Ada Colau se pilla los dedos en Barcelona con el franquismo

La política de gestos y de memoria histórica se vuelve en contra de la alcaldesa

BARCELONA Actualizado: Guardar
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Con más gestualidad que gestión, el mandato de Ada Colau al frente del Ayuntamiento de Barcelona se ha caracterizado por una política pirotécnica. Como denuncian los grupos de la oposición, mucho ruido en forma de decisiones efectistas y pocas nueces en forma de mejora de la vida de los barceloneses.

El último episodio se vivió la noche del pasado jueves, cuando en una escalada de actos vandálicos, una estatua ecuestre de Franco –que se exhibía decapitada dentro de una exposición crítica con la presencia de vestigios de la dictadura en el espacio público– acabó literalmente por los suelos. Antes que eso, la estatua había sufrido pintadas, lanzamiento de huevos y de pintura y hasta la colocación encima de una cabeza de cerdo y una muñeca hinchable.

Un «happening» que acabó de la peor manera.

Después de un inicio de mandato en el que la medida más llamativa fue la retirada del busto del Rey Juan Carlos I del salón de plenos –dentro de un programa de depuración de los símbolos borbónicos en la ciudad–, paradójicamente la alcaldesa se ha acabado pillando los dedos con otro asunto simbólico, en este caso en base al muy sensible recuerdo del franquismo: la memoria histórica como material inflamable.

Nostálgicos y secesionistas

Lo curioso en este caso es que las protestas no solo llegaron de manera previsible por parte de los nostálgicos de la dictadura –la fundación Francisco Franco condenó el escarnio sufrido por la estatua del general–, sino, de manera principal, desde el campo independentista. En lo que tiene mucho de política de desgaste contra el consistorio presidido por Colau, grupos secesionistas –en la misma onda de los que criticaron el pregón de fiesta mayor del escritor Pérez Andújar–, condenaron que la exhibición del Franco decapitado se hiciese en el centro cultural del Born. Azuzados por los grupos municipales de CiU y de ERC, defienden el carácter casi sagrado de este espacio, en el que se conservan los vestigios de la ciudad arrasada durante el sitio de 1714. Para el independentismo, una afrenta imperdonable a la memoria de quienes defendieron la ciudad del asedio de Felipe V a través de la figura de Franco. El Ayuntamiento, en su momento ufano por haber organizado una exposición de tono antifranquista, veía cómo se incendiaba una polémica que, en buena forma, debe leerse en clave de política catalana.

Las insinuaciones de que Colau en el fondo viene a ser una «franquista camuflada» no son más que el reflejo de la inquina de un independentismo que no lleva nada bien que la alcaldesa no pase con entusiasmo del soberanismo –favorable a una consulta– al secesionismo explícito. Desde el entorno de la alcaldesa se sugería a CDC que antes de protestar por la exposición de un Franco decapitado –«ninguna apología de la dictadura», se ironiza– cuestionen a su alcalde en Tortosa, favorable a mantener una estatua franquista en la ciudad.

Decapitado

Sea como fuere, lo cierto es que la política de gestos y de manoseo de los símbolos por parte de la alcaldesa le ha acabado estallando en las manos. A derecha e izquierda, todos los grupos municipales a excepción del PSC –dentro del gobierno–, exigieron ayer dimisiones a cuenta de la muestra.

La imagen de la estatua de Franco por los suelos es en cualquier caso el último episodio de una escultura de trayectoria azarosa. Antes de ser derribada, la estatua se guardaba en un almacén municipal donde en 2013, como adelantó ABC, sin forzar la puerta y empleando un soplete o sierra radial, alguien le sustrajo la cabeza.

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