La extraña criatura peluda que tuvo 38 hijos como un reptil

Del tamaño de un perro, convivió con los dinosaurios. Su estudio puede ayudar a entender por qué los mamíferos tienen un cerebro más grande y menos crías

Recreación de un Kayentatherium con una cría Foto: MARK WITTON

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El hallazgo es, según sus propios descubridores, de lo más excepcional. En el noreste de Arizona, EE.UU., ha sido recuperada, por primera vez, la familia fosilizada de un precursor de los mamíferos. Un total de 38 crías con su madre , una criatura extinta peluda y del tamaño de un perro de raza beagle, que coexistió con los dinosaurios hace 185 millones de años. Pese a lo engañoso de su aspecto, los nuevos y numerosos hermanos no llegaron al mundo tras un parto, como lo hacen los gatos, los caballos o los propios seres humanos, sino que salieron de huevos, igual que los reptiles. Los autores del estudio, publicado en la revista «Nature», creen que estas excepcionales criaturas pueden ayudar a entender cómo evolucionaron las estrategias de reproducción de los mamíferos al tiempo que crecía su cerebro.

Los 38 bebés Kayentatherium encontrados junto a un adulto, que los investigadores creen que es su madre Eva Hoffman / U. Texas en Austin

Kayentatherium wellesi , como se llama este antiguo pariente de los mamíferos, vivió en América del Norte durante el Jurásico temprano. El animal, de entre 30 y 50 kilos, tenía un aspecto similar al de una zarigüeya muy grande, pero sin orejas externas visibles. Sin embargo, «ponía huevos como el ornitorrinco, por lo que probablemente otros aspectos de su reproducción y fisología pudieron haber sido similares», explica a ABC Eva Hoffman, de la Escuela de Geociencias Jackson en la Universidad de Texas y responsable de la investigación. Además, «sus dientes complejos, especializados en la molienda, nos dicen que comía plantas. Casi con certeza habría sido depredado por dinosaurios terópodos carnívoros como Dilphosaurus », describe.

Cuando los investigadores recogieron el fósil de una formación rocosa hace 18 años creyeron que se trataba de un único especimen. No fue hasta años más tarde que el investigador Sebastian Egberts, entonces también en Jackson, descubrió la primera señal de los «bebés». Una mota de esmalte dental del tamaño de un grano llamó su atención. «No se parecía a un diente de pez puntiagudo o un diente pequeño de un reptil primitivo» explica. «Parecía más un molar y eso me emocionó mucho». Posteriores avances en tomografía computarizada revelaron la existencia de esa auténtica guardería jurásica. No solo mandíbulas y dientes, sino también cráneos completos y esqueletos parciales.

Probablemente, las criaturas murieron por causas desconocidas junto a su madre poco después del nacimiento. «Es posible que haya una causa ambiental, como las inundaciones o el colapso de una orilla del río. En este escenario, los cuerpos habrían sido llevados por las aguas y enterrados», señala Hoffman.

Visualizaciones 3D revelaron que los cráneos de las crías eran como réplicas a escala reducida del adulto, a una décima parte del tamaño pero proporcionales. Este hallazgo contrasta con los mamíferos, que tienen bebés que nacen con caras más cortas y cabezas redondeadas para acoger grandes cerebros, lo que sugiere que K. wellesi crecía como los reptiles modernos, sin experimentar alargamiento craneal.

Kayentatherium es un pariente cercano de los mamíferos E.H. / U.T.A.

Más cerebro, menos hijos

El cerebro es un órgano que consume mucha energía , y el embarazo, sin mencionar la crianza de los hijos, es un proceso que desgasta como ninguno. «Que Kayentatherium tuviera un cerebro pequeño y muchas crías cuando los mamíferos tienen pocas crías y un gran cerebro proporciona evidencias de que estas dos características (más cerebro, menos hijos) están relacionadas», apunta Hoffman. El paso crítico en la evolución de los mamíferos que suponía camadas más pequeñas y un cerebro más grande ocurrió unos pocos millones de años después en su evolución. «Es posible que sea necesario tener menos hijos que estén menos desarrollados al nacer y que requieran el cuidado de sus padres para producir bebés de gran cerebro», añade. Un proceso que, sin duda, ha alcanzado su cúspide en el ser humano.

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