La nueva batalla por el despegue del turismo espacial

Branson, Bezos y Musk son los nombres propios de la renovada carrera de los viajes al espacio. La ola de magnates que crean sus propias naves da el impulso a un negocio que mueve millones de dólares con un solo billete

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Richard Branson celebrando el éxito de su primer vuelo Reuters
Patricia Biosca

Patricia Biosca

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La batalla ha comenzado. Si bien la reciente ‘visita’ al espacio del multimillonario británico Richard Branson es el último capítulo de la nueva trama del turismo comercial espacial, parece estar claro que los próximos meses, incluso años, el tema parece destinado a copar grandes titulares y polémicas a partes iguales. A pesar de ser un negocio que lleva más de dos décadas en funcionamiento, es ahora, cuando magnates como Jeff Bezos , Elon Musk o el mismo Branson, con sus propios vehículos espaciales, están haciendo despegar sus aeronaves (y todo el marketing) de uno de los más prometedores sectores en auge con un potencial mercado de 10.000 millones de dólares. Pero, ¿cuál es el futuro real de esta industria?

Corrían los años noventa cuando Rusia, aún conservando las infraestructuras de la carrera espacial pero sumida en una enorme crisis tras la desintegración de la URSS, se planteó liberar uno de los asientos de sus naves Soyuz -que hasta la más reciente actualidad han transportado a los más de seis centenares de astronautas que han pasado por la Estación Espacial Internacional (ISS, por sus siglas en inglés)- para llevar, previo pago millonario, a personas que, simplemente por placer, querían visitar el espacio. Fue así como Dennis Tito , magnate norteamericano y exingeniero de la NASA, se convirtió en el primer turista espacial en abril de 2001, después de pagar alrededor de 20 millones de dólares a la Agencia Espacial Federal Rusa. «Vengo del paraíso, a pesar de estar agotado, sudoroso y tan débil que no pude salir de la cápsula Soyuz por mi propio pie», dijo Tito al aterrizar en tierra tras pasar seis días en la ISS. Tras él, otras seis personas más realizarían la misma estancia -en algunas ocasiones, incluso más larga-, llegando a pagar hasta 40 millones de dólares por aquel codiciado asiento.

De forma paralela, la industria aeronáutica desarrolló aviones espaciales con los que se abarataban los costes, si bien apenas traspasaban la ahora famosa línea de Kármán , o el límite en el que la Federación Aeronáutica Internacional señala que empieza el espacio, a 100 kilómetros de altitud sobre la superficie. El 4 de octubre de 2004, el SpaceShipOne guiado por el veterano piloto de pruebas Mike Melville , que por aquel entonces contaba con 63 años de edad, se convirtió en el primer vehículo espacial tripulado financiado con capital privado que sobrepasaba aquella frontera, al situarse a 103 kilómetros de altura.

Todo ello sentó las bases de la actual «nueva era del turismo espacial», tal y como califica el momento actual Ana Bru , agente de vuelos espaciales en España y Andorra para Virgin Galactic, compañía que vivió uno de sus momentos más gloriosos el pasado domingo, cuando su avión espacial, bautizado como Unity, se alzaba a 88 kilómetros de tierra, consiguiendo tres minutos de ingravidez en un vuelo de 15 minutos de duración total. «Fue muy emocionante. Después de esperar tantos años, por fin se ha hecho realidad», relata por teléfono a ABC Bru, quien junto a su marido reservó uno de los futuros vuelos al espacio de la compañía hace más de una década. Desde entonces, ella y las más de 600 personas que han hecho la reserva del billete (a un precio de entre 200.000 y 250.000 dólares) han creado una comunidad de entusiastas del espacio en continua comunicación que se reúne para celebrar desde los cumpleaños del propio Branson a los eclipses solares. «Ha habido momentos difíciles, es cierto -dice Bru refiriéndose a la prueba fallida de 2014, en la que el prototipo de avión explotó, resultando fallecido el piloto Michael Alsbury -, pero esto es la prueba de que estamos ante el principio de una nueva era espacial. Richard [Branson] está entusiasmado». Y Bru lo sabe de primera mano, porque el propietario de Virgin Galactic, con el que mantiene una estrecha relación, celebró una reunión online con la ‘familia’ de la compañía para contarles sus sensaciones. «Me molesta que se piense en que esto es solo una frivolidad de gente con dinero. Esto va más allá, porque el tema de viajar al espacio no se improvisa».

Richard Branson durante el vuelo de prueba de la nave Unity Reuters / Virgin Galactic

El 'sorpasso espacial' de Branson a Bezos

Branson, cuya intención era volar a finales de verano, adelantó la fecha tras hacerse pública la noticia de que Jeff Bezos, el propietario de Amazon y la compañía Blue Origin , probaría su propia nave , la New Shepard , coincidiendo con el 52 aniversario de la llegada del hombre a la Luna. Bezos viajará acompañado su hermano y dos pasajeros más, la octogenaria piloto Wally Funk , quien se quedó fuera del programa espacial estadounidense por cuestiones de género en los años sesenta; y el joven Oliver Daemen , el estudiante holandés al que su padre le ha comprado el billete por una cifra que no ha trascendido. Pero a pesar de este 'sorpasso espacial' de fechas, Bezos deseó suerte a Branson, aunque no sin apuntar las diferencias entre ambas experiencias. Y lo cierto es que las propuestas difieren en puntos importantes: la nave reutilizable New Shepard -una sonda con cohete y no un avión espacial, como la de Virgin Galactic- no necesita piloto, ha pasado por el triple de pruebas y alcanzará los 106 kilómetros de altura. En cuanto a los billetes, Bezos solo ha puesto a la venta un asiento de los cuatro que forman la tripulación del vuelo inaugural, adquirido en una subasta por 28 millones de dólares. Después del primer viaje espacial de prueba, se anunciarán los precios.

