José Antonio Pastor e Idoia Mendia, en sus escaños del Parlamento vasco
José Antonio Pastor e Idoia Mendia, en sus escaños del Parlamento vasco - efe

El acuerdo con el PNV da oxígeno a un PSE en situación agónica tras el 25-S

Patxi López fue lendakari hace solo cuatro años y ahora el socialismo es cuarta fuerza con el 11,9% del voto

Madrid/ Bilbao Actualizado: Guardar
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Han pasado 30 años desde que el PSE del difunto Txiki Benegas se beneficiara de la traumática escisión entre el PNV y Eusko Alkartasuna para alzarse con el primer puesto (19 escaños) en aquellas atípicas elecciones autonómicas de 1986. Fue el momento de máximo esplendor de un socialismo vasco, que acababa de obtener el 22,05% de los votos amparado por la hegemonía de Felipe González en toda España. Pero, con ETA matando y una mayoría nacionalista abrumadora -EA había logrado en esas elecciones 13 escaños, lo mismo que HB-, González se lo pensó dos veces. No quiso desestabilizar más ese territorio y ordenó ceder la lehendakaritza a José Antonio Ardanza, a cambio de un gobierno de coalición. El primero.

El resto de la historia es conocida.

Comenzaron doce años de entente entre ambos partidos que Nicolás Redondo Terreros rompería en julio de 1998, cuando el PNV se «echó al monte» suscribiendo el «Pacto de Estella» con Herri Batasuna y ETA. A partir de ahí, la relación entre socialistas y peneuvistas ya nunca ha vuelto a ser la misma. El PNV comenzó una larga recuperación, en parte por el declive electoral de EA y la izquierda abertzale provocado por el «plan Ibarretxe», y en parte, también por la debilidad del PSE.

Rechazo a Mayor Oreja

Fueron años de máximo potencial del PNV, que llegó a lograr 36 escaños en 2001 en coalición con EA y por rechazo a la candidatura «constitucionalista» de Jaime Mayor Oreja apoyada por Redondo Terreros, pero la posterior tensión con los gobiernos de José María Aznar, inusitada por sostenida en el tiempo, acabaría pasándole factura. Desembocó en el desalojo de Juan José Ibarretxe de la Lendakaritza tras las elecciones de 2009, en parte por el fracaso de su plan soberanista al pasar por las Cortes, pero, sobre todo, por la ilegalización de la entonces Batasuna. Los 30 escaños con los que ganó Ibarretxe aquellos comicios ya no le sirvieron para gobernar porque el PSE aumentó su representatividad en el Parlamento Vasco hasta los 25 escaños, con un nunca antes conseguido 30% de los votos, y sumó con el PP.

Antonio Basagoiti apoyó los cuatro años de López como lendakari sin nada a cambio. Fue una legislatura contradictoria porque ETA dejó las armas y lo lógico habría sido que López hubiera rentabilizado ese hecho histórico, pero la crisis empezó a pasar factura a todos los actores políticos del sistema nacido en la Transición. Y además, Sortu y Bildu, herederas de Batasuna, volvieron a las instituciones. Así que en los comicios de 2012, el PSE cayó de los 25 diputados a solo 12 (18,89% de voto), entrando en una fase de irrelevancia con episodios sintomáticos como el cierre de alguna Casa del Pueblo en una tierra vasca que siempre fue generosa con el socialismo; no tan decisoria como Cataluña y el PSC, pero sí dotada de un peso específico que hizo posible en 1974, en el ya histórico último congreso del PSOE en el exilio, en Suresnes (Francia), el acceso de Felipe González a la Secretaría General en virtud del llamado «Pacto del Betis» (de los socialismos vasco y andaluz en el interior).

Esos escuálidos doce escaños que logró López en 2012 forzaron su marcha de la secretaría general del PSE, dando paso a una Idoia Mendia que ha mantenido acuerdos de colaboración con el PNV y no solo para mantener a Íñigo Urkullu como lendakari, sino en las tres diputaciones forales y en los ayuntamientos.

Podemos, el golpe definitivo

La irrupción de Podemos en las elecciones del pasado 25 de septiembre (14,76% de voto y 11 escaños) ha sido la puntilla para un PSE (11,92% y 9 escaños) amenazado incluso en su supervivencia por la desaparición de las generaciones que lo apoyaron. Es por eso que sus cuadros defienden este gobierno de coalición con el PNV, por más que augure puntos de fricción con el resto del PSOE a cuenta del «derecho a decidir». Alegan necesidad de resucitar una sigla a la que hoy por hoy le quedan poco más de 5.000 afiliados de los más de 10.000 que llegó a tener en los momentos de esplendor de los años 80 y 90;, cuando Felipe González y Alfonso Guerra llenaban pabellones en Bilbao y sobre todo en Baracaldo y la margen izquierda del Nervión.

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