Las peculiares nubes que podrían predecir terremotos

Chorros de vapor surgidos del interior de la tierra se condesarían sobre la zona donde la tierra va a temblar

Gracias a ellas un químico jubilado alertó del terremoto de Irán en 2003

Madrid Actualizado: Guardar
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El historiador romano Plinio el Viejo se dedicó a estudiar los fenómenos naturales, etnográficos y geográficos, que compiló en Naturalis historia, una “enciclopedia” que estuvo vigente hasta mediados del siglo XVI. Y uno de esos fenómenos eran unas curiosas nubes que aparecían antes de los terremotos. Lo describía así:

“No hay duda de que las personas que van a bordo de barcos siente los terremotos, puesto que se ven sacudidas por el súbito movimiento de las olas sin que ráfaga alguna de viento las haya levantado. Hay también un indicio en los cielos: cuando se acerca una sacudida, ya sea durante el día o poco después del ocaso, en el cielo despejado se extiende una nube como una línea fina y larga”.

Desde el punto de vista de la mayoría de los sismólogos actuales, esta observación carece de fundamento. Pero un químico chino ya jubilado, para ocupar su tiempo libre, se dedicó a observar imágenes obtenidas desde los satélites de ciertas nubes que, según cree, constituyen una valiosa e infravalorada herramienta en la predicción de terremotos.

Zhonghao Shou, que así se llama, sostiene que hay relación entre la formación de unas nubes que denomina “no meteorológicas” y las grandes sacudidas sísmicas. A partir de imágenes de satélite, ha identificado cinco clases de nubes que denomina sísmicas.

Una de ellas se corresponde con la descrita por Plinio, ya que parece una fina línea trazada en el cielo. Otras tiene forma de pluma o de farol. Pero todas se caracterizan porque aparecen de forma repentina, en cuestión de segundos, como una estela de condensación.

Epicentro y magnitud

Shou dice incluso poder determinar dónde estará el epicentro del futuro terremoto, señalado por uno de los extremos de la nube, mientras que su longitud podría ofrecer indicios de la magnitud del seísmo. Según este químico retirado, tras la aparición de esa señal gaseosa, la Tierra temblará en la zona sobre la que aparece antes de 100 días. En promedio, el temblor, según sus observaciones, suele producirse al mes de la aparición de la nube.

Ni que decir tiene que los sismólogos, que recurren a todo tipo de mediciones para predecir terremotos con poco éxito, se muestran escépticos ante la sencillez de sus “estudios”. Shou, sin desanimarse, ofrece un razonamiento para demostrar que no se trata de magia, sino de algo perfectamente explicable: “El vapor de agua subterráneo, sometido a temperatura y presión muy altas, sale hasta la superficie a través de una o más grietas. Y al subir, se condensa para formar una nube cuando se encuentra con capas de aire frío en la atmósfera”.

Cree que el agua subterránea que origina ese vapor se puede filtrar a través de grietas que se producen en la roca como resultado de las tensiones sísmicas previas al terremoto en zonas de fractura. Con el calor, generado por las fricciones, y la alta presión, el agua sale a la superficie en forma de un chorro de vapor que origina la nube de forma repentina. Por eso, la posición de la nube podría estar reflejando en el cielo la localización de la falla, que generará el terremoto, por deslizamiento brusco.

Predicción acertada

Además de justificar sus observaciones, también las ha puesto a prueba. En 1994 empezó un registro de predicciones y asegura que son correctas en el 70% de los casos. Se queja de que podrían ser más certeras aún, porque él sólo se ha basado en las imágenes de satélite de dominio público. Cree que con el estudio continuado y detallado de imágenes de alta resolución, a las que no tiene acceso porque son confidenciales, sus predicciones ganarían en fiabilidad.

En su página web predijo con bastante precisión el terremoto de Bam, que sacudió el sureste de Irán en la madrugada del 26 de diciembre de 2003, en el que perdieron la vida alrededor de 45.000 personas. El día anterior, Shou había alertado en su web que el Meteosat-5, situado sobre el océano Indico, había captado la imagen de una de sus nubes sísmicas a lo largo de una línea de falla geológica localizada justo donde después la tierra tembló. La nube alargada parecía emerger del punto medio de la falla. De acuerdo con sus parámetros, el terremoto ocurriría en los próximos seis días, a partir del 25 de diciembre, y tendría una magnitud superior a 5,5 grados en la escala Richter.

A las 5.26 de la madrugada del 26 de diciembre la tierra tembló en el sureste de Irán. El terremoto tuvo una intensidad de 6,6 grados, y el epicentro se localizó en la ciudad de Bam, una posición que coincidía con la punta de la nube detectada por Shou.

Los sismólogos empezaron a tomarle en serio. La Organización de las Naciones Unidas le invitó al año siguiente a participar en un encuentro sobre utilización de tecnología espacial para seguridad medioambiental. Geólogos, sismólogos y meterólogos le escucharon con atención. Concluyeron que sus observaciones merecían ser investigadas a fondo como una forma prometedora de predicción de terremotos.

De momento, todo se queda en un titular poco contrastado, a falta de estudios: en “Nueva York (donde reside Shou) hay un hombre que adivina terremotos”, parafraseando al filósofo y periodista español José Ortega y Gasset, que escribió: “En Viena ha aparecido un hombre que adivina los sueños”. Y aquel hombre resultó ser nada menos que Sigmund Freud.

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