Colau nunca quiso la Agencia del Medicamento en Barcelona

Como «sus bases» detestaban el EMA, la alcaldesa decidió «no hacer mucho ruido»

Vídeo: Barcelona pierde la sede de la Agencia del Medicamento ATLAS
Mayte Alcaraz

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Ada Colau gobierna Barcelona por méritos impropios. El PSC, perdida cualquier opción, se rindió hace casi tres años a una lideresa populista, venida a más gracias a la corrupción estructural en el partido de Artur Mas y a una crisis económica brutal cuya peor cara fueron los terribles desahucios, una constante en las ejecuciones hipotecarias que parecieron multiplicarse en aquellos años gracias al eco que encontraron en las televisiones que exprimieron la angustia de las víctimas de la recesión.

A ella el activismo camisetero le sirvió para ostentar la dignidad mayor de un barcelonés y embolsarse 100.000 euros al año (la retribución más alta, con la de Manuela Carmena, de los alcaldes de España). El esfuerzo personal y la meritocracia los ha sustituido por un neocomunismo adolescente que se compadece poco con la edad de Ada y sus concejales, más cerca ya de la tarjeta Oro de Renfe que de los calcetines cortos. Por eso cuando llegó al Consistorio dejó claro en reuniones privadas que «no había que hacer mucho ruido» con la Agencia Europea del Medicamento «porque a nuestras bases no les hace gracia» que venga a Barcelona.

Así pues, y con la inestimable ayuda de sus amigos independentistas, la segunda ciudad más importante de España ha perdido la oportunidad histórica de albergar este organismo continental mientras su señora alcaldesa parece sentir una íntima satisfacción, aunque no se haya resistido a echar la culpa al Estado. Para no importunar a «las bases», ese nuevo cuerpo político, oscuro e infalible, al que atienden los alcaldes «del cambio» más que a los vecinos que les pagan, Colau ni siquiera viajó el 18 de octubre a Bruselas, donde el Gobierno español defendió la candidatura. Esas bases que desprecian cuanto desconocen, que chapotean en el resentimiento contra quienes basan su vida en el camino del esfuerzo y el trabajo, que miran por encima del hombro al resto que no abonan la cultura de los «ninis», esas «bases» son, para escándalo de la mayoría, los sujetos jurídicos de la acción de gobiernos que pagamos todos.

La rancia ideología de repartir las miserias manda ahora sobre los intereses de los ciudadanos. Ni siquiera Colau o Carmena priman a sus votantes, lo que sería una miope pero indisimulable vocación de casi todos los políticos. Ahora la moda es mirar a «las bases», un ente amorfo en el que se esconden frecuentemente resentidos sociales que no han pegado chapa en toda su vida, ni cotizado un euro a la Seguridad Social, que dedican la mayor parte del día a envidiar el éxito ajeno o a abjurar del confort conseguido por aquellos que echan más de diez horas en la oficina o en el andamio.

Pedro Sánchez también se apuntó hace unos meses a gobernar para «las bases» cuando se negó a desatascar la legislatura pasada bloqueando que el líder del partido más votado fuera investido presidente. Afortunadamente, luego entendió ante el desafío catalán que más que a «las bases» había que atender al interés de todos los españoles. Por eso Colau defiende la independencia de Cataluña, por mucho que lo enmascare de ambigüedad, porque «las bases», «sus bases», son devotas del «cuanto peor, mejor»: ni inversiones, ni prosperidad, ni progreso, ni Europa vestida de Agencia del Medicamento. El objetivo es igualar a todos por abajo, en ese territorio antisistema en el que no hace falta currar para llenar la nevera. Esas «bases» que, si los catalanes no lo remedian, decidirán el 22 de diciembre el color de la nueva Generalitat y nadie duda que será soberanista.

Contra el turismo también

Esas «bases» son las mismas que han apedreado al turismo en Cataluña, industria que ha colocado a Barcelona en lo más alto como la segunda ciudad más visitada de Europa después de París. Esas «bases» también han decidido acabar con el coche privado en Madrid, sin más alternativas que el mítico «arréglatelas como puedas». Las mismas «bases» que podrían cargarse el Mobile World Congress, el salón más importante del mundo a nivel tecnológico. Es la última moda: tomarle la temperatura a «las bases» mientras los médicos, los hospitales y los medicamentos con los que atendemos a «las bases», los pagamos los demás. Los que no somos «las bases».

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