Un año de acoso al Rey

La Corona ha demostrado ser la única institución independiente con fuerza y arraigo suficientes para afrontar el asedio al Estado

Numerosos ciudadanos se congregaron el viernes para saludar a don Felipe Ep

ALMUDENA MARTÍNEZ-FORNÉS

Nunca antes en la historia reciente de España, un Rey había estado sometido a un acoso tan agresivo y organizado como ahora. Ya no se trata de la discrepancia natural que, durante años, habían mantenido los republicanos y los separatistas dentro del sistema democrático; ahora se trata de una campaña de desprestigio contra el Rey en la que todo vale . Las descortesías y los abucheos han dejado paso a la descalificación, los escraches, los insultos y las mentiras.

La tormenta perfecta empezó a gestarse tras la crisis económica, cuando el Parlamento se fragmentó y solo fue capaz de formar gobiernos débiles, situación que aprovecharon los separatistas y los antisistema para intentar romper la unidad del país y destruir el orden constitucional de 1978.

En esas circunstancias, la Corona demostró ser la única institución independiente con fuerza y arraigo suficientes para hacer frente al asedio al Estado. Pero, además, el Rey tenía muy claro cuál debía ser su papel ante esos ataques. Por un lado, él es el símbolo de la unidad y permanencia del Estado y, por otro, Don Felipe había jurado en dos ocasiones la Constitución –la primera, cuando alcanzó la mayoría de edad y la segunda, cuando fue proclamado Rey– y ahora estaba dispuesto a «cumplirla y hacerla cumplir», aunque ello le convirtiera en el principal adversario de los separatistas y antisistema. En esta ocasión, el Rey no podía ser neutral entre quienes defendían la ley y los que se habían propuesto incumplirla . En cuanto al sistema de 1978, Don Felipe siempre ha manifestado que las cuatro últimas décadas han sido la etapa de paz, libertad y prosperidad más larga de la historia reciente de España, aunque ha dejado la puerta abierta a que se corrijan algunos errores.

Situaciones de tensión

Aunque el Rey está resistiendo bastante bien la campaña de acoso de separatistas y republicanos, en Zarzuela son conscientes de que a la Corona no se le debe someter a este tipo de tensiones durante mucho tiempo. Además, consideran que en esta situación la Jefatura del Estado no tiene otra opción más allá que defender la Constitución vigente en cada momento. Y asumen que esa defensa de la ley supone afrontar algunas situaciones incómodas y otras de tensión, especialmente en sus visitas a Cataluña, una comunidad que el Rey continuará visitando en «todas las ocasiones que toque hacerlo» –la próxima el 17 de agosto–, a pesar del acoso de los separatistas y el boicot de sus autoridades.

El Rey volverá ahora a Barcelona al cumplirse un año de los atentados terroristas. Aquel momento marcó un antes y un después en el acoso a la Corona. Fue el 27 de agosto del año pasado cuando Don Felipe se convirtió en objetivo de la ira independentista como no se había visto nunca antes. En aquella manifestación no se lloró por las víctimas. Los separatistas habían preparado una encerrona contra el Rey. La idea, descabellada pero que funcionó en la psicología separatista, era convertir a Don Felipe en el responsable de los atentados, como se podía leer en las pancartas que le colocaban delante: «Felipe VI, cómplice del comercio de armas», «Felipe, quien quiere paz no trafica con armas» . El Rey tragó saliva y aguantó el tirón, como ha hecho otras veces antes en los abucheos al himno de las finales de fútbol.

Ese día era muy previsible que los separatistas organizaran una encerrona al Rey, pero sorprendentemente nadie la intentó evitar . La situación fue tan tensa que la entonces vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, sufrió un desvanecimiento. La presidenta andaluza, Susana Díaz, no pudo contener las lágrimas y la del Congreso, Ana Pastor, tuvo que contenerse para no responder a las provocaciones.

Esa misma noche, después de la manifestación, el empresario Jaume Roures, presidente de Mediapro y fundador de La Sexta, reunió en su casa de Barcelona a líderes separatistas y antisistema –Oriol Junqueras, Xavier Doménech y Pablo Iglesias–, y de allí salieron con una estrategia común.

Mientras el Parlamento catalán avanzaba en su ofensiva separatista con la aprobación de leyes de «desconexión», las redes sociales empezaron a inundarse de mensajes que propagaban una imagen negativa de España y de Don Felipe, al que calificaban de «Rey franquista». Los mensajes, que tenían su origen en cuentas rusas y eran replicados desde cuentas venezolanas , fueron caldeando el ambiente hasta que el 1 de octubre, día del referéndum ilegal, dieron la traca final e inundaron las redes con fotos falsas de violentas agresiones de las Fuerzas de Seguridad del Estado a ciudadanos. Unos ataques inventados por los que también exigieron al Rey que pidiera perdón como máximo responsable. Una nueva estrategia descabellada pero que en la psicología independentista funcionó.

Cuarenta y ocho horas después del referéndum ilegal y ante el vacío de poder –los constitucionalistas seguían divididos–, el Rey comunicó al presidente del Gobierno su voluntad de dirigir un mensaje a los españoles, y esa misma noche acusó a las autoridades catalanas de «deslealtad inadmisible» y llamó a «asegurar el orden constitucional». El acoso al Rey había empezado mucho antes, pero los separatistas intentan hacer creer que fue Don Felipe el que tiró la primera piedra. Y esta idea empezó a calar incluso entre algunos políticos que hacen peligrosos equilibrios para no manifestarse ni a favor ni en contra.

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