Doña Cristina e Iñaki Urdangarín, a la salida del juicio por el caso Nóos en Palma de Mallorca
Doña Cristina e Iñaki Urdangarín, a la salida del juicio por el caso Nóos en Palma de Mallorca - EFE

La Infanta, absuelta por el tribunal, pero no por la historia

El Rey consiguió con sus medidas que el daño ocasionado a la Corona fuera temporal

Madrid Actualizado: Guardar
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Doña Cristina fue ayer absuelta por la Audiencia de Palma de Mallorca, pero lo que no conseguirá esa sentencia es exculpar a la Infanta del daño que el caso Nóos ha provocado a la Corona. Un daño que pasará a la historia porque contribuyó, junto a otros errores personales, a la abdicación de Don Juan Carlos, y que obligó al nuevo Rey a estrenar su reinado con cortafuegos y medidas internas extraordinarias para proteger a la Institución y poner fin al desgaste.

Cuando estalló el caso Nóos, Don Juan Carlos y Doña Sofía trataron de establecer una diferencia entre su deber como Reyes y su actitud como padres. De esta manera, apartaron a la Infanta de toda actividad institucional, pero siguieron arropándola como padres.

Sin embargo, la opinión pública no percibía esta diferencia con tanta claridad y recibía un mensaje contradictorio cuando le llegaban fotos de Doña Sofía con los todavía Duques de Palma en Washington, o de la Infanta Cristina y su marido visitando a Don Juan Carlos en el hospital.

A diferencia de Don Juan Carlos y Doña Sofía, Don Felipe dejó claro desde un principio que antepondría su responsabilidad como Rey a sus afectos como hermano, por muy doloroso y amargo que fuera el trago. Y ocurrió algo que nunca se pudieron imaginar hasta que estalló el caso Nóos: la Infanta Doña Cristina no estaría presente ni en la abdicación de Don Juan Carlos ni en la proclamación de Don Felipe.

La prioridad del nuevo Rey era devolver a la Corona «la autoridad moral necesaria para el ejercicio de sus funciones». Y, para ello, en su discurso de proclamación, se comprometió a «velar por la dignidad de la Institución, preservar su prestigio y observar una conducta íntegra, honesta y transparente». Un mes después, anunció una serie de medidas renovadoras de la Monarquía, que incluían la prohibición a los miembros de la Familia Real de trabajar en empresas públicas y privadas. Una medida tendente a evitar nuevos casos Nóos en el futuro.

En aquel momento, la Infanta Cristina y su marido, Iñaki Urdangarín, igual que Doña Elena, habían dejado de ser miembros de la Familia Real tras el relevo en la Corona, en aplicación de un real decreto de 1981, que limita la Familia Real al Rey, su consorte, sus ascendientes y descendientes.

Nunca quiso renunciar

Y no había transcurrido el primer año de su reinado, cuando Don Felipe tomó la decisión más dolorosa: revocar a su hermana el Ducado de Palma de Mallorca que su padre le había otorgado. Pero, ni siquiera en esa ocasión, la Infanta estuvo a la altura de las circunstancias, y trató de arrebatar al Rey el doloroso mérito de la revocación del título haciendo creer que ella se había adelantado con su renuncia. De lo que Doña Cristina nunca quiso hablar fue de la renuncia a los derechos dinásticos, una decisión que depende exclusivamente de ella y que nadie le puede arrebatar.

Ayer, con la absolución de la Infanta y la condena de Urdangarín, la Corona cerró uno de los capítulos más duros de su historia reciente. El único efecto positivo para la Institución ha sido el alto nivel de autoexigencia con el que ha respondido el Rey. Pero aún queda una imagen muy dura de contemplar desde el Palacio de La Zarzuela: el ingreso del cuñado del Rey en prisión. Urdangarín lleva seis años de pena de telediario, pero aún no ha empezado a cumplir condena.

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