Nave New Shepard, de Blue Origin, durante uno de sus vuelos de prueba Blue Origin

Elon Musk, con la cabeza en Marte

El tercero en discordia en este mercado emergente es Elon Musk . El creador de Paypal, Tesla, Hyperloop y, por supuesto, SpaceX ha fijado sus objetivos más allá que los demás y sueña incluso con llevar a la primera colonia humana a Marte (ha adelantado que está «muy seguro» de que podrá enviar a las primeras personas al Planeta Rojo en 2026 o incluso antes y, de hecho, su deseo es, literalmente, morir allí). De momento, tiene un acuerdo con la NASA para transportar en su nave Crew Dragon a los astronautas estadounidenses a la ISS -que ya no dependerán más de las Soyuz rusas- y con otras empresas privadas, como Axiom Space , creada por dos socios, uno de ellos el exastronauta de origen español Miguel López-Alegría , que viajó al espacio bajo las siglas de la agencia espacial estadounidense en 1995, antes que Pedro Duque .

De hecho, será él mismo quien tripule el primer vuelo comercial de la Crew Dragon con destino a la ISS el próximo mes de enero, junto con otros tres millonarios que han pagado 55 millones de dólares por la experiencia. Y Axiom contempla también la creación de la primera estación espacial comercial, en la que se llevarán a cabo «experimentos de microgravedad, fabricación en el espacio, soporte vital de exploración crítica, pruebas y hospedaje de astronautas institucionales tanto privados como profesionales».

Interior de la Crew Dragon, de SpaceX SpaceX

Turismo espacial español

«Esto no es una carrera entre millonarios, hay una demanda latente», afirma a ABC José Mariano López-Urdiales , creador de la empresa Zero 2 Infinity , una firma española que utiliza globos para enviar cargas al espacio y, próximamente, según relata su dueño sin dar fechas concretas, humanos. «¿Y cuál es el verdadero valor para el turista espacial? Las vistas. La gente quiere ver que la Tierra es redonda, azul, que estamos dentro de la misma ‘nave’. Cuando vuelven los astronautas a la Tierra, luego se tiran hablando de esa vista durante años. Por algo será». Este ingeniero aeroespacial presenta un concepto diferente a los anteriores: la idea es lanzar una cápsula presurizada al espacio en globo hasta los 36 kilómetros de altura, permanecer allí dos horas, y volver a bajar.

«Desde esa altura ya se observa la curvatura de la Tierra y el negro absoluto», afirma López-Urdiales, que nos remite hasta las imágenes de Félix Baumgartner , el paracaidista que en 2012 batió tres récords históricos al lanzarse en caída libre desde los casi 39 kilómetros a más de 1.350 kilómetros por hora después de haber subido en globo tripulado. El precio del billete: 110.000 euros, si bien aún se encuentra en fase de pruebas. Un concepto muy similar presenta EOS-X Space , aunque, según relata su creador, Kemel Kharbachi , más «inmersiva» y por un precio de 150.000 euros por persona -las primeras pruebas, según Kharbachi, empezarán en octubre y una de sus sedes será Sevilla-. Y existen otros proyectos en marcha, como el de la Fundación Gateway , que quiere inaugurar en 2027 el primer hotel espacial en la estratosfera con una superficie de 50.000 metros cuadrados y capacidad para 440 personas.

Beneficiarios 'colaterales'

Pero no solo son las empresas privadas y los multimillonarios quienes ganan con estos vuelos. También la ciencia puede sacar provecho de ellos. Un ejemplo claro es el de Álvaro Romero , ingeniero aeroespacial realizando el doctorado en Ingeniería Aeroespacial en la Universidad de Colorado Boulder, y que en breve lanzará su experimento de electrólisis del agua - extraer hidrógeno y oxígeno a través de imanes - en microgravedad. «Entiendo a quien ve el turismo espacial como una actividad innecesaria destinada a unos pocos privilegiados -afirma a ABC Romero-. Pero por otro lado, el auge de todas estas compañías suborbitales está resultando muy positivo para el desarrollo de sistemas de observación terrestre, la investigación en ciencia básica, o la preparación de tecnologías para el viaje interplanetario, entre otros. Nos da más opciones de lanzamiento con mayores frecuencias y menor coste, lo que nos permite acelerar el ensayo de nuevas tecnologías. Y, no lo olvidemos, supone una fuente de inspiración tremenda para las futuras generaciones». No todo es placer en el espacio, sin duda.

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