El primo de Darwin y el plagio de las huellas dactilares

Acusaciones, celos y cartas supuestamente no leídas en el descubrimiento de este «código de barras» único en los dedos de cada individuo

Juan Vucetich, caricatura de Cao Wikipedia

Pedro Gargantilla

Cuando en 1888 Jack el Destripador sembraba el pánico en la capital londinense el único sistema vigente de identificación policial que existía en aquellos momentos era el método antropométrico.

Lo había diseñado un policía francés llamado Alphonse Bertillon (1853-1914) y consistía básicamente en detallar en una ficha personal diferentes partes del cuerpo y la cabeza, así como la descripción de marcas individuales, cicatrices y tatuajes.

Bertillon tiene el mérito de ser uno de los primeros en plantear el empleo de métodos científicos y técnicos en la lucha contra el crimen, pero su novedoso sistema no servía para detener a delincuentes sino para detectar a aquellos que eran reincidentes.

Ese hecho tenía cierto interés ya que en el siglo XIX el sistema judicial francés enviaba a los delincuentes contumaces a lugares remotos y calurosos, como la temida isla del Diablo, un reducto en la lejana Guayana Francesa.

El nacimiento de la dactiloscopia

Unos años atrás un médico checo, Jan E Purkinje, investigó las relaciones entre los surcos epiteliales de los dedos y el tacto, pero no maduró suficientemente el hallazgo, siendo incapaz de vislumbrar cualquier tipo de utilidad en el campo de la medicina legal.

A pesar de este «resbalón intelectual» el doctor Purkinje tiene un puesto de honor en la Historia de la Medicina por ser el descubridor de las glándulas sudoríparas.

Henry Faulds Wikipedia

En 1850 un oficial del ejército británico en la India, sir William J Herschel, utilizó las huellas dactilares como herramienta de uso legal para firmar contratos. Fue uno de los primeros usos occidentales de la dactiloscopia, un vocablo que procede del griego daktylos (dedos) y skopein (examen).

Poco tiempo después Henry Faulds, un médico y misionero afincado en Japón, empezó a coleccionar muestras de huellas dactilares de seres humanos y monos. Su meticulosidad llegó hasta el extremo de quemarse sus propios dedos con ácido sulfúrico para demostrar que las huellas dactilares eran únicas y permanentes.

Intentó sin éxito que los funcionarios de Scotland Yard utilizasen la dactiloscopia de forma habitual en sus pesquisas de identificación de criminales. Una lástima, porquequizás ahora podríamos conocer la identidad de Jack el Destripador.

A vueltas con un plagio

Francis Galton Wikipedia

En 1880 Faulds se atrevió a escribir a Charles Darwin para hacerle partícipe de sus conclusiones. Parece ser que el naturalista inglés no prestó la atención que merecía aquella misiva pero tuvo a bien remitírsela a su primo, el también científico Francis Galton.

En 1882 –tan sólo dos años después- Galton publicó el primer libro sobre huellas dactilares («Fingerprints»), en donde subrayaba la relevancia de que son irremplazables y de que no hay dos individuos en el mundo con las mismas huellas.

Cuando Faulds conoció la publicación de su compatriota no dio crédito a lo sucedido y no tardó en acusarle públicamente de plagio, ante lo cual Galton se defendió jurando y perjurando que, a pesar de que Darwin le había entregado la carta, nunca había llegado a leerla.

Faulds era una persona muy vehemente y escribió una carta incendiaria a la revista científica «Nature» reivindicando su papel en el nacimiento de la dactiloscopia, un reconocimiento que, desgraciadamente, no pudo disfrutar en vida.

Al servicio de la policía

Huella digital del pulgar derecho de Francisca Rojas, primera persona condenada por homicidio a partir de sus huellas dactilares Wikipedia

En 1891 Juan Vucetich (1858-1925), un policía argentino, conocedor de la publicación de Galton decidió aplicar esta peculiaridad anatómica en la identificación de criminales, desarrollando un nuevo método policial: las fichas dactilares.

Con una paciencia prodigiosa tomó las huellas de todos los reclusos de la cárcel de La Plata, sentando las bases de un método que rápidamente se extendió por todo el planeta y que mandó al rincón del olvido a la antropometría.

Cuando en 1913 Vucetich visitó París el arrogante Bertillon, como buen personaje flaubertiano, se negó a la saludarle, su hybris le impidió reconocer el éxito metodológico del argentino.

M. Jara

Pedro Gargantilla es médico internista del Hospital de El Escorial (Madrid) y autor de varios libros de divulgación.

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