Partido Socialista: el último aliento de Moisés

El pabellón está a punto de venirse abajo cuando Sánchez promete el paraíso

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El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez Reuters
Pedro García Cuartango

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Mientras Iceta intenta enardecer a sus bases, que han llenado el pabellón de la Feria de Barcelona, cientos de cabezas expectantes se giran para atrás. Todas las cámaras de televisión apuntan a unas puertas de cristal cerradas. Están protegidas por una superficie de fieltro gris que no deja ver lo que hay detrás. De repente se abren y Pedro Sánchez entra, precedido de media docena de escoltas. La gente ruge. Parece Moisés regresando del monte Sinaí con las tablas de la ley en la mano.

Antes le han precedido un Josep Borrell que acaba de llegar de Ginebra de una reunión sobre el futuro de los Balcanes y un Miquel Iceta, que habla del Muro de Berlín: «No más fronteras, no más divisiones, no más trincheras». Se nota que está en su salsa ante unos incondicionales con los que tiene empatía.

Sánchez apenas puede atravesar el pasillo de un centenar de metros que le conduce al atril, elevado sobre una plataforma circular roja, sobre el que domina la multitud de los miles de personas que se han concentrado para escucharle . Sus seguidores se agolpan para estrecharle la mano y hay a mi lado una señora con lágrimas en la cara. «Soy socialista porque lo aprendí en casa. Vine con mi padre al primer mitin de Felipe González desde Sabadell cuando votamos por primera vez. Y luego he venido con Zapatero, con Rubalcaba y con Sánchez», afirma.

Hay cientos de banderas rojas que se agitan sobre la cabezas cuando el candidato socialista, vestido con una chaqueta y una camisa azul, más propias de Pablo Casado, sube al atril y se dirige a un público enfervorizado que le aplaude y le vitorea.

El pabellón está a punto de venirse abajo cuando S ánchez promete el paraíso . Se subirán las pensiones, se mejorará la educación, se aumentará la inversión pública y España será un país feliz en un mundo perfecto. El público entra en un éxtasis casi místico cuando el líder socialista asegura que prohibirá la Fundación Francisco Franco y que seguirá luchando por restablecer la memoria de las víctimas del régimen del yugo y las flechas.

«Hay que romper el bloqueo . Todos han estado contra nosotros desde las elecciones de abril», asegura Sánchez tras mandar un recado a Pablo Iglesias, al que acusa de aliarse con la derecha siempre que puede. Y mete en el mismo saco a Vox, al PP y a Ciudadanos, a los que identifica como fuerzas que añoran el franquismo.

No hay duda de que todo el discurso de Sánchez, que apenas ha durado un cuarto hora, lo suficiente para salir en el telediario de las nueve, ha estado centrado en la búsqueda de un voto útil que identifica con el centro político y con la España de la moderación que él dice representar. El público entregado le aclama: «Pedro, Pedro, Pedro». Pero da la impresión de que tiene prisa por marcharse, por acabar esta campaña que comenzó el día que anunciaba que no habría investidura. Está visiblemente fatigado, como él mismo ha reconocido, y algunos gestos de cansancio le traicionan, aunque hace un esfuerzo por parecer eufórico mientras suena el himno del PSOE.

El pabellón se va quedando vacío mientras se escucha «Mi querida España», la canción de Cecilia, que encaja perfectamente con el perfil de un público que tiene entre 50 y 70 años. Apenas hay jóvenes y eso se nota demasiado. El PSOE ha envejecido en Cataluña . El contraste es grande con el centenar de jovenzuelos que aguardaban la llegada de Sánchez con una pancarta que proclamaba: «Le llaman democracia pero no lo es».

Están muertos de frío y muestran un escaso entusiasmo, pero su protesta no sirve para nada porque Sánchez entra por otro acceso. Tampoco tienen muchas opciones para molestar a los militantes socialistas que abandonan el recinto porque el número de agentes es sensiblemente superior a los independentistas que gritan: «Presos políticos fuera».

Los operarios empiezan a desmontar el atrezzo y a retirar las sillas mientras los periodistas escriben sus crónicas. Empieza a hacer frío en el pabellón y hay una sensación de vacío , de desolación. Mañana, o sea hoy, es día de reflexión y el resto es silencio.

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