Fotografía del instituto J. Craig Venter de San Diego, California (EEUU). Genetistas estadounidenses anunciaron en 2010 que han producido por primera vez una célula controlada por ADN elaborado por el ser humano, un paso que acerca la ciencia a la creación de vida artificial
Fotografía del instituto J. Craig Venter de San Diego, California (EEUU). Genetistas estadounidenses anunciaron en 2010 que han producido por primera vez una célula controlada por ADN elaborado por el ser humano, un paso que acerca la ciencia a la creación de vida artificial - EFE

A la caza de vida artificial

La ciencia ha emprendido una revolución que no tiene marcha atrás: la creación de vida a la carta, una mina de oro que abre un horizonte infinito de posibilidades

Madrid Actualizado: Guardar
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Imagínese una bacteria inofensiva para el entorno, capaz de devorar el mar de plástico que flota en los oceános. O que nos permitiera fabricar combustible a demanda y a un precio irrisorio, o quizá detectar en un análisis de orina si una persona está gestando un cáncer. Estos son solo tres ejemplos reales de las posibilidades infinitas que brinda la biología sintética, la última revolución científica que está cambiando ya nuestras vidas y, quizá, pueda salvar el planeta de su extinción.

El hombre ha encontrado la fórmula de engañar a la Naturaleza y manipular organismos vivos en el laboratorio para que trabajen por nosotros. Bacterias, hongos o algas que son capaces de limpiar nuestros residuos, abaratar el desarrollo de medicamentos o fabricar una alternativa limpia a los combustibles tradicionales que estamos a punto de agotar.

Nada de esto es ciencia ficción, hay quien piensa que algunas empresas petroleras podrían tener ya varias opciones en el cajón para cuando llegue el mejor momento comercial. Y recientemente un grupo de científicos del Instituto de Tecnología de Kioto, en Japón, ha encontrado una bacteria que es capaz de digerir y asimilar el PET, uno de los plásticos más usados por la industria de la alimentación para envasar aceites o agua mineral.

Carrera científica

Pero lo mejor, sin duda, está por llegar. El horizonte de opciones que se presenta es tan apasionante como difícil de imaginar aún dónde está el límite. El fin último no es solo reprogramar microorganismos para ponerlos a nuestro servicio, sino crear organismos totalmente artificiales, partiendo de cero en el laboratorio.

En ese difícil camino se han embarcado numerosos grupos de investigación que son conscientes de su potencial económico. Uno de sus protagonistas es el científico estadounidense Craig Venter, uno de los «padres» del genoma humano. Venter, que ha reclutado a un equipo de élite de 22 investigadores para este propósito, ya ha marcado varios hitos. El primero fue hace seis años, cuando anunció la creación de la primera célula sintética, un híbrido con la estructura natural de una bacteria y un genoma artificial. Cuatro años después, Jef Boeke, otro visionario que no era de su grupo, dio otro paso de gigante al fabricar el primer cromosoma sintético de un organismo vivo complejo: el hongo de la levadura con el que se fabrica desde hace siglos la cerveza o el pan. Ese avance profundizó en el conocimiento del genoma mínimo, los genes que son imprescindibles para la vida. Y de esta manera allanó el camino a Venter que acaba de protagonizar un nuevo éxito en esta carrera científica de la biología sintética.

Vida mínima

El investigador estadounidense anunció el pasado 26 de marzo en la revista «Science» la fabricación de una bacteria sintética de 473 genes, la forma de vida más sencilla del planeta. Esa vida mínima se ha bautizado como JCVI-syn3.0 y pese a los anuncios y titulares informativos más llamativos de estos últimos días sigue sin poder considerarse artificial. «Ni es vida ni es sintética», dice categóricamente Vicente Larraga, del Centro de Investigaciones Biológicas del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). «Su trabajo es magnífico, conceptualmente importante, y nos ayuda a entender mejor cómo funciona la vida pero no muestra aún nada rompedor», apunta.

Ese «algo rompedor» al que se refiere Larraga sería la construcción de una especie de chasis que sirviera como una base a la que, poniendo y quitando cosas en el laboratorio como si fuera un lego, se le pudiera dotar de las funciones que sus creadores deseen.

«Pero ese chasis, aún no es la célula de Venter», asegura Manuel Porcar, coordinador del grupo de Biología Sintética del Instituto Cavanilles de la Universidad de Valencia. Porcar reconoce, no obstante, que estamos ante «un avance que nos acerca un poco más hacia la auténtica vida artificial y ofrece información clave sobre el núcleo duro de genes indispensables para la vida». Coincide con Larraga en que aún no se tiene el conocimiento preciso para diseñar a voluntad las funciones de un organismo vivo o crearlo desde cero. «Necesitaríamos un control absoluto de todas las piezas biológicas, algo con lo que aún no contamos», advierte .

El propio equipo de Venter reconoce el camino que aún queda por recorrer. «Hemos dado un paso más hacia la comprensión completa de cómo funciona una célula», explicó Clyde Hutchinson, del Instituto Craig Venter.. «Solo cuando entendamos cómo funciona una célula seremos capaces de diseñar células a la medida de nuestros intereses».

Genes indispensables

Quizá la aportación más interesante de este último trabajo es que muestra los genes que son realmente necesarios para la vida. Contar con un genoma mínimo es importante porque sería más manipulable y se manejaría a la medida de nuestros intereses. La bacteria creada en el Instituto Venter cuenta con 473 genes y, uno a uno, fue despojada de todos aquellos superfluos hasta quedar en 149, ni uno más ni uno menos.

El problema es que estos genes indispensables aún no se sabe cómo funcionan. Lo que nos muestra lo lejos que aún estamos de entender la vida, incluso los seres vivos más simples.

«Hace cinco años pensábamos que los avances en biología sintética se producirían con rapidez, pero va más lento de lo que creíamos», reconoce el experto del CIB. «De alguna manera cuanto más avanzamos, más nos damos cuenta de lo que nos queda por recorrer, aunque puede que los europeos seamos más cautelosos y los estadounidenses tengan una visión más optimista y arriesgada», señala Porcar.

Craig Venter suele comparar el ADN, el libro de instrucciones de la vida, con el programa de un ordenador. En este símil el genoma sería el sistema operativo de este ordenador. Así que bastaría con reescribir el código para diseñar nuevas formas de vida. «No es tan fácil», advierte el especialista de la Universidad de Valencia. ¿Desde cuándo no sabemos para qué sirven cada una de las piezas de un ordenador como nos ocurre con los genes? Los organismos vivos no son máquinas, pensar que sí lo son nos ha llevado a muchas desilusiones

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