas cuatro meses, Pedro Sánchez ha pasado de ser la coartada progresista del nacionalismo para expulsar al PP de las instituciones a ser el juguete roto del separatismo. El trato consistía en apoyar la moción de censura contra Rajoy a cambio de derogar por la vía de los hechos consumados el artículo 155 de la Constitución, y sentar las bases de futuros referendos pactados de autogobierno en Cataluña y el País Vasco, bajo la excusa de reactivar reformas de Estatutos de autonomía que no eran tales.

Para Sánchez, el fondo de la moción era asentarse en el poder mientras diseñaba una subrepticia modificación de la Constitución por la vía estatutaria, dotar a esa vía paralela de una falsa legitimidad , y «normalizar» los conflictos territoriales en España mientras lograba «apaciguar» al nacionalismo. Un plan sin fisuras.

Sánchez aceptó la trampa a sabiendas de que ceder es inviable porque el independentista tipo es ese eterno insatisfecho en su impotencia, pero no tenía otra alternativa para consolidar su liderazgo desde Moncloa para futuras elecciones. Por eso, las inútiles ofertas de diálogo y «apaciguamiento» solo han sido la coartada para que transcurra el tiempo en la confianza de que el independentismo, desmoralizado, se rompa en mil pedazos.

Sánchez diseñó una calculada equidistancia política entre la intervención del Estado en Cataluña –ha descartado la reactivación del 155– y la proclamación de una república independiente. Creyó que una imagen neutra de moderación constructiva iba realmente a templar los ánimos de un separatismo descabezado y enfermizo , a la espera de que los meses, el Tribunal Supremo o la «radicalización» de PP y Ciudadanos le consagrasen como única opción política razonable en la España de los extremos.

Pero nada le ha salido bien a Sánchez, ni siquiera su Gobierno de diseño. Torra ejerce de chantajista amenazador. El PNV avisa que su paciencia se agota , y el PSC ni siquiera ha presentado un solo papel para una reforma estatutaria, aunque fuese un gancho retórico y propagandístico para tomar la iniciativa en una Cataluña bloqueada. Sánchez no es un ingenuo y sabía de antemano que cualquier oferta legal y legítima para resolver el conflicto de Cataluña sería una pérdida de tiempo que él, paradójicamente, aprovecharía para ganarlo con su estética presidencial. Pero ni siquiera el señuelo de recuperar la comisión bilateral con Cataluña y asignar a la Generalitat 1.400 millones extras ha servido para su causa.

Tampoco es competente para liberar a los políticos presos y solo ha conseguido enfrentar al Gobierno con el Tribunal Supremo o el Senado, mientras su equipo se descompone en luchas intestinas antes de tiempo. Y Susana Díaz, García Page, Fernández Vara, Lambán… hasta Felipe González … Todos han comenzado a desafinar sin rubor en la orquesta de Sánchez, temerosos de que su empecinamiento en un «diálogo» irreal con el separatismo les arrastre en las urnas. La duda no es cuándo convocará elecciones. Eso es solo morbo político-mediático. La duda hoy solo es quién querrá asumir la culpa de que Sánchez caiga: Podemos, el independentismo o el PNV.

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