Ni diez millones de recompensa lograron la delación de Carvajal

La mujer que le dio cobijo, solicitante de asilo y sin oficio conocido, se negó a entregarle horas antes de la detención

La Policía lo halló agazapado con un cuchillo; llevaba ocho meses en ese piso. «Ese fue mi error», admitió

Imagen de la detención de Hugo Carvajal Policía Nacional / Vídeo: Detenido en España el prófugo venezolano Hugo Armando Carvajal, alias 'el Pollo' - Atlas

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El día que la Policía llegó al chalet del 'Pollo' en Pozuelo de Alarcón (Madrid) para detenerle y se había fugado -noviembre de 2019-, hubo una reunión de crisis en la Comisaría General de Policía Judicial. E loy Quirós, entonces al frente, fue muy claro: «Quiero prioridad». La presión estaba en el ambiente. Cuando la Audiencia Nacional denegó extraditar a Hugo Carvajal, otrora jefe de la Inteligencia de Hugo Chávez, bajo la premisa de que EE.UU. lo reclamaba con una «motivación política», se desató una tormenta diplomática que si bien se palió en parte cuando recurso mediante, la Sala de lo Penal revirtió la decisión, se acabó enquistando una vez el afectado se enteró antes de tiempo y desapareció sin más.

Pero aquel día de hace un año y diez meses, los agentes de la Sección de Fugitivos se apartaron del ruido -la sospecha de un chivatazo sigue ahí- y empezaron a moverse. Casi desde el principio han trabajado codo con codo con la Agencia Antidroga de Estados Unidos, la DEA, para quien Carvajal, al que acusan de narcotráfico con organización terrorista, era su bestia negra; el hombre más buscado. Se pagaba a 10 millones de dólares la pista certera que desvelase su paradero.

Las noticias de su rastro llevaron al equipo mixto de 'cazadores' a Andorra, a Valencia, a Salamanca, a Galicia y a otros países a golpe de diversos informantes. Pero 'El Pollo' no estaba viendo mundo, sino dentro de la M-30, a menos de cuatro kilómetros del despacho donde se escudriñaba su fotografía, encerrado en el piso de su amiga Astrid Carolina, venezolana, mantenida por él y su único contacto con el exterior durante al menos la última y definitiva etapa de su fuga.

«Nunca he salido de España; me cambiaba de piso cada tres meses, salvo esta última vez que llevo ocho meses aquí. Ese fue mi error», contó a los policías el jueves por la noche, tras su detención. Aún está por contrastar que su relato sea veraz, como la parte en la que explicó que no había tenido contacto físico alguno con su familia, ni la ex ni la actual, toda afincada en Madrid, desde el día que decidió esfumarse.

Cartas había, para ellos y para trabajar con sus abogados el modo de parar la entrega y siempre mediante intermediarios. Carvajal, cuentan en su entorno, siempre fue un hombre que inspiraba lealtades y algunas están en España, hogar de una importante comunidad venezolana. En esos fieles debía estar Astrid Carolina. A unas horas de tirar la puerta abajo del piso que tenía alquilado desde antes de acoger a Carvajal, l os agentes la pararon cuando salía del portal. Le pidieron colaboración. Le recordaron que había 10 millones de dólares en juego. Aunque al inicio parecía dispuesta a dejarles entrar, titubeó. Al final, nada dijo, nada quiso saber y algo tenía claro: Si quieren cruzar el umbral, iban a necesitar una orden.

Su guardiana pidió asilo

Ella no fue detenida. Los agentes eran conscientes de que podía dar el 'queo' y tomaron posiciones. La caraqueña no tiene oficio ni beneficio conocido y de ella apenas consta que es solicitante de asilo en España desde 2019. Los investigadores presumen que la mantenía Carvajal por los servicios prestados. Su rastro digital en Venezuela sólo lleva a un litigio antiguo con una clínica privada, pero el número de identidad que aparece en la resolución del tribunal, en el censo electoral venezolano aparece asociado a un varón que no se apellida siquiera como ella.

