Lech Walesa, en una imagen de 1983
Lech Walesa, en una imagen de 1983 - ABC

Lech Walesa: la «herida abierta» del gigante comunista

Nueve años antes de la caída del muro de Berlín, un antiguo electricista polaco iniciaba la mayor revuelta obrera vivida en un país del bloque soviético

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«La verdad es que un 50% del mérito de la caída del Muro corresponde a Juan Pablo II, un 30% a Solidaridad y a Lech Walesa, y sólo 20% al resto del mundo. Esta es la verdad de esos días». Así de categórico se mostraba precisamente Walesa en 2009, no dudando en atribuirse gran parte de la responsabilidad como impulsor de uno de los cambios más importantes que ha vivido la historia mundial del siglo XX. Y no le faltaba razón, pues, nueve años antes de que el telón de acero se viniera abajo, con las tensiones de la Guerra Fría más presentes que nunca, este antiguo electricista polaco encabezó la mayor revuelta obrera que había vivido hasta entonces un país del bloque soviético.

El mundo entero fijó su mirada en aquel movimiento salvaje de huelgas que se extendió como la pólvora por toda Polonia. No era una insurrección obrera más, sino la primera grieta abierta en la esfera de los países bajo la influencia de la URSS. «Los paros de Solidaridad en las fábricas de Gdansk afectan a más de 80.000 obreros, aumentando la cifra total de trabajadores en paro a más de 300.000 personas en todo el país», podía leerse en ABC, el 28 de agosto de 1980.

El origen de esas huelgas se encontraba en las dificultades económicas que arrastraba el país desde hacía una década. Cuando en julio de 1980, el líder del Partido Comunista Polaco (POUP), Edward Gierek, decidió enfrentar la crisis incrementando los precios de los productos de primera necesidad y disminuyendo los salarios, todo salto por los aires. Fue la gota que colmó el vaso. Los paros comenzaron en Lublin, donde también se ocuparon fábricas, desafiando al omnipresente poder de la URSS. Y aunque no había una coordinación entre estos primeros movimientos insurreccionales, los trabajadores desarrollaron una red de información para difundir las noticias.

La revuelta se extendió al astillero Lenin de Gdansk, después del despido de una popular activista y operadora de grúas, Anna Walentynowicz. Walesa se erigió en el líder improvisado de las reivindicaciones, que incluían la recontratación de la trabajadora, el levantamiento de un monumento a los obreros asesinados en 1970, el compromiso de respetar los derechos laborales, el establecimiento de una serie de mejoras sociales y, sobre todo, la legalización de sindicatos independientes.

La censura

En los astilleros Lenin la situación se complicaba para el gobierno polaco, que no dudó en imponer la censura y cortar las conexiones telefónicas entre la costa y la capital, al tiempo que aseguraba en los medios de comunicación oficiales que «los disturbios laborales en Gdansk eran esporádicos». Pero el movimiento había adquirido una dimensión tan considerable que las medidas no lograron contener el flujo de información entre unos focos y otros, ni evito que se introdujeran demandas políticas.

El gobierno finalmente tuvo que ceder y firmó un acuerdo con los representantes obreros, otorgando a los trabajadores el derecho a organizarse libremente. El Comité de Huelga se transformó entonces en una federación de sindicatos dirigida por un Walesa que, por aquellos días de lucha contra el poder, fue galardonado con el premio Nobel de la Paz en 1983.

Solidaridad se convertía así en el primer sindicato independiente dentro del bloque socialista. Un hito sin precedentes que hizo temblar a la clase dominante de Polonia y a los países de su órbita. Aquello asustó a la URSS, que no tardó en amenazar al gobierno del país. La reacción de su presidente, el mariscal Wojciech Jaruzelski, no fue otra que imponer la ley marcial en 1981 e instaurar una dictadura que dio paso a varios años de represión.

Cárcel y represión

El sindicato fue prohibido en octubre de 1982 y Walesa enviado a la cárcel durante 11 meses. Pero la situación, lejos de amainar, se fue endureciendo durante la primera mitad de la década. Era una carrera que ya no tenía marcha atrás. «Lo más parecido a las imágenes que nos llegan desde Polonia es una guerra civil […] Por lo menos una parte de la población se ha levantado contra las últimas medidas de las autoridades y hace frente como puede al masivo despliegue de carros blindados», escribía José María Carrascal, entonces corresponsal de ABC en Nueva York.

La lucha de Solidaridad contra el comunismo autoritario polaco ya se había dejado sentir en toda Europa, contribuyendo decisivamente a la apertura que desembocaría en la desintegración de la URSS y en el fin de la Europa estalinista. Y al frente, un Lech Walesa que puede presumir de haber cambiado el rumbo de la historia sin una vocación política que le impulsara. En aquellos primeros años de la década de 1980, no era más que un obrero electricista del astillero Lenin de Gdansk que se encontraba indignado y aterrado a partes iguales, pero convencido de que sus reivindicaciones eran justas.

Sólo con su determinación y la de sus compañeros fue capaz de poner en jaque a la maquinaria encarnada por el poder soviético, provocando, como lo definió Rodrigo Rubio para ABC, una «herida abierta en el sistema comunista». «En Polonia es el propio pueblo trabajador, el supuesto protagonista de la dictadura del proletariado, quien se rebela contra sus dirigentes y proclama, en oraciones hasta con sangre, la injerencia de su fe en la libertad y la dignidad del hombre», escribía.

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