Este hombre hará que luches contra el cambio climático por placer

Ian Hunter, inventor con 200 patentes y profesor en el MIT, desarrolla tecnologías atractivas para cambiar el mundo

Ian Hunter, durante su visita a la Fundación Ramón Areces en Madrid Isabel Permuy

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«Odiaba la escuela». Cuando era tan solo un preescolar, el neozelandés Ian Hunter , ahora profesor de Ingeniería Mecánica y director del Laboratorio de Bioinstrumentación en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), prefería quedarse en casa construyendo artefactos que acudir al colegio. Conocedores de los precoces intereses del pequeño, sus padres no le obligaban a ir a clase cada día. Si hacía falta, daban una excusa: una fiebre, un dolor, no se encontraba bien... Y realmente el crío sacó provecho de sus faltas. Fundó su primera compañía con 9 años, a los 10 publicó el primero de su más de medio millar de artículos científicos (sobre una radio miniaturizada de transistor único) y a los 14 construyó un cromatógrafo de gas líquido para análisis químicos.

«No era un niño prodigio, solo tuve la suerte de crecer en un hogar donde me dieron la oportunidad de crear cosas con herramientas y componentes electrónicos», asegura el inventor. Hoy es autor de más de 200 patentes y fundador de 25 compañías. Sus ideas son variopintas -incluido un sistema indoloro de inyecciones sin agujas-, pero la mayoría están dirigidas a cambiar el mundo con soluciones sostenibles que, al mismo tiempo, supongan un beneficio para el usuario. Entre ellas, un automóvil solar transformable de bajo coste, un motor en las ruedas o un sistema para eliminar las emisiones de metano de las vacas. Ha explicado en qué consisten durante una jornada celebrada esta semana en la Fundación Ramón Areces en Madrid.

–¿Cuál es el secreto de su ingenio?

–No lo sé, pero me gusta plantear los problemas. Y siempre me aseguro de que tengo conocimientos sobre distintas disciplinas para poder encontrar una solución. He sido profesor en departamentos de ingeniería mecánica, eléctrica y biomédica, bioingeniería, cirugía, fisiología, psicología y un par mas.

–Vaya, no es lo habitual. Nos empeñamos en la especialización.

–Sí, el sistema educativo dificulta tener pasión por distintas disciplinas. Por lo general, queremos que los alumnos se concentren en un tema. Eso me preocupa mucho porque los principales problemas de este mundo precisan de distintos conocimientos para poder alcanzar una solución.

–Ha ganado numerosos premios como profesor, ¿qué le hace diferente?

–Me encanta enseñar. No me gusta dar clases magistrales, por eso tenemos un nuevo sistema en el MIT por el que los alumnos aprenden haciendo en vez de estar sentados escuchando. Es lo mismo que aprender a tocar el violín. Aprendes tocando.

–¿Pretende mejorar el mundo con sus inventos?

–Me preocupa mucho lo que le estamos haciendo al planeta, así que es cierto que dedico mucho tiempo a desarrollar inventos en ese sentido. Pero tengo que ser sincero: disfruto de inventar. Me da placer. Posiblemente, como les pasa a los artistas cuando se dedican a esculpir o pintar.

–¿Cree que la solución del cambio climático pasa por la tecnología?

–Desde luego. En vez de amenazar, acosar, multar o poner impuestos a la gente para que adopte un estilo de vida más respetuoso con el medioambiente, prefiero crear tecnologías que sean deseables y atractivas. De esta manera, su comportamiento cambiará por propia iniciativa.

–¿Cuáles son sus propuestas?

–Tengo dos buenos ejemplos que me hacen ver el futuro de manera muy optimista. El año pasado, los humanos produjeron 40 x 10 elevado a 12 kilos de CO2. De ellos, coches, camiones, autobuses, aviones y equipamiento agrario representan una buena cantidad. Por eso, y este es el primer ejemplo, estamos desarrollando un nuevo tipo de coche eléctrico diez veces más barato que los existentes y con un consumo energético diez veces menor, alimentado a partir de paneles solares que llevan encima.

–Pero ya hay coches solares...

–Sí, pero si además conseguimos que sean divertidos de conducir y les añadimos comportamientos que ahora los vehículos no tienen, por ejemplo subir escaleras o convertirse en formas muy compactas para poder aparcar, yo creo que la gente sí querrá comprarlos o alquilarlos. No tienes que acosar ni hacer sentir mal a nadie por usar una tecnología, sino crear algo sostenible que quiera.

–¿Qué aspecto tendrán esos vehículos?

–Hemos hecho unos prototipos muy ligeros y aerodinámicos. De momento alcanzan los 120 km por hora, pero tienen la capacidad de llegar a mucho más. Además, en una de mis empresas, Indigo Technologies, hemos creado un sistema de transferencia de energía inalámbrica, de manera que podemos transferir la energía de un vehículo en movimiento a otro que esté viajando cerca por la carretera. Si yo tengo más energía que la que necesito para llegar a destino, se la doy o se la vendo a alguien a quien le haga falta porque va a viajar a una distancia mayor, por ejemplo.

–¿Cuándo saldrán al mercado?

–Espero que en un futuro próximo podamos fabricar un vehículo familiar pequeño donde el coste de fabricación sea inferior a 2.000 euros.

–Es bajísimo.

–Sin lugar a dudas, pero una de las claves para hacer la tecnología deseable es un coste muy bajo. Si el coche nos costara lo mismo que un Tesla, que solo se pueden permitir los ricos, no podríamos conseguir el impacto deseado en cuanto a la reducción de la contaminación en todo el mundo. Necesitamos coches que el ciudadano medio se pueda permitir, incluidos los de los países en desarrollo.

–¿Y su segundo ejemplo?

–Hay 1.000 millones de coches en el planeta... y 1.500 millones de vacas. La vaca lechera o de carne produce 3.000 kilos de CO2 equivalente al año, tanto como un coche. Si se les marca un impuesto a los agricultores por estas emisiones acabarían sin un duro. Por eso, queremos capturar el metano que producen las vacas y convertirlo en energía eléctrica.

–¿Cómo lo harían?

–Utilizaríamos la transferencia inalámbrica de energía, a la que ya he hecho referencia, para pasar la energía de la vaca a una batería orgánica desarrollada por nuestra compañía PolyJoule. De este modo, el metano deja de ser un problema y se convierte en una oportunidad económica. De nuevo, un problema que se convierte en solución.

–Propone utilizar robots como ayudantes de los ganaderos.

-Sí. Estamos desarrollando dos tipos de robots que se utilizarían en explotaciones lácteas donde las vacas son de libre pastoreo. Uno se llama K9 (suena igual que «canine», la palabra inglesa para canino), un robot de cuatro patas del tamaño de un perro de granja, y un robot tractor oruga. Ellos harán tareas de lo más variadas, entre ellas recoger el estiércol. Este proyecto está en curso y trabajamos con Fonterra, una de las mayores empresas lácteas del mundo y la más grande de Nueva Zelanda.

–¿Sus inventos le han hecho rico?

–He hecho suficiente dinero, así que cuando monto una empresa nueva soy mi propio inversor. No tengo que convencer a los demás para que me den dinero, solo a mí mismo.

Para leer más: Julian Savulescu, bioeticista: «Claro que debemos jugar a ser Dios».

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