La Navidad que Napoleón pasó en Tordesillas

La abadesa se ganó la confianza del Corso, logrando la libertad para tres españoles que iban a ser ejecutados

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Fue un crudo invierno aquel de 1808 que Napoleón Bonaparte pasó en España. Dispuesto a hacer pagar con sangre la derrota de sus tropas en la Batalla de Bailén y a enderezar la situación, el propio emperador había entrado en la Península al mando de 90.000 hombres. Las Navidades de aquel año las pasaría en Castilla.

En aquellos días de finales de diciembre, Napoleón se había visto obligado a perseguir en jornadas sin descanso al ejército británico del general sir John Moore, antes de que éste le cerrase el paso a Francia. «Tras atravesar los pasos montañosos de Guadarrama, en medio de una gran borrasca de nieve, Napoleón y su ejército llegaron a Tordesillas (Valladolid). Era la mañana de Navidad del año 1808», relata el historiador Francisco José Gómez en su «Breve historia de la Navidad» (2013).

El emperador se alojó en la hospedería que regentaban las madres clarisas al lado de su convento y en el locutorio del mismo las tropas francesas encerraron al cura de Tordesillas y otros dos españoles que habían sido sorprendidos espiando los movimientos franceses en la zona. Serían ejecutados.

Al conocer esta circunstancia, «la anciana abadesa y sus aterradas monjas se limitan a rezar: ¿qué otra cosa pueden hacer?», escribía Ramón Solís en su relato de los hechos.

Napoleón pasa la mañana descansando de la dura travesía hasta Tordesillas y por la tarde se viste con el uniforme de gala. «Napoleón era corso y como tal estaría influido por la tradición italiana. Para él estas fechas serían especialmente familiares y echaría de menos estar con los suyos», apunta el autor de la «Breve historia de la Navidad».

El emperador ordena entonces que «la señora abadesa, doña María Manuela Rascón, anciana de más de sesenta años, saliese de la clausura y acompañada de los Mariscales del Imperio, fuese a visitarle en su habitación», según cuenta la «Historia de Tordesillas» (1914).

Manuel Barrios describía en ABC a la madre María Manuela como «una mujer llena de gracia y simpatía, que se interesa por las condecoraciones del emperador y éste va explicándole, una por una, su significado y relatándole dónde y con ocasión de qué hazaña guerrera las ganó». Lo que parecía ser una visita de cortesía, se va convirtiendo en una larga y cordial entrevista.

Napoleón manda encender el fuego y que les sirvan café, una bebida hasta entonces desconocida para la abadesa. «Parece claro que se cayeron bien y que mantuvieron una conversación agradable», señala Gómez Fernández.

Al término de aquella tarde de charla y café con la abadesa, Napoleón entrega a la monja una bolsa con mil monedas de oro -«un fortunón de la época», apunta el historiador burgalés- para su comunidad y le concede el privilegio de que nadie pueda asaltar el monasterio, ni a sus personas ni a sus tierras, así como el título de «abadesa-emperatriz»

María Manuela Rascón, agradecida, pide en cambio otra gracia: la libertad para los tres españoles que iban a ser ejecutados. «Napoleón se la concede y a la mañana siguiente, cuando comienza la parada militar que anuncia la marcha de Bonaparte, hace ya tiempo que los presos han sido puestos en libertad», prosigue Gómez antes de concluir su relato de esta «otra tarde de Navidad en España, en plena guerra de la Independencia, presidida sin embargo por la acogida, la cordialidad y el perdón».

Aunque aún existen dudas sobre el tiempo que pasó Napoleón en Tordesillas, de si fue una única jornada o dos o tres días, nadie cuestiona la historicidad de este episodio que quedó registrado en un pliego de la época en el Real Monasterio de Santa Clara. «Néstor Luján ubicaba en los años 60 esta historia en Torrecilla de la Abadesa (Valladolid) por equivocación, quizá porque el topónimo de la localidad encajaría con la entrevista de la abadesa, pero en ningún lugar figura que fuera esa abadesa y en cambio, hay documentación precisa que la vincula a Tordesillas», señala Gómez Fernández.

Ninguna placa o inscripción recuerda, sin embargo, estos hechos en este impresionante palacio mudéjar construido por el rey Pedro I de Castilla y que ya era convento de clarisas cuando Juana la Loca llegó a Tordesillas. «No es de extrañar que no haya ni mención», afirma el autor de la «Breve historia de la Navidad», porque «Napoleón fue un azote para España, los franceses se portaron francamente mal aquí y ese recuerdo quedó clavado en la gente».

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