Con todo, la inteligencia estadounidense había dado con su nombre y la zona en que podía estar ayudando a Carvajal, un modelo de coche que quizá conducía y una matrícula. Había que afinar más, sobre todo después de meses monitorizando sin suerte otras viviendas, cuentan los investigadores.

No fue fácil llegar hasta su portal, el 123 de la calle Torrelaguna, un bloque residencial de dos escaleras, cuatro letras por planta y diez alturas. En ese intercambio continuo de información la DEA había alertado en junio de que Carvajal podía esconderse bajo abrigo de Astrid Carolina en la zona de Arturo Soria . Solo la calle es una de las vías más largas de la capital y ella no tenía un inmueble a su nombre, sino un contrato de alquiler.

Fue hace tan sólo unas semanas cuando localizaron el bloque, según explican a ABC fuentes de la investigación. Pero las vigilancias no detectaban al fugitivo. Nadie le vio salir ni entrar o asomarse siquiera por una ventana y la mera pista de inteligencia americana no bastaba para conseguir el permiso de un juez y tirar la puerta abajo . Tenían además una información que pesaba en su contra: no es que pudiese ir disfrazado, es que podía haberse sometido a cirugía.

Ante la posibilidad de que en cualquier momento volviese a esfumarse y las dudas sobre si contaría con un plan de evacuación, como una puerta trasera o un piso colindante, y considerando incluso que se atreviese a saltar por la ventana, el equipo conjunto del Grupo II de Fugitivos y los enlaces de la DEA trazó su estrategia final. Asegurar la propiedad del piso y la identidad de la inquilina, bloquear cualquier salida posible e ir a por Astrid Carolina.

Para cuando le dieron el alto y le recordaron la recompensa, ya habían confirmado por teléfono con la propietaria que arrendaba la vivienda a una venezolana. Solo a ella. No sabía de nadie más. El conserje facilitó llaves de todos los accesos del edificio, hasta del cuarto de las basuras y por orden de la dueña, también de la vivienda. Y esperaron. Y se dieron cuenta de un detalle. Cuando ella salió esa mañana las persianas quedaron bajadas y más tarde, se veían subidas . Una cabeza pareció asomar tras un cristal. Estaba claro que 'El Pollo' les había visto. Lo bueno es que ellos también a él. Era la hora.

Solicitaron autorización al juzgado de guardia, el de Instrucción 15 de Madrid. Requirieron a las UIP para ejecutar el acceso. Y el conserje, estupefacto con el despliegue. Al llegar a la vivienda, intentaron abrir con la llave. Estaba cerrada por dentro . Se oía trastear. Más nervios. Quizá se estaba fugando. ¿Tendría una habitación de pánico? ¿Estaría armado? ¿Astrid Carolina le había avisado ya?

El ariete tira la puerta -marco incluido- y la unidad de intervención se hace con el pasillo. Es un piso amplio, con varios dormitorios. Una puerta. «¡Nada!». Otra puerta. «¡Nada!». Y otra. «¡Nada!» . La tensión estaba en el rellano. El «quiero prioridad» de un año y diez meses antes concentrado en sesenta segundos de espera en un grupo de hombres que no podía descartar que se les hubiese escurrido entre las manos. Última puerta: «¡Al suelo!». Sí. Ese hombre en chándal con gesto desolado era él. El poderoso Hugo Carvajal, que ante el estruendo, había echado a correr cuchillo en mano a la última habitación del piso.

No blandió el arma ni opuso resistencia. Estuvo tranquilo y ya en comisaría, -primero fue trasladado a Canillas y después, a Moratalaz- dio algún detalle del periplo, como que en todo este tiempo no había visto a su familia, que llevaba ocho meses en ese piso -«ese fue mi gran error»-, admitió, y que antes había cambiado de escondrijo cada tres meses. Sin pisar la calle. «Ha vivido en una prisión autoimpuesta», señalan fuentes policiales. Ayer fue trasladado a los calabozos de la Audiencia Nacional y anoche ya pasó sus primeras horas en el módulo de funcionarios de la cárcel de Estremera.

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