Iceta, el condonador

El líder del PSC corre el riesgo de regalar votos a Ciudadanos cada vez que reivindica ese engañoso constitucionalismo «zero» y condonador que tanto le hace bailar

Miquel Iceta durante un acto de campaña este miércoles en Sabadell EFE
Manuel Marín

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Miquel Iceta empezó su campaña apelando a la condonación de toda la deuda de Cataluña, y ha llegado al ecuador reclamando la condonación de las hipotéticas penas a que sean condenados los independentistas imputados. Ahora solo queda por resolver qué nueva condonación planteará como sorpresa de fin de campaña. Algo improvisará. Sin embargo, en ambos casos ha arrojado sal sobre la eterna herida del PSOE por más que Iceta se haya convertido en una especie en extinción digna de ser protegida por el partido a base de equilibrios artificiales y de esa sistemática ambigüedad que tan pésimos resultados ha dado al PSC.

Pretender la concesión de un futuro indulto a Puigdemont y Junqueras es una opción legítima, pero presupone de antemano su condena preventiva. Iceta ya los ha encarcelado. Por eso, más allá de burdas tácticas de campaña para demostrar su evidente equidistancia entre constitucionalismo y el independentismo, a Iceta quien realmente le resta horas de sueño es Inés Arrimadas porque, en el ideario colectivo, los «ninots» que pretende indultar el PSC están amortizados. Y ser condescendiente con el derrotado vende bien. Iceta arrancó con vigor y se ha estancado. Por eso, la búsqueda de separatistas frustrados que dejen de confiar en ERC y en el PdeCat es una tentación. Pero también un error.

En el fondo, Iceta no solo quiere encarnar ese buenismo aglutinante de votantes sin rencor que perciban al PSC como la opción capaz de erigirse en un respetable árbitro entre extremos en conflicto. Pretende de facto derogar los artículos del Código Penal que castigan la rebelión y la sedición, porque en esa burbuja de nuevo catalanismo «cool» y aséptico que aspira a liderar son delitos que solo pueden cometer «espadones» del XIX, carlistas revenidos, nostálgicos de José Antonio, y «fachas» de un franquismo redivivo, que son todos los que aún mantienen banderas de España en sus balcones o visten tirantes rojigualdas. En cambio, si los comete un separatista con ínfulas de demócrata de toda la vida, un izquierdista empachado de «derechos sociales» en cada frase, un populista radical que legitima la okupación como un derecho, o un simple prófugo con bufanda amarilla… entonces no hay sedición alguna. Ni golpe de Estado.

Iceta nunca debió ideologizar el Código Penal para sacar rédito electoral. Del mismo modo que se acusaba a Rajoy de fabricar separatistas cada vez que hablaba antes de aplicar el 155, Iceta corre el riesgo de regalar votos a Ciudadanos cada vez que reivindica ese engañoso constitucionalismo «zero» y condonador que tanto le hace bailar.

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