Acuerdos climáticos por desgaste

Las largas negociaciones y los escasos representantes de los más pobres hacen que la balanza de los pactos se incline hacia los más poderosos al final de las cumbres

Sherry Rehman, ministra de Cambio Climático de Pakistán, pide un tiempo muerto. EP

José A. González

El pasado 6 de noviembre, los focos de los pabellones de Sharm el-Sheij (Egipto) se encendieron y se logró la primera victoria de las negociaciones previas: «Por primera vez en la historia el concepto 'pérdidas y daños' se incluye en la agenda oficial de una cumbre del clima», se felicitaban todas las partes presentes. Ahí comenzaron 288 horas de negociación o 12 días agendados de encuentros bilaterales, multilaterales, peticiones, ruedas de prensa y pocos escasos movimientos de ficha en este tablero geopolítico.

«Una negociación se puede plantear de distintas formas», aseguran los expertos. Puede ser colaborativa o de ataque, depende de la capacidad de persuasión o las herramientas disponibles para conseguir «llevarse el gato al agua», destacan. El pacto a alcanzar en las cumbres del clima es común: poner freno al cambio climático. «No para», señalan fuentes de Greenpeace a este periódico. « No tenemos tiempo », repetía Frans Timmermans, el jefe de política climática de la Unión Europea. Pero el camino para hacerlo depende mucho del hemisferio donde esté construida la vivienda del negociador.

Los acuerdos de cada una de las cumbres climáticas han de cerrarse por consenso en cada uno de sus períodos de sesiones. Encuentros de trabajo colaborativos que a medida que van pasando las jornadas, las posiciones entre bloques se van alejando y es entonces cuando la colaboración se convierte en desgaste.

Una táctica usada en negociación y también en el campo de batalla donde se busca «desgastar las fuerzas enemigas conservando las propias, basando la victoria en las mismas pérdidas del otro, en el derrumbamiento de su economía o de la moral de combate de su población».

David frente a Goliat

El poderío económico o la influencia en el panorama internacional se demuestra en el número de delegados presentes en las cumbres del clima. Los datos provisionales publicados por la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (UNFCCC por sus siglas en inglés) lo ponen de manifiesto.

En total, 33.449 personas acreditadas de las que 16.118 pertenecen a las partes, término como se conoce a los países en estas cumbres. Un desequilibrio de representantes entre los más poderosos y los que menos recursos tienen para acudir a estos encuentros anuales.

Al final de la tabla aparecen nombres como Eritrea (7), Santo Tomé y Príncipe (9) o Guyana (8). Muy lejos de los grandes como Estados Unidos (136), España (106), Rusia (150). Sin embargo, la delegación más numerosa en esta ocasión la encabeza Emiratos Árabes Unidos (1073).

Esta cumbre, bautizada como la COP de África , ha crecido en representantes del continente. Este año, el tamaño medio de las delegaciones africanas es 133, la más alta de toda la historia, el doble del registrado en Glasgow cuando apenas llegaban a 59. Sin embargo, la cifra es aún más baja en los pequeños estados insulares en desarrollo con 36 miembros entre todos y los países menos adelantados suman 113. Números en conjunto que aún así son superados por las grandes potencias económicas y más contaminantes.

Una importante diferencia numérica que se nota en las fuerzas con las que las delegaciones llegan a las últimas horas. La COP25 de Madrid se cerró casi 44 horas después de su fin pactado . «Negociaciones maratonianas», «largas noches de reuniones» eran algunos de los titulares de aquellos días de diciembre de 2019. Frases que se trasladan año tras año al cierre de las cumbres.

Minutos que se acumulan en los delegados, que suman carreras entre salas y miles de documentos, borradores y textos por consultar y estudiar. Así a medida que pasan los días, las negociaciones pierden poder y acaban cediendo en sus posiciones.

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