Así contó ABC la misión Apolo 8

«Id para la Luna», dijo Houston. «Okey, Roger», contestó lacónicamente la nave

«Desde aquí puedo ver Florida, África, España, Cuba, América del Sur...», afirmaba Borman mientras sobrevolaba las Islas Canarias

El lanzamiento del Apolo VIII el 21 de diciembre de 1968 NASA

José María Massip

(Crónica de nuestro corresponsal; recibida por télex.) Probablemente ninguno de ustedes sabía lo que es el « control termal pasivo ». Tampoco lo sabía este corresponsal hasta que la NASA nos ha informado de la maniobra del «barbecue», la barbacoa mejicana , que consiste en asar a un animal entero, a una temperatura igual y equilibrada, dando vueltas a su cuerpo a una cierta altura encima de las brasas.

La maniobra será ejecutada, o lo está siendo ya a la hora en que este despacho aparezca en ABC , por el equipo del coronel Frank Borman, a bordo de la « Apolo VIII », al penetrar en la atmósfera del cosmos lunar. En su viaje a la Luna, arrancando de la órbita terrestre de «aparcamiento», tomada espléndidamente en la mañana de hoy por la nave espacial, el vehículo penetra en una región cósmica en la cual los rayos solares baten directamente , sin obstrucción atmosférica de ningúna clase, sobre uno de sus costados, calentándolo a temperaturas extremadamente elevadas. Al revés, el costado opuesto recibe el aliento glacial del espacio lunar. La solución a este problema consiste en la llamada «maniobra de control termal pasivo»; es decir, en la lenta rotación sobre sí misma, a cada hora, de la nave espacial, con objeto de obtener un punto neutral entre el calor extremo y el frío total del Sol y la Luna . Durante sesenta y tantas horas, la rotación de la «Apolo VIII» persistirá por necesidad, hasta que el aparato penetre en la órbita lunar, en nuestra Nochebuena.

Mientras comunico, la cápsula se encuentra a unos 45.000 kilómetros de distancia de nuestro globo . Jamás, nunca, nadie, ningún ser humano, había alcanzado semejantes lejanías de nuestro mundo habitable. El lanzamiento desde la rampa de Cabo Kennedy , esta mañana, a las siete y cincuenta y un minutos en punto, fue estremecedoramente espectacular. El colosal rascacielos de treinta y seis pisos que era, y ya no es, el « Saturno V », se levantó, a la hora cero, en medio de un infierno de llamas y humos que sacudió la tierra y ensordeció a los hombres situados a cinco kilómetros de distancia. Con la excepción, de la bomba atómica, que este corresponsal ha escuchado en los desiertos de Nevada, cuando se efectuaban los experimentos atmosféricos, el fragor del proyectil disparado esta mañana en Cabo Kennedy es el más horrísono que ha producido hasta hoy el hombre.

La explosión de ese monstruo llameante, y todavía no experimentado en las condiciones de hoy, habría pulverizado a la tripulación del «Apolo VIII» y al plan americano de asaltar la Luna . No hubo tal explosión. Los cálculos de los físicos fueron impecables. Después de un segundo de vacilación, el monstruo se elevó verticalmente, con lentitud, adquirió velocidad y fue soltando, ya en el espacio, a dos de sus cuerpos propulsores: el primero, de elevación; el segundo, el de lanzamiento. Fue un espectáculo que el mundo de la TV habrá presenciado en este día histórico de diciembre en Estados Unidos, y que habrá que seguir, en estos días próximos, como un arriesgado y gigantesco paso en el futuro de las generaciones. En este momento, y en esta aventura lunar del hombre, no es posible hablar sino en superlativo.

A las diez y diez minutos de la mañana de hoy , ya situada la nave de Borman en su órbita terrestre, como un automóvil convenientemente aparcado, tomadas las posiciones matemáticas indispensables, comprobado el perfecto funcionamiento del sistema imprescindible al supremo intento, se escucharon en la retransmisión del Centro de Control de Vuelo de Houston las voces tranquilas del director de la expedición, en tierra, y del comandante de la nave, en el espacio: «Ir para la Luna», djo Houston. «Okey, Roger», contestó lacónicamente la nave, y esto fue todo.

« Todo va bien aquí », decía, poco después, la voz tranquila de Borman. «Adelante, pues», se le contestaba. Y adelante se va a esta hora. Lo que los técnicos liarrian «los sistemas» funcionan a la perfección . Hay, sin embargo, en esta noche americana, entre los ejércitos de científicos y técnicos que controlan y siguen el viaje a la Luna y las masas de público que siguen en sus aparatos de TV y radio la gran aventura, una gran tensión, difícil de describir porque se produce en la misteriosa zona de lo desconocido para la ciencia, las matemáticas y la experiencia del hombre en la Tierra.

Se maneja una aritmética incomprensible de fuerzas cósmicas incógnitas, que los hombres de ciencia de Cabo Kennedy y Houston parecen dominar, pero los interrogantes persisten y esas tres vidas humanas, en el cosmos, se han convertido en una responsabilidad nacional, compensada por el frío coraje de los tripulantes del «Apolo VIII» en su jornada cósmica.

Los próximos días tendrán que contestar a la oscura angustia de este sábado de diciembre de 1968, cuando lo que quisiera la gente es ir tranquilamente a las tiendas a comprar sus regalos y envolverlos en papel dorado con unas cintas rojas. Los riesgos son aterradores. Se trabaja en zonas cósmicas desconocidas, inexploradas, sin atmósferas, sin medios seguros de comunicación, a distancias fenomenales, en las que, como decía ayer el ingeniero Alien Miller, especialista en las trayectorias espaciales, «un error de menos de una milla por hora en la velocidad de la nave de Borman en su trayectoria translunar, si no fuese corregido a tiempo, la nave se estrellaría contra el cuerpo de la Luna o se pedería ea una órbita irreversible y mortal, en los espacios lunares, con seis u ocho días de oxígeno respirable».

Toda esa delicadísima maniobra depende de un «jet» a reacción, inserto en la nave y vital para sus tres tripulantes. En la mañana de hoy hubo que accionar ese motor para arrancar a la cápsula del tirón de la gravitación terrestre y lanzarla a su carrera hacia la Luna. Habrá que accionarlo dos o tres veces más, en movimientos decisivos, para situar a la cápsula en la órbita lunar y, después de diez movimentos de circunnavegación, arrancarla «de la gravitación lunar, devolverla al espacio neutro y proyectarla hacia la Tierra . Es un motor de vida o muerte para esos tres extraordinarios hombres a bordo: el comandante Borman y sus compañeros James Lovell y William Anders . Un fallo de ese motor los condenaría, inexorablemente, a perecer en el cosmos. Ese motor es hoy su último vínculo con la vida y la Tierra.

En el momento de comunicar, la fase de la trayectoria «translunar», todo va bien a bordo del «Apolo VIII».

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