Manuel Marín

La perversión de votar a ciegas

«Votar a ciegas, sin saber exactamente para qué será cada voto, es una perversión»

Manuel Marín
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La campaña agoniza entre el mantra de que quien no participa en un debate es por sistema su ganador, y la desesperación por captar votos entre los indecisos. El CIS calculó la cifra de votantes dudosos en un 40 por ciento. Es de suponer que haya descendido mucho, pero nadie sabe en qué cuantía. Sin embargo, sí hay una primera conclusión de esta campaña. Su enunciación parece de perogrullo, pero sus consecuencias son aún una incógnita: siendo, como parece, la legislatura de los pactos que entierren el bipartidismo, resulta un insulto al electorado que ningún votante conozca aún, antes de acudir a las urnas, qué alianzas defenderá cada uno si se cumplen los pronósticos de los sondeos y vence el PP con una mayoría insuficiente.

El votante puede intuir maniobras y pactos oscuros gracias a los antecedentes de las elecciones de mayo. Pero ningún candidato ha dedicado un solo minuto a revelar qué votaría en la investidura del nuevo presidente si resulta que él no es el aspirante más votado. Presumen de lo que no harán -y a menudo engañan-, pero ocultan qué harán.

Exigir conocerlo no es ninguna ingenuidad si, como defienden los partidos emergentes, entramos en una nueva etapa de poder más transparente en la que los usos y costumbres serán muy diferentes a los de la política caduca. Contra el «debate a dos» de Rajoy y Sánchez, Ciudadanos y Podemos han empleado términos despectivos como «viejuno» que no rebelan más que desprecio y prisas por gobernar. Pero poco respeto y coherencia. Denuncian el «y tú más»... incurriendo en él. Más de lo mismo.

Conviene no descartar, por tanto, un gobierno presidido por el segundo o tercer candidato más votado, si la suma entre ambos, y su distancia con el primero -probablemente el PP-, cuadran desde la perspectiva de la moralidad de esa «nueva política», que será sin duda muy laxa y flexible. Sánchez, Rivera e Iglesias están dispuestos a ello sin ganar.

No sería fácil un tripartito con Sánchez o Rivera como presidentes avalados con la abstención de Podemos para visualizar el bautismo de una era nueva. Al contrario, para el PSOE se avecina un proceso de refundación obligada si no alcanza siquiera el centenar de escaños. Pero el PP no las tiene todas consigo en este inminente cierre de campaña. Las dudas son evidentes aun en el hipotético caso de que Rajoy alcanzase los 135-140 escaños que prevén los más optimistas. El PP no lo fía todo a un triunfo con una mayoría minoritaria, ni confía en Rivera, segundo, tercero o cuarto según los días. Génova ve en Rivera a un candidato escurridizo que se ve a sí mismo como próximo presidente. Votar a ciegas, sin conocer exactamente para qué servirá cada voto, es una perversión. Incluso, los transparentes exégetas de la «nueva política» deberían saberlo.

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