El 'pajarito' que recorre 30.000 km para pasar el invierno

La pequeña collalba gris, de tan solo 25 gramos, lleva a cabo una de las migraciones más largas del planeta

Un macho de collalba gris Wikipedia

Pedro Gargantilla

La collalba gris ( Oenanthe oenanthe ) es una ave paseriforme de la familia de los túrdidos, de apenas veinticinco gramos de peso y de aspecto elegante. Su nombre procede del griego ainos (vino) y anthos (flor), ya que regresa puntualmente a Grecia con la primavera, cuando las vides comienzan a florecer.

Es un ave fácil de distinguir gracias a su obispillo –la zona en la que nace la cola– que es de color blanco y que destaca sobre una 'T' invertida de coloración negruzca, perfectamente visible mientras vuela.

El dorso de los machos es de color gris azulado, sus alas son negras y su pecho ocre, a diferencia del plumaje de las hembras que es, generalmente, de color marrón grisáceo. Además de estas características anatómicas es fácil distinguir al macho de la hembra por lucir un antifaz negro con una ceja blanca.

La collalba gris es insectívora y entre sus platos favoritos figuran larvas, ciempiés, insectos, arañas, caracoles… que captura de una forma muy particular. Se mantiene en espera inmóvil en un lugar elevado, habitualmente una piedra, desde donde se lanza en un vuelo acrobático y rasante, que recuerda al que realiza el halcón, hasta hacerse con su botín.

Estamos ante una especie de enorme éxito biológico que ha conseguido extender su territorio de cría a lo largo de grandes extensiones localizadas en Asia, Europa y América, con un área total superior a los dos millones de kilómetros cuadrados. Los ornitólogos han encontrado poblaciones desde Islandia hasta el litoral de Groenlandia, pasando por Alaska y la costa atlántica de Canadá.

En el Viejo Continente podemos encontrar a la collalba gris desde las estepas y llanuras centrales hasta las fachadas atlánticas y los ecosistemas mediterráneos.

Una odisea no exenta de peligros

Ahora bien, y aquí está la verdadera singularidad de esta ave, todas estas poblaciones tienen que emigrar hasta los cuarteles de invernada en África, en un cinturón geográfico subsahariano que se extiende desde Senegal hasta Kenia.

Así por ejemplo, un ejemplar que se cría en Alaska debe recorrer el estrecho de Bering, las estepas de Siberia y Mongolia, las tierras de Asia Menor, el desierto del Sáhara y acceder, tras una singladura próxima a los treinta mil kilómetros, a las sabanas de Sudán.

La collalba gris es capaz de cruzar continentes, atravesar cordilleras y mares gracias a un complejo sistema GPS que se nutre de información que le llega de la posición solar, de las estrellas y del campo magnético terrestre.

En algún caso se ha identificado poblaciones que cruzan desde Canadá o Groenlandia a las islas Británicas y desde allí hasta Europa occidental, alcanzado el continente africano a través de la península Ibérica. Una ruta un poco más corta, aproximadamente de 'tan sólo' quince mil kilómetros.

Este viaje es en uno de los ciclos migratorios más largos observados entre las aves y el único que une físicamente dos ecosistemas diferentes del Viejo Mundo con las regiones árticas del Nuevo Mundo.

Un ave de hábitos terrestres

Es posible verla en la Península Ibérica, al tratarse de un habitante asiduo de dunas, pastizales, roquedos y zonas de matorral bajo. El espectador avisado es capaz de distinguirla gracias a su pose erguida sobre las rocas o dando pequeños saltitos en el suelo.

Es precisamente allí, sobre la tundra seca, en huecos debajo de las rocas, en grietas entre piedras grandes o, incluso, en las madrigueras de roedores donde construye su nido.

Generalmente es la hembra la encargada de su manufactura, a partir de hierbas, ramas pequeñas y maleza, con las que moldea un cuenco, que terminará forrando con líquenes, musgos y pequeñas raíces.

Sabemos que la collalba gris establece, habitualmente, vínculos de pareja monógamos y que es durante los meses de abril y junio cuando tiene lugar el periodo de cría, con la puesta de seis huevos de color azul claro. A los recién nacidos les bastará tan solo catorce días para abandonar el nido paterno y recrearse en sus primeros vuelos acrobáticos.

M. Jara

Pedro Gargantilla es médico internista del Hospital de El Escorial (Madrid) y autor de varios libros de divulgación.

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