La perra Raisa se deja acariciar por Jorge Verstrynge
La perra Raisa se deja acariciar por Jorge Verstrynge - ernesto agudo
Conversaciones con causa

Jorge Verstrynge: «Pedro Sánchez debe estar más preocupado que IU»

El ex secretario general de Alianza Popular reconoce que siente debilidad por Pablo Iglesias y por Podemos, a quien asesora una vez a la semana

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Verstrynge nos recibe en su casa –rodeado de libros subrayados y de muebles que encontró en la calle– por la que ronda afable Raisa, una bóxer blanca. Es un hombre tranquilo, culto, que si lo provocas, salta ágil y cortante. En Alianza Popular le bautizaron como el «killer» –el asesino–, y tuvo el mérito de su crecimiento espectacular, de 9 a 106 diputados, siendo la mano derecha del «patrón», de Manuel Fraga, cuando era la principal fuerza de la oposición al Gobierno de Felipe González.

El mejor discípulo de Fraga en Derecho Constitucional tuvo como alumno en Ciencias Políticas a Pablo Iglesias. Y «¡por fin!» ha dejado a un lado la «esquizofrenia política» y está orgulloso de ser «el ancianito» de Podemos.

Para entender y conocer a Verstrynge, basta con mirar a una mujer, Mercedes, su compañera y su conciencia social.

–¿Tuvo escarceos con la extrema derecha?

–En política no era nazi. Llegué a ser fascista. Tiene una explicación, nací en Tánger en 1948, cuando comenzaron los procesos de descolonización. El imperio francés, que duraría mil años, empezó a derrumbarse. Hubo millones de europeos que basculamos hacia el fascismo a bombazo limpio. Luego me pasé al nacional bolchevismo, y me llamaban «El Bolchevique».

–¿Influencia de su padre?

–Mi padre fue agente doble durante la II Guerra Mundial. El Gobierno belga le encargó secuestrar a un general de la SS, León Degrelle. Así que montó un comando que se trasladó a Gibraltar, y lo localizaron en Dos Hermanas. La noche antes del secuestro, recibió un telegrama: «Paren la operación inmediatamente». Años después, en una reunión sorpresa cerca de la sede de AP, al abrir la puerta, allí estaba Degrelle. Me dijo: «Pase usted, la esperanza de la derecha». Y me explicó los motivos por los que mi padre no le secuestró…

–¿Cómo consiguió un puesto de tanta responsabilidad tan joven?

–Cuando me nombraron secretario general fue porque nadie quería serlo. Pasaba por un pasillo y Carlos Argos dijo: «¡Este!». Fraga contestó: «Cuidado, que no estoy muy seguro de que este señor piense como nosotros». Mucha gente se preguntó qué hacía un tío como yo ahí. Después de la hecatombe de las elecciones del 79, todos salieron corriendo, menos unos cuantos. Fue una auténtica desolación. Uno se puede ir cuando gana, no cuando pierde. Fraga me dijo: «Hágase usted cargo de la casa. Cuando vuelva, la quiero tener preparada». Y me convertí en su mano derecha, pero porque era lo que le quedaba.

–¿Y el crecimiento espectacular de Alianza Popular al pasar en cuatro años de nueve a 106 diputados?

–Trabajando como un negro. Apliqué el principio de la «guerra total». 365 días sin observar una pausa. Toda la estructura actual del PP es un 80 por ciento la que yo creé. Puse en marcha Nuevas Generaciones. Y además hubo un pacto tácito entre el PSOE y AP, de Felipe y Fraga, de cargarse la UCD. Nos dedicamos los dos a machacar al partido en el Gobierno. Fue cuando Felipe dijo: «A Fraga le cabe el Estado en la cabeza».

–Usted, que venía del fascismo, suprimió a los ultras del partido…

–Con nocturnidad, y alevosía, pero al menos sin desconocimiento. Los secretarios provinciales me pasaban los nombres de quienes querían reorientar el partido más a la derecha, visitaba a las secretarias del fichero con una caja de bombones, me daban sus fichas, que destruía y tiraba en los baños de la sexta planta de Génova. En 48 horas dejaban de existir. Durante mucho tiempo Fraga me dio rienda suelta absoluta.

–¿Cómo era Manuel Fraga?

–«Amar a Fraga es sufrir». Era un animal, su actitud con los subordinados era brutal. Se pegaba unas palizas descomunales, que suscitaban cierta ternura. Tardó en darse cuenta que era más fructífero cinco minutos en televisión que cinco mítines en una provincia. Cuando tocó techo, me preguntó: «¿Por qué la gente no me vota? No robo, quiero a mi país, soy una persona eficaz, podría ser un buen gobernante». Le dije que uno de los temores era su eficacia. «La gente piensa que si usted llega a gobernar terminará con ETA, colgando a un etarra en cada una de las farolas que van desde San Sebastián a Madrid».

–Dijo: «Fraga no podrá decirme nunca: '¿Tú también, Bruto?'». Finalmente, ¿le traicionó?

–Nunca le traicioné. La «Operación Chirac» era su última oportunidad. O ganaba la Alcaldía de Madrid o se retiraba de «lendakari» en Galicia. Hubo mucha gente involucrada, desde Hernández Mancha a Mariano Rajoy. Solo cuatro provincias no se sumaron con sus avales. Hice la operación con su beneplácito, no frente a Fraga, si no hubiera sido un golpe de Estado, incluso me autorizó a filtrarla. Pero el padre de Ruiz-Gallardón, junto a otros del antiguo régimen, le calentaron la cabeza ese verano en Perbes.

–Le destituye Fraga y empieza su acercamiento al PSOE.

–Cuando me fui, Alfonso Guerra me llamó: «Jorge, ¡qué has hecho! Yo controlando la izquierda y tú, la derecha, hubiéramos gobernado este país 40 años». Le dije: «No, mejor tú en la derecha y yo en la izquierda». Sabía que había que pasar un purgatorio. Date cuenta de que mi petición de ingreso en el PSOE es justo cuando Felipe González pierde las elecciones.

–¿Pablo Iglesias le propuso formar parte de Podemos?

–Me pidió ir en las listas como candidato. Le dije que si no había más remedio, en el último puesto. Finalmente no acepté por no meterme en un lío con un determinado sector, unos trotskistas muy minoritarios. Luego, me pidió que estuviera en su primer mitin. Y me enteré de que hubo una conversación dura en el seno de Podemos sobre por qué iba a hablar, si era un «rojipardo». Entonces le llamé y le dije: «¿Te quieren montar un escrache porque voy a hablar en tu mitin?». Así que no fui.

–¿Sigue dando consejos a Iglesias?

–Al día siguiente de ganar moralmente las europeas, le llamé: «Ahora te vas a enterar de lo que vale un peine, se te acabó la fiesta, métetelo bien en la cabecita». No estoy en Podemos, pero soy alguien que está ahí. Una vez a la semana cambiamos puntos de vistas en economía, en política, en materia de comunicación. Estos chiquitos no son unos cantamañanas, son jóvenes, académicos, muy buenos, pero no tienen experiencia política, la irán adquiriendo.

–Al igual que los dirigentes de Podemos, usted también estuvo en Venezuela.

–Podemos ha asesorado a varios gobiernos extranjeros. Venezuela no les apoya, les contrató, porque ellos se buscan la vida. A mí me invitaron a Venezuela como algo casual. Soy especialista en sociología de guerra, y ellos pensaron que lo era en estrategia. Querían que les explicara qué tenían que hacer si los gringos venían. Me preguntó Hugo Chávez: «¿Cuánto vas a cobrar?». Nada.

–Mostrar en un plató una nómina de mileurista como hizo Iglesias, para terminar declarando unos ingresos en el 2013 de 70.000 euros, ¿es doble moral?

–En los temas de pasta no entro. Tengo una cierta debilidad por Pablo, casi filial, no soy imparcial. Es un tío que el dinero le importa un bledo. El otro día hicieron fotografías de su chamizo, de una sola planta. Un ayudante suyo se puso nervioso, y le dije: «¿No te das cuenta? Nos viene caído del cielo. ¡Qué casta ni dos leches! La casta no tiene una casa de 50 metros cuadrados».

–En las generales del 2015, ¿Podemos fagocitará al resto de partidos?

–Pedro Sánchez debe estar más preocupado que IU, y también una parte del PP. Se creen que poniendo a parir a Pode-mos lo debilitan. ¡La gente ya no se traga eso! Los españoles se están enamorando de Podemos. Ya no va a haber revolución, la gente espera para votarlos. Habrá un zambombazo de votos.

Ver los comentarios