Álvaro Delgado-Gal - ENQUIRIDIÓN

Nuevos hechos, vieja política

Sánchez tendrá que revisar sus alianzas en el Gobierno y sus apoyos parlamentarios

Álvaro Delgado Gal

Álvaro Delgado Gal

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La invasión de Ucrania lo ha trastornado todo. Existe un enemigo exterior, ese enemigo es brutal, y lo que parecía seguro se ha vuelto frágil. Lo mismo que en la Guerra Fría, se instalarán las cautelas, las repugnancias, las exclusiones, a que espontáneamente se entregan los hombres en momentos históricamente excepcionales. ¿Se imaginan al presidente apoyándose en ministros que de forma explícita o por omisión están más próximos a Putin que a la OTAN? ¿Mejoraría el concepto que Biden tiene de Sánchez si este sigue con Ione Belarra al flanco? En ambos casos, la respuesta es ‘no’. A todo esto, se añade la economía.

Europa ha iniciado un rapidísimo proceso de mancomunización, y cada vez será menor la libertad de un país cualquiera para hacer de su capa un sayo. Va ser especialmente dura la fiscalización del gasto social. El Gobierno, por ejemplo, ha subido tres veces el salario mínimo. No podrá volver a hacerlo. Ha indiciado las pensiones; aguarden un poco, y verán cómo da marcha atrás y las desindicia. Para colmo de desdichas, ha estallado la inflación, que va para más largo (y más recio) de lo que se pensaba. El BCE está estudiando cómo conciliar el control de los precios con providencias orientadas a no estrangular el crecimiento. Aunque el BCE procurará eludir políticas de choque, podemos dar por descontado una subida los tipos y un recorte enérgico de la compra de deuda. Tal vez reciban un trato algo distinto los países vulnerables: España, Italia, Portugal y Grecia. Ahora bien, incluso si eso ocurre, las ayudas experimentarán un retroceso notable.

Este escenario resulta objetivamente inaceptable para partidos con el perfil de UP, Esquerra o Bildu. La crisis está cantada, o casi: Sánchez tendrá que revisar sus alianzas en el Gobierno y sus apoyos parlamentarios. Es cierto que la renuencia de los ministros de UP a separarse de sus despachos oficiales está siendo tenaz, por utilizar un eufemismo. De hecho, raya con lo sorprendente que los colegas de Pablo Iglesias no hayan imitado a su antiguo jefe y presentado la dimisión. Pero al cabo se consumará la ruptura. Dos razones abonan esta hipótesis. La primera es que, cuanto más se alargue la legislatura, menos interesará a los ministros de filogenia comunista seguir amarrados al cargo. ¿Por qué? Porque solo podrán enfilar las elecciones con la esperanza de conservar el escaño si desatan el nudo a tiempo y se dan margen para ejercer la demagogia en un país desarbolado y descontento. En segundo lugar, Sánchez va a necesitar un acuerdo de mínimos con el PP, acuerdo problemático si sigue unido a UP y, no digamos, a los secesionistas. La coyunda terminará disolviéndose por el desistimiento de unos y otros.

T odavía es más difícil la situación para la derecha . El PP se enfrenta a dos problemas. El primero es Sánchez, cuya palabra pesa lo que un milano en primavera. El segundo, es Vox. ¿Qué hará Vox? ¿Sacrificará su dinámica ascendente a los intereses generales, o intentará pescar en río revuelto? La pregunta es relevante. Y las respuestas, conjeturales.

Alarma, en definitiva, la disparidad entre los recursos políticos objetivos, el poco tiempo disponible, y el mal estado de las cosas en general, un mal estado que la guerra agrava pero que tiene su causa principal en factores anteriores y endógenos. Baste el siguiente dato. Si, yendo de más a menos, se suma, al pago de las pensiones, el del personal adscrito a las administraciones públicas (central y autonómicas) y lo que cuesta la cancelación de la deuda, alcanzamos un 70% del presupuesto. El cálculo no es riguroso, pero la cifra viene a ser más o menos esa . Cuando se agregan otras partidas, verbigracia, los costes de sanidad no ligados a los salarios, el gasto cautivo se eleva al 80%. El país está gripado. Es urgente, es más, urgentísimo, que las actitudes cambien. Que por fin lo hagan, es harina de otro costal.